Blog de artículos publicados en medios de comunicación.

29.1.12

ENREDADOS EN SU PROPIA TRAMPA

Desde la revolución conservadora de los 80, la pretensión declarada y favorita de los herederos políticos de Reagan y Thatcher ha sido la reducción del ámbito de influencia del poder público y la restricción de las facultades que al Estado proporciona la política fiscal. Aprendiendo de los éxitos políticos cosechados y tomando el pulso al ritmo de los tiempos, la derecha europea y americana ha identificado certeramente ese objetivo neurálgico, constatando que favorece más a sus intereses y a la conquista de la hegemonía política la ausencia de cortapisas para la actuación del poder económico que la propia fortaleza del poder público instrumentalizado en su beneficio. En otras palabras, nada mejor para la involución social y la prevalencia del más fuerte que la ausencia de controles y limitaciones externas que constriñan al poderoso. Tras el victorioso eslogan de la bajada de impuestos, que apela a nuestro instinto de propiedad más elemental, situaron esta materia entre las prioridades del debate, provocando que otros actores –empezando por los partidos políticos socialdemócratas- evidenciaran sus titubeos y dejaran escurrir parte de su credibilidad.

Con la determinación de los tributos y el establecimiento de medios eficaces para su recaudación se deciden, a su vez, muchas cosas, entre otras el grado de progresividad y de justicia social de nuestro sistema, los recursos de los que dispondrá el poder público en beneficio del interés general y la posibilidad de orientar la actividad económica, considerando el importante efecto que en las decisiones de inversión y gasto de empresas y particulares tiene el marco fiscal. En los últimos años, sin embargo, estas premisas, hasta entonces extendidas, fueron sometidas a un activo y drástico cuestionamiento desde diversos frentes, situando a los tributos como fuente de arbitrariedad, raíz de perjuicios superiores al provecho común perseguido y origen de ineficientes distorsiones en el juego de los factores productivos. Empujados por la corriente, las decisiones de gran parte los Estados no se dirigieron a una reestructuración sustancial de la política fiscal, sino, básicamente, al incremento del peso de los impuestos indirectos sobre el consumo, la eliminación práctica de impuestos de fuerte carácter redistribuidor (patrimonio o sucesiones), la reducción de las cargas a la actividad empresarial, la concentración del esfuerzo fiscal sobre las rentas del trabajo y la insuficiente reacción ante situaciones lacerantes como las prácticas de ingeniería fiscal, la ausencia de gravámenes suficientes sobre los movimientos de capitales o los paraísos fiscales. Como consecuencia, la recaudación ha acabado descansando principalmente en las rentas del trabajo y en el consumo, de modo que los potencialmente perjudicados sobre los incrementos tributarios son las clases medias y el círculo vicioso afronta un giro acelerado: a mayor desafecto de la mayoría social respecto a los tributos, más abonado está al campo para que las posiciones dirigidas a disminuirlos continúen avanzando en su agenda, profundizando en los resultados ya vistos y beneficiando a una minoría privilegiada.

El problema es que, en el contexto actual de prolongada crisis y riesgo de colapso, la rápida dinámica que hasta ahora había sido alimentada por los planteamientos conservadores amenaza con generar, para su propio estupor, un descontrol de incalculable desenlace, incluso para la supervivencia del sistema. Con la contención del déficit como prioridad número uno y a cualquier coste, a los gobiernos de toda Europa no les queda más remedio que renegar de sus promesas y aplicar subidas tributarias tan significativas como, en el caso de España, las impulsadas por el nuevo Gobierno sobre el IRPF al poco de iniciar su andadura, que probablemente vendrán seguidas de otras sobre el IVA. Después de sostener durante años el demagógico discurso contrario por principio a los tributos, y aún a riesgo de perder de una tacada una parte significativa de su radicalizada base, la alternativa por la que han optado a las primeras de cambio es la subida de impuestos, que, eso sí que tienen claro, no tendrá su acompañamiento en el necesario replanteamiento global de nuestro sistema fiscal para hacerlo más justo.

Publicado en La Voz de Asturias, 23 de enero de 2012.

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¿QUÉ LLEGARÍAN A HACER SI PUDIESEN?

No sé dónde sacan algunas personas el descaro necesario para pedir la disolución a la brava -ni más ni menos- de una asociación ciudadana. No estamos hablando de un pronunciamiento venido de la Bielorrusia de Lukashenko ni originario de la refractaria Junta Militar egipcia. No se trata de la fatwa o la condena por anatema a la que acostumbran bastante líderes religiosos contra todo lo que consideren ajeno a su código. La consigna no procede de un país políticamente subdesarrollado en el que el derecho de asociación esté en peligro. Es Oviedo la ciudad que tiene el dudoso honor de contar con un miembro del gobierno local con larga trayectoria parlamentaria que se atreve a proclamar qué asociaciones deben o no existir, requiriendo que desaparezca una de las que por su solvencia y combatividad le resulta incómoda, en este caso la Unión de Consumidores de Asturias (UCE).

En los países de tradición democrática más asentada una exigencia tan improcedente, desabrida, autoritaria y esencialmente reaccionaria motivaría la inmediata descalificación del responsable para todo cometido público. En Oviedo, sin embargo, parecen salir gratis esta clase de invectivas contra los colectivos ciudadanos que no pasan por el aro; tanto que en el equipo de Gobierno han dividido los papeles para que algunos de sus integrantes tengan entre sus quehaceres principales otorgar certificados de afección al régimen, insultando periódicamente a personas o entidades que se destaquen por su independencia o que cuestionen abiertamente la dirección municipal. Ya son unos cuantos los que se suman a la lista negra local, en la que parecen rotar periódicamente los nombres y en la que, incluso, de vez en cuando aparecen antiguos aliados del Gobierno local.

En el caso de la UCE es sencillamente rastrero someter a una entidad acreditada por su rigor al vilipendio gratuito. Por un lado, significa desconocer que la UCE ha estado ya en mil batallas en todos estos años, confrontando con intereses políticos y económicos de todo tipo y orientación, tratando de conseguir que los derechos de los ciudadanos en el mercado, en su faceta de consumidores y usuarios, fuesen tenidos en cuenta. Supone, además, despreciar el hecho de que es la entidad que en Asturias –y con diferencia- más activamente defiende los intereses individuales de numerosas personas en asuntos particulares en los que, en muchas ocasiones, se encuentran desprotegidos ante empresas de envergadura a veces nada concienciadas acerca del respeto a los derechos de los consumidores y usuarios. Y, lo más importante, por mucho que uno pueda discrepar de las decisiones que una entidad como ésta adopte o las estrategias que emprenda frente al desbarajuste municipal en el área de consumo, en ningún caso cabe pedir poco menos que la muerte civil de esta asociación o describir ensoñaciones conspiranoicas en las que la UCE aparecía perversamente aliada ¡con la Fiscalía! para dar un escarmiento a una antigua concejala… Pero hasta ahí han llegado con su maniobra de castigo por tener la osadía de dar la cara.

Por suerte, no le corresponde al gobierno local autorizar o legalizar a una asociación y además este derecho constitucional cuenta, todavía, con garantías suficientes en España. Pero inquieta que la fea táctica de separar entre buenos y malos ciudadanos o colectivos, a la que acostumbran, salga indemne una vez más, pese a que este estilo político cada vez aflora con mayor agresividad.

Publicado en Oviedo Diario, 7 de enero de 2011

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26.1.12

DIFERENTES, PERO ¿TAN DISTINTOS?

Un espectáculo asombroso como pocos ha sido contemplar a las masas de norcoreanos en los interminables funerales de Kim-Jong-il, bien en rigurosa y solemne formación o en mareas de cuerpos retorcidos por los lamentos. Ni la fecunda imaginación orwelliana hubiera ideado una escenificación más terrorífica y alucinante para mostrar la degradación de un sistema que dice inspirarse en los nobles ideales de la justicia y la igualdad. Para cualquier persona interesada en nuestra especie por razones políticas, sociológicas o antropológicas, resulta inevitable rebuscar en todas las fuentes posibles más imágenes del acontecimiento -aunque todas provengan de la televisión oficial del régimen- a las que pegar fascinados nuestra nariz para ver aparentemente convertido a todo un pueblo en una colonia de obedientes hormigas, supuestamente desgarradas por el dolor de la pérdida de un padre cuando deberían estar bailando sobre su tumba (ojo, quién sabe si algunos se atreven a brindar en la intimidad con soju de estraperlo para celebrar el fin del tirano).
Parece comprensible que nuestra mirada hacia las exequias teatralizadas sea la de la extrañeza, al creer tan distante nuestra escala de valores, nuestras aspiraciones y nuestra forma de organización política y social. Es evidente que, por imperfecto que resulte, cualquier sistema que siga las pautas básicas de la división de poderes, respeto a los derechos elementales del individuo y elección democrática de los representantes de la ciudadanía -por poner algunos de los principios primarios- permitirá ser calificado de forma más benévola que la dictadura paleocomunista de Pyongyang. Pero eso no nos otorga la facultad de regodearnos en nuestros avances al compararnos con otros lugares del mundo más desafortunados, precisamente porque la fragilidad de las conquistas alcanzadas es enorme y porque su mantenimiento depende de que se refuercen, generación tras generación, principios e ideales que no pasan por su mejor momento.
Cabe recordar que multitud de países que hoy creemos democracias consolidadas y respetables abrigaron en décadas no tan lejanas la semilla de la barbarie y el totalitarismo. En algunos casos, no fueron levantamientos populares ni repentinas tomas de conciencia las que hicieron voltear el estado de cosas, en un arrebato de dignidad de quienes comenzaron a reclamarse como ciudadanos. Multitud de tiranías simplemente fenecieron por devenir inservibles para los intereses predominantes, incluso con los autócratas felizmente retirados o enterrados en mausoleos a la altura de su megalomanía. A su vez, a la distopía de 1984 y otras tantas que han sido también clarividentes no sólo hay que volver los ojos para contrastarlas con regímenes como el norcoreano -u otros igual de abyectos con los que Occidente hace buenas migas- sino para comprobar su actualidad cuando observamos la persistencia de múltiples formas de alienación, control y dominación, más o menos encubiertas y propias de nuestras sociedades avanzadas.
En este tiempo en el que el miedo es el motor de muchos de nuestros actos, en el que el estado de guerra permanente (contra el terror, contra la delincuencia, contra lo que nos resulta ajeno y amenazador, etc.) ha trastocado profundamente nuestra noción de la libertad, en el que las pautas de nuestra conducta vienen rígidamente predeterminadas ante la docilidad de las respuestas, en el que los poderes económicos sojuzgan con relativa facilidad a gobiernos democráticos, en el que el pensamiento único y el autoritarismo gana enteros en todos los ámbitos, claro que aún podemos contemplar la pantomima norcoreana con estupor y distanciamiento, pero sepamos que nuestro amor a la libertad -y nuestra coherencia con dicho principio- no es siempre mucho más grande que el de las plañideras de luto por el “amado líder”.

Publicado en La Voz de Asturias, 3 de enero de 2011.

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22.1.12

GRANDES PALABRAS CUYO SENTIDO SE VACÍA

Hace apenas unos años era inimaginable que los responsables de los gobiernos europeos se viesen movidos a celebrar cada poco tiempo reuniones urgentes e ininterrumpidas –casi sesiones permanentes- con la perentoria necesidad de llegar a acuerdos de calado durante el fin de semana, antes de que los mercados de deuda pública y de valores retomasen las transacciones al lunes siguiente. Ahora ya nos hemos acostumbrado a la penosa repetición de encuentros del Consejo Europeo que se anuncian como el partido del siglo, previo aquelarre mediático que sitúa en el filo a la Unión y a sus ciudadanos en la estupefacción que provocan tantas dosis de dramatismo.

Nadie duda de la gravedad de la situación económica y seguramente es inevitable combinar la parafernalia institucional comunitaria -con su enésima foto de familia incluida- con la respuesta a los problemas impostergables, aunque se pueblen de ojeras los rostros de los mandatarios. Pero me permito dudar si no hay un punto de teatralidad y desasosiego evitable, que contribuye a poner las cosas más difíciles y a convertir a los europeos en espectadores divididos a partes iguales entre la incredulidad y la fatiga. Tampoco vamos a pedir que sigan el ejemplo del flemático Churchill, capaz de dormir la siesta bajo los bombardeos mientras afrontaba los días más difíciles de la II Guerra Mundial –y de ganarla, claro-, pero parece evidente que una mayor dosis de serenidad y compostura les falta a la mayoría.

Vivimos tiempos propicios para la cultura política y mediática de lo instantáneo y de la exageración. Tanto que ya no nos impresiona que, por poner dos ejemplos provenientes de la muy calmada Alemania, el Comisario Europeo de la Energía, de nombre Günter Öttinger, hable de “Apocalipsis” para referirse a la crisis subsiguiente al accidente nuclear de Fukushima o que Angela Merkel anuncie que Europa soporta su momento más crítico en los últimos 60 años. En el caso del Comisario, si la palabra se utiliza seriamente para otros cometidos habrá que preguntarse cómo referirse entonces al “verdadero” Apocalipsis, por ejemplo al desprovisto de efectismo pero enormemente turbador que nos muestra Lars von Trier en Melancholia. ¿Cree Öttinger que no somos capaces de advertir la gravedad de lo ocurrido en la central nuclear japonesa y de los peligros de la energía nuclear si no emplea términos más ponderados? En el caso de la todopoderosa canciller, sus calificativos superlativos vienen acompañados de otras muchas sentencias de similar carácter procedente de otras fuentes. La pérdida del impacto que tal afirmación debería tener proviene, indudablemente, de la repetición: en estos meses recientes nos lo dicen casi a diario. Sin embargo nuestro sentido común –que quizá yerre-, no deja de recordarnos que circunstancias aparentemente más graves han ocurrido en ese periodo que Merkel toma de referencia ¿Es más crucial esta etapa que los días de la construcción del Muro de Berlín? ¿Qué los meses previos y posteriores a su caída? ¿Que los momentos en que Europa era tablero de la Guerra Fría o muchos de sus países se veían envueltos en absurdas guerras coloniales? ¿Más grave que la crisis de la IV República Francesa en 1958? ¿Que la etapa en el que el terrorismo político golpeaba en la República Federal Alemana o en Italia, con el cuerpo de Aldo Moro hallado en el maletero de un coche? ¿Que la época en la buena parte de la Europa Mediterránea, España incluida, soportaba dictaduras militares o regímenes autoritarios?

¿No será que la escalada de tensiones azuzada por el zarandeo mediático mueve a perder la mesura en las valoraciones que hacemos, conduciéndonos a la simplificación y al sensacionalismo? Si es así, esa actitud sólo contribuye irremediablemente a empeorar las cosas y, peor aún, a las profecías autocumplidas.

Publicado en Fusión Asturias, enero de 2012.

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¿POR QUE NO IMPULSAN LA APERTURA DEL HUCA?


Durante años una de las controversias políticas de referencia en el Principado de Asturias y en la ciudad de Oviedo fue el futuro del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA). Pese a ciertas resistencias y tras prolongados debates, finalmente cristalizó el convencimiento mayoritario de que era necesario sustituir la constelación de edificios que ocupan buena parte del barrio de El Cristo – Buenavista por un nuevo complejo diseñado con criterios de funcionalidad. El sumatorio de construcciones correspondientes a instituciones sanitarias de diferente procedencia, levantadas en un periodo similar (duplicando gastos y empeños, para que luego se hable de la supuesta eficacia superior del modelo territorial anterior al autonómico) y que acabaron convergiendo en el actual HUCA, dejaría paso a un moderno hospital, preparado para los avances tecnológicos, convertido en referencia de un sistema sanitario público de altas prestaciones y cuya concepción permitiría ahorros futuros en materia de gasto corriente. El impulso a la construcción del nuevo HUCA resultó una de las decisiones más significativas del nuevo periodo de gestión de las competencias de atención sanitaria tras su transferencia al Principado de Asturias. Nuestra capacidad de autogobierno se empleó para reforzar un servicio público esencial al acometer una inversión cuya envergadura requería un esfuerzo financiero y de gestión sobresaliente.

De aquel proceso, por lo que ahora se ve, algunos refractarios, obstinados en negar la posibilidad de erigir el nuevo HUCA, han conservado heridas que aún afloran en perjuicio de todos, a tenor de la actitud exhibida por quienes han asumido la dirección de la Administración del Principado de Asturias. Que por los actuales responsables se baraje como fecha de apertura del nuevo HUCA la segunda mitad de 2013, sin argumentos convincentes sobre el motivo de tal retraso más allá de su evidente desconfianza hacia la gestación del proyecto, es prueba inequívoca de un irreflexivo desprecio al trabajo de sus predecesores, que en nada ayuda a culminar iniciativas cuya importancia supera las rivalidades de corto vuelo y que no se detiene analizar qué efectos negativos comporta tal decisión. Representa además, una renuncia a cumplir la legítima expectativa de los ciudadanos, que son plenamente conscientes de la importancia de este equipamiento y que desean contar con servicios hospitalarios de calidad. E, incluso, introduce importante incertidumbres sobre el futuro del nuevo HUCA, pues, como se encarga de recordarles con acierto la Diputada socialista Pilar Alonso, mientras no se proceda a equiparlo y ponerlo en funcionamiento se asume un coste de oportunidad considerable, con instalaciones pendientes de estrenar que se encuentran vacías y con el actual Hospital padeciendo deficiencias crecientes.

A la estupefacción que generan las decisiones del Gobierno autonómico se suma la ceremonia de la confusión que pretenden organizar para justificar su falta de apuesta por el nuevo HUCA. Primero insinuando, prácticamente, que no nos podemos permitir un nuevo Hospital, revelando que no está entre sus prioridades y, sobre todo, que poco les importa que la obra civil sea ya una realidad incontestable. Después, jugando imprudentemente con los datos sobre su coste, para ofrecer cifras disparatadas que no resisten un análisis pormenorizado, como el contenido en el extenso reportaje publicado en La Voz de Asturias el 18 de diciembre.

El interés de los actuales responsables de la Administración sanitaria no es realizar un análisis sereno que complete el exhaustivo seguimiento que la Junta General ya desarrolló en la pasada Legislatura, en la que nuestro parlamento examinó con lupa todos los pasos, contrataciones e incidencias. Al contrario, lo que se quiere, con la marca de la casa del actual Gobierno, es aumentar el ruido y el desconcierto que impida ver con claridad su pretensión de postergar, cuando menos, la puesta en marcha de este equipamiento y el refuerzo de la sanidad pública que conllevaría.

Publicado en La Voz de Asturias, 21 de diciembre de 2012.

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21.1.12

ALUMNOS AVENTAJADOS

Es significativa la forma en que se ha instalado rápida y mayoritariamente la convicción sobre el carácter inevitable y necesario de los recortes sociales y los programas de reducción del gasto público. A día de hoy, agitar argumentos que hace una o dos décadas eran patrimonio exclusivo de los adalides de la llamada revolución conservadora, se ha convertido en práctica común entre responsables políticos de diferente procedencia, domina abrumadoramente entre los mensajes académicos de los economistas e impregna a buena parte de la opinión pública, incluso entre los sectores sociales que probablemente vayan a sufrir de forma más descarnada los efectos de esas medidas. Entre las claves del éxito en los países occidentales de este nuevo pensamiento único se encuentra la falta de alternativas consistentes, la debilidad de las resistencias provenientes de los movimientos sociales y la desautorización de las opciones socialdemócratas y de tercera vía, a las que el electorado ha considerado carentes de credibilidad o incluso deslegitimadas por su incapacidad para dar respuestas sustancialmente diferentes a las del neoliberalismo.

Sin embargo, los estragos de las políticas de ajuste estructural duro los tenemos ya sobre la mesa y en nuestra realidad cotidiana. En la Unión Europea, situada a la vanguardia de las políticas de disminución del papel económico del Estado y de estrangulamiento de la inversión y el gasto público, de la leve recuperación de inicios de 2011 se ha pasado velozmente a un escenario de recaída en la recesión, destrucción del tejido productivo, cifras de desempleo insoportables y creciente deterioro social, arrojando a países de primera fila al círculo vicioso en que la pérdida de riqueza conlleva la disminución de ingresos públicos y ésta a su vez acelera la retirada de las políticas públicas de intervención, reactivación y sostenimiento de rentas, retroalimentando la tendencia de empobrecimiento.

Apenas queda nada de la respuesta inicial a la crisis financiera en 2008, aquella que abogaba –un tanto cínicamente- por refundaciones o paréntesis en la economía de mercado. Está fuera de la agenda cualquier planteamiento que pretenda introducir controles verdaderamente efectivos a las transacciones financieras, que sugiera ciertas modulaciones a la globalización económica, que plantee recuperar un cierto papel del Estado en la generación de actividad económica, que permita recobrar la importancia redistributiva de los impuestos o que aspire a que la fuerza del trabajo tenga garantizados unos mínimos derechos laborales y sociales. Han servido de poco las reiteradas advertencias de algunas voces particularmente acreditadas, como las de los Premios Nobel Krugman y Stiglitz, cuya recomendación de combinar la estabilidad de las cuentas públicas con los programas de estímulo económico ha quedado postergada ante la artillería de think tanks y medios divulgativos del pensamiento hegemónico.

El tratamiento de choque del Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo viene acompañado del aprovechamiento de la excepcional oportunidad que se abre para determinados intereses económicos, dispuestos a demoler en un breve espacio de tiempo algunas conquistas sociales cuya edificación costó décadas. A la política de recorte de gastos se suma la demonización de la gestión pública, la profundización en la privatización de bienes y empresas públicas, la pérdida acelerada de peso de las rentas del trabajo en la riqueza del país, la disminución de la cobertura de los servicios públicos, la renuncia al efecto requilibrador de las políticas fiscales y el cuestionamiento integral del modelo de relaciones laborales. En España, a su vez, hemos tomado colectivamente como prioridad –y los resultados electorales van en ese sentido- convertirnos en poco más que alumnos aventajados de estas recetas, sin pararnos a pensar dos veces adónde nos pueden llevar.

Publicado en Oviedo Diario, 17 de diciembre de 2011.

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10.1.12

SORPRESA REPUBLICANA

Difícilmente uno se espera que, paseando por las ruinas del que fuera cementerio judío de Segovia, en el hermoso pinar al otro lado del arroyo Clamores, le llegue desde intramuros de la ciudad el sonido del Himno de Riego tocado por la dulzaina. No se trataba en este caso de ninguna ofrenda de una delegación australiana de visita cultural que recordase la divertida anécdota de 2003 en la final de aquella Copa Davis, con desmesurado enfado de nuestras susceptibles autoridades de entonces. El origen de la melodía provenía del homenaje del Foro por la Memoria de Segovia a Agapito Marazuela (1891-1983), folklorista de primer orden que representó para la música tradicional castellana lo que en nuestro caso significó Eduardo Martínez Torner y que, además, fue defensor de la causa republicana, activista del PCE y represaliado por tal motivo durante la postguerra. En Asturias, tierra en la que, por desinterés y por un excesivo recelo hacia las derivas regionalistas las fuerzas de izquierda prestaron durante tanto tiempo tan escasa atención a las muestras de cultura tradicional, llamaría la atención ver la escultura de un estudioso y promotor de la música autóctona rodeada de la bandera republicana y con la veintena de entusiastas militantes de la entidad organizadora haciéndose fotos junto al monumento para recordar el instante. En Segovia, que, por cierto, es una de las once capitales de provincia con gobierno local de izquierdas, no parece, en absoluto, una contradicción, a la vista de un acto festivo que salía al encuentro de los visitantes. Para redondear, el tributo a Marazuela tuvo su momento berlanguiano cuando parte de una comitiva militar (vehículos de color caqui incluidos), que se dirigía a un acto de la Academia de Artillería celebrado ese mismo día, pasaba junto a la Plaza del Socorro y algún soldado giraba la cara con gesto de sorpresa hacia las banderas tricolores al viento; que nadie se inquietase lo más mínimo por la coincidencia revela, por otra parte, que a pesar de los pesares seguimos siendo un país vivible y bastante decente. Por cierto, a la pincelada surrealista por Asturias tampoco renunciamos en materia de homenajes republicanos, no hay más que ver el logrado homenaje que anualmente se rinde al oso regicida en Llueves, organizado por el Ateneo y presidido por un enorme peluche tocado con gorro frigio, al que seguro que ni los más suspicaces monárquicos ni los que se reclamen herederos políticos de Favila pueden evitar contemplar con una sonrisa.

Ya que los tiempos son tan poco propicios para las ideas progresistas, al menos consuela que haya gente dispuesta a no abandonar aquello que en un tiempo vino en llamarse alegría revolucionaria, y que, aunque hoy no pase de una cierta ironía un punto ácida ante el rumbo que toman las cosas, acaba siendo una actitud necesaria para poder sobrellevar el desalentador panorama. Si además se recuerda mediante estos gestos a personas cuya trayectoria merece nuestro reconocimiento y a aquellos que sufrieron persecución por defender el sueño de una plena democracia en España, tanto mejor. Asimismo, la evocación de los valores republicanos nunca está de más porque, se quiera admitir o no, nuestro actual sistema constitucional entronca en buena medida con ellos -aunque no en la Jefatura de Estado, claro está- y precisamente en estos tiempos de tecnocracias, avasallamiento de los mercados y devaluación de las instituciones procede volver a principios como el compromiso cívico, la soberanía popular, el respeto a los derechos políticos de los ciudadanos o el deseo de perfeccionamiento democrático. A esto se suma el indudable sentido del debate latente sobre la oportunidad de contar con poderes moderadores dotados de plena legitimidad democrática para intervenir eficazmente y, porque no decirlo, el escandaloso descubrimiento de que aprovechados parece que también los ha habido al abrigo de los vínculos más cercanos con la realeza, como en los viejos tiempos, provocando la mera sospecha, en un tiempo récord, más erosión en la pretendida solidez de la monarquía que todos los argumentos razonados que se quieran exponer para cuestionarla.

Publicado en La Voz de Asturias, 6 de diciembre de 2011.

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8.1.12

LA RESPUESTA DEBIDA

Es una simplificación corriente afirmar que el electorado siempre acierta cuando emite su voto mayoritariamente en un determinado sentido, frase muy al uso del lenguaje postelectoral políticamente correcto. Cada resultado electoral es fruto del momento, de las circunstancias en las que vive la ciudadanía, del orden de prioridades que selecciona, de la fortaleza de las opciones concurrentes o de la capacidad de influencia que tengan los diferentes estímulos a los que estamos sometidos a la hora de decidir. Digamos que el sentido del voto mayoritario es perfectamente comprensible, tiene sus explicaciones políticas y sociológicas y, ante todo, tiene que ser inmediatamente acatado por las opciones derrotadas, a las que, en el sistema democrático, les resulta exigible un grado singular de responsabilidad cuando les corresponde retirarse del poder institucional porque así lo ha decidido la mayoría. Pero afirmar el acierto de la mayoría sencillamente porque lo es, significa paralelamente (lo que sin embargo no se dice) calificar de error el sentido del voto de las minorías y no es en términos de corrección o incorrección como se debe analizar la orientación de cada voto con los resultados definitivos en la mano.

Yo que estoy entre el 55% de votantes que no apoyé al PP, no creo que mi voto haya sido desacertado porque no confluya con el de los 10,8 millones que sí lo hicieron y que, traducido en escaños, le han otorgado la legítima mayoría absoluta en las Cortes Generales. Tampoco creo que haya que situarse en la resignación y agachar las orejas, como si, a resultas del varapalo, no hubiese cosas que reivindicar, alto y claro, de la gestión y de las aportaciones más positivas de los gobiernos del PSOE en España en este último periodo: la extensión de derechos civiles, las políticas de igualdad, la defensa de los servicios públicos, el incremento de las pensiones mínimas, la subida del Salario Mínimo Interprofesional, la radical regeneración de RTVE, la Ley de Atención a la Dependencia, la actitud dialogante y respetuosa con la discrepancia, el intento de tender puentes entre las diferentes posiciones sobre el modelo de Estado, el rechazo a tentaciones populistas tan en boga en materia de seguridad o inmigración, etc. Avances que sería imperdonable no reclamar como conquistas conjuntas que no conviene perder y que aquellos que dieron su apoyo a los socialistas en 2004 y 2008 pueden considerar como consecuencia de su respaldo.

Otra cosa bien diferente es que, se mire como se mire, cuando un resultado electoral es tan concluyente como el de las elecciones del pasado 20 de noviembre, entre las causas del vuelco en las preferencias de los ciudadanos sin duda se encuentra el distanciamiento con la opción que ha perdido el respaldo y la desconfianza con el Gobierno que sustentaba. Por supuesto que el contexto de crisis tiene mucho que ver en el desenlace y el Gobierno de España no ha sido el primero (ni será el último, vistas las perspectivas) al que los acontecimientos han superado. Pero lo que toca es no minimizar las dimensiones del correctivo aplicado por los 4,3 millones de votantes que han retirado su apoyo al PSOE y, en consecuencia, no instalarse en la retórica vacua que apela al cambio cuando aparentemente sólo muestra disposición a aplicar modificaciones superficiales y temerosas. Con menos del 30% del apoyo, sin responsabilidades institucionales significativas, con la credibilidad bajo mínimos y sin la seguridad de que haya tocado fondo, para demostrar que el PSOE es un partido con vocación de alternativa y capacidad de respuesta ante las circunstancias, en el proceso que ahora se abre no servirán los paños calientes. No se trata de romper amarras con el pasado ni de poner patas arriba todo porque sí. Pero o se capta el mensaje del electorado o se corre el riesgo de que la desconexión con la mayoría social a la que se pretende representar se agrave aún más.

Publicado en Oviedo Diario, 3 de diciembre de 2011.

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2.1.12

BUENOS PROPÓSITOS FRENTE A LOS MALOS PRESAGIOS

El inevitable convencionalismo propio de las próximas fechas nos invita a hacer balance del año que concluye y formular las aspiraciones para el que viene. En los últimos tiempos cualquier cómputo de lo acontecido viene oscurecido por el contexto que nos está tocando vivir, que ya no sólo parece un periodo transitorio de dificultades sino que amenaza con cambiar de raíz la perspectiva que tenemos de las cosas. Mi generación, a la que le nació la conciencia del mundo que le rodeaba en una época en la que losavances globales en materia de derechos y libertades parecían objetivos alcanzables con el esfuerzo conjunto, muda ahora sus deseos y preocupaciones porque ve en riesgo aquello que hasta ahora consideraba esencial y que parece afectarle de forma más directa. A la vez, como la sensación de crisis se ha asentado hasta formar parte del paisaje cotidiano, hemos aprendido –o nos han inculcado, según se mire- a volvernos profundamente escépticos, tanto que nuestro descreimiento ha lastrado nuestra capacidad de respuesta individual y colectiva ante la adversidad. Ese nuevo conformismo que predomina no es simplemente resignación, ni tampoco abatimiento; también es alienación porque ha germinado tras el constante aluvión de mensajes desde los centros de poder político, mediático y económico dirigidos a poner en el punto de mira a la propia mayoría social. La culpa de la crisis, según el discurso hegemónico que muchos perjudicados han asumido como propio, no es tanto de la desregulación financiera, el descontrol de la economía de mercado, la desatinada espiral de endeudamiento privado y la acumulación de poder económico en pocas manos; ahora los culpables son salarios que no se acompasan a la productividad (lo que quiera que ésta sea), los derechos laborales, la protección social, el excesivo peso del sector público e incluso –y está es la nueva frontera que buscan traspasar- los defectos intrínsecos de la democracia en el proceso de toma de decisiones. El resultado es la incubación de un clima político perfectamente propicio para desposeer a la mayoría social de derechos y libertades que, en términos de Azaña, no hacen a las personas más o menos felices, sino que las hacen simplemente personas.
Como estas líneas no pretenden ser un recuento de sombríos presentimientos, sin caer en el subjetivismo ni la ingenuidad conviene recordar los innumerables ejemplos que la vida diaria nos ofrece de combate frente a los obstáculos. El optimismo de la voluntad, que diría Gramsci, anida en nuestra propia condición y a veces nos encontramos con ejemplos memorables en personas que en algún momento reúnen fuerzas suficientes para dar un paso adelante. Sólo así podemos entender cómo Rosa Parks no cedió su asiento en el autobús encendiendo la llama de la desobediencia civil frente a las leyes discriminatorias en Alabama; o cómo el londinense Peter Benenson creó el movimiento por los derechos humanos más extendido del mundo al redactar unartículo sobre los presos de conciencia portugueses para The Observer; o cómo 12 trabajadores de La Camocha dieron el paso de fundar la primera comisión obrera en las huelgas mineras de 1962. En nuestro entorno y a pequeña escala encontraremos decenas de pequeños ejemplos, aparentemente con menor trascendencia pero determinantes en la vida de muchos.
Si a la rutina de los propósitos que se enuncian para el nuevo año le quitamos la banalidad de los proyectos que, a modo de señuelo, vienen inducidos por el sistema y por los valores un tanto huecos de nuestro tiempo; si a los que resten después de esa criba les añadimos los que supongan un esfuerzo real de superación colectiva y un deseo firme de quebrar las fatídicas ataduras que nos dejamos imponer, entonces estaremos en condiciones de cambiar sustancialmente el orden de prioridades y hacer posibles los cambios con los que, al menos, decimos soñar.

Publicado en Fusión Asturias, diciembre de 2011.

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