Blog de artículos publicados en medios de comunicación.

27.7.09

BAJO MÍNIMOS


Desde el inicio del actual mandato municipal, la actividad del Ayuntamiento de Oviedo en materia de cultura y festejos viene experimentando un vertiginoso descenso a los infiernos del aburrimiento, la pérdida de referencias y el deterioro de la programación en todos los ámbitos. Ciertamente la política desarrollada por el Partido Popular en este ámbito nunca se ha caracterizado, en el largo –ya larguísimo- periodo de gobierno de Gabino de Lorenzo por su carácter innovador y abierto a nuevas tendencias. Pero sí cabía reconocer ciertos intentos –a la postre fallidos- de orientar las actuaciones municipales en nuevos caminos, abriendo algunas ventanas a manifestaciones culturales diferentes a las acostumbradas en la programación local. En esa clave podremos encuadrar la organización de macroconciertos a principios de los 90, francamente deficitarios en lo económico pero que, echando la vista atrás (como se ha recordado estos días con el prematuro fallecimiento de Michael Jackson), se agradecen en la memoria colectiva musical de la ciudad; la recuperación del Festival de Jazz entre 2004 y 2006, retomando la exitosa experiencia de los 80; la popularización de la música clásica con iniciativas como el Festival de Verano, convirtiendo espacios emblemáticos de la ciudad en salas de concierto; o incluso el acercamiento a las artes plásticas y visuales que representó en su momento el Encuentro Internacional de Arte Diáspora. Sin embargo, a las primeras de cambio, demostrando el gusto volátil y la incapacidad de trabajar a medio plazo de la que hace gala el Alcalde y su equipo de gobierno, todos estos intentos han pasado a la pequeña historia de nuestra ciudad sin enlazar con nuevas programaciones, sin construir base alguna para una política cultural con elementos de identificación novedosos y, sobre todo, privando a un número muy importante de ovetenses –y visitantes- de una programación plural que atienda diferentes inquietudes. Incluso otras actividades de referencia provenientes de más atrás (por ejemplo, la Bienal de Arte), fueron abandonadas por el gobierno municipal, que además, entre tanto, ha sido incapaz de reconocer y favorecer los movimientos creativos que en algún momento han tenido cierta fuerza en la ciudad, dando vida donde la iniciativa institucional está ausente, como ha sucedido, por ejemplo, con la actividad musical asociada principalmente a la gente joven, lastrada por las enormes limitaciones a las actuaciones musicales en vivo o el estrangulamiento de “templos” locales del directo como La Santa Sebe. Por cierto, idéntica dinámica de acoso municipal se cierne sobre los chiringuitos de San Mateo, pese a que sostienen el alma festiva y callejera, y pese a que este año serán prácticamente el único aliciente al reducirse drásticamente los conciertos en la Plaza de la Catedral y suprimirse los de las pistas de San Lázaro.
A cambio, salvando los esporádicos intentos de corto recorrido antes citados (anulados antes de su consolidación o sin continuidad posterior), la política cultural local sí ha seguido dos líneas claras, marca de la casa. La primera, tremendamente discutible, es la implantación del personal e intransferible gusto del Alcalde en lo que, pomposamente, los suyos llaman “museo al aire al libre” al referirse a las innumerables esculturas antropomorfas que han colocado saturando el espacio urbano (siguiendo la “estética de la usurpación”, en palabras de Ánxel Nava) al tiempo que la escultura de Fernando Alba sigue arrumbada a saber dónde. La segunda, más reconocida, es la apuesta por la música clásica -estrategia ahora parcialmente en cuestión con la supresión del Festival de Verano- y la lírica, con la temporada de ópera (mérito más de la Asociación de Amigos de la Ópera que del Ayuntamiento) y el Festival de Zarzuela. Aceptando la potencia de la ciudad en estos ámbitos, hay que constatar, sin embargo, que poco más se puede crecer en esta línea, y que apostarlo todo a esta carta ha provocado un enorme y creciente desequilibrio de la programación cultural local, francamente deficiente en materia de teatro, danza, otras expresiones musicales, artes plásticas, creación de vanguardia, actividades literarias (¡siendo la ciudad de Clarín, Pérez de Ayala y Ángel González!), etc.
Así las cosas, con buena parte del público local condenado a la emigración cultural a la búsqueda en otras latitudes de programaciones y actividades que en Oviedo no encuentra ni por asomo, lo peor es constatar que el equipo de gobierno no sólo no tiene la más mínima intención de dar un giro a su política cultural, sino que, con algunas de sus últimas decisiones, ni siquiera es capaz de cuidar aquéllos aspectos en los que, en el pasado, tuvo algunas buenas ideas.

Publicado en Oviedo Diario, 11 de julio de 2009.

14.7.09

EL PROYECTO EUROPEO EN CRISIS

La elevada abstención protagonizó, antes que cualquier resultado, las elecciones al Parlamento Europeo celebradas el pasado 7 de junio. Fue la nota predominante en la mayoría de los 27 países de la Unión Europea que escogieron a 736 Diputados para representar a casi 500 millones de ciudadanos (de éstos, unos 375 millones de electores). La participación a nivel europeo fue del 43%, y en España, aunque ligeramente superior, sólo alcanzó el 46%; porcentaje similar al registrado en Asturias, Comunidad en la que fuimos a votar 420.785 ciudadanos, declinando hacer uso de su derecho, por un motivo o por otro, consciente o despreocupadamente, 491.566 electores.
Con independencia de los variopintos análisis realizados sobre el resultado de las elecciones y sus lecturas a todos los niveles, a nadie puede dejar indiferente el pobrísimo interés que las elecciones han despertado entre los llamados a votar. En algunos casos el absentismo electoral se ha manifestado revelador, con porcentajes de participación inferiores al 30% en países incorporados recientemente como Eslovaquia, Rumanía, Eslovenia, Polonia, Lituania o la República Checa, de los que, a tenor de lo visto, sería deseable una mayor vocación europeísta. No obstante, la tónica, con diferentes intensidades, es común en el conjunto de la Unión, ya que la participación ha experimentado un continuo descenso en las sucesivas convocatorias, desde el 62% en los comicios de 1979 hasta la actualidad. En España la tendencia es similar, aunque con algunas particularidades: en las primeras elecciones para elegir Diputados al Parlamento Europeo, en 1987, votó un 68% del electorado; en algunas convocatorias posteriores se volvieron a dar índices cercanos, como el 63% de 1999, año en que coincidieron con las elecciones autonómicas y municipales. Pero en las dos últimas convocatorias -2004 y estas últimas- la participación se ha estabilizado en un 45% o 46%, una cifra que habla bien a las claras del limitado grado de atención que concitan estos comicios, pese a que en parte hayan sido interpretados en clave nacional o autonómica, también por los propios partidos políticos concurrentes.
Al lamentar la escasa implicación de los ciudadanos en las pasadas elecciones se ha resaltado la dificultad de transmitir la incidencia que las decisiones tomadas en el ámbito de la Unión Europea tienen sobre la realidad cotidiana. En Asturias se ha subrayado, con razón, que son las políticas regionales comunitarias (a través de los fondos estructurales y de cohesión) las que permiten la construcción de infraestructuras básicas (puerto del Musel, autovías, trazado ferroviario de alta velocidad, etc.); que el mantenimiento de sectores económicos en su conjunto no se puede entender sin la referencia al mercado interior en la Unión; que la actividad económica y las formas de vida en el medio rural dependen en buena medida de las políticas europeas; etc.
Efectivamente, la cesión de soberanía que la integración europea ha representado ha dotado a la Unión de competencias y facultades muy notables. Sin embargo, la relativa lejanía y la complejidad de las estructuras institucionales y administrativas de la Unión pueden dificultar que el ciudadano identifique adecuadamente el origen de las decisiones, los programas y objetivos que persiguen los mandatarios comunitarios o incluso los valores que pretende representar el propio proyecto europeo. A estas dificultades se suma la intensa crisis de crecimiento que vive la Unión Europea, ampliada de 15 a 27 miembros en un breve periodo de tiempo, con la integración de países de trayectoria histórica relativamente diferente de la de Europa Occidental. Se añade a este complicado escenario la innegable crisis institucional en curso, tras el fracaso de la refundición y simplificación de tratados que representaba la Constitución Europea, y con las actuales sombras e incertidumbres sobre la ratificación del Tratado de Lisboa. Estos obstáculos han impedido que, por el momento, se reordenen y aclaren mejor los procedimientos de toma de decisión y se perfeccione la arquitectura comunitaria, para hacer más visible -y susceptible de un mejor control democrático- la gestión del poder político comunitario en las instituciones europeas.
Pese a ser la experiencia más desarrollada y eficaz de integración de los países de una misma región, fundada sobre objetivos políticos elevados (creación de riqueza y cohesión social, respeto a la diversidad, solución pacífica de controversias, protección del medio ambiente, defensa de los derechos humanos y la democracia, etc.), estamos en un momento de creciente desinterés o incluso desafecto hacia el proyecto europeo. Las circunstancias globales, la pérdida del sentimiento europeísta y los problemas para superar el estancamiento institucional de la Unión suponen el desafío de mayor envergadura en este momento. El Parlamento Europeo, que es la institución comunitaria cuya legitimidad democrática de origen es más fuerte (aunque se haya resentido por la baja participación), debe mantener viva la esperanza europea, alentando la recuperación del pulso integrador, superando esta prolongada fase de apatía y decepción.

Publicado en Fusión Asturias, julio de 2009.

VALORES EUROPEOS EN CUESTIÓN

En la campaña de las pasadas elecciones europeas tuvimos la oportunidad de escuchar a José Borrell, ex Presidente del Parlamento Europeo, en el mitin que protagonizó en Oviedo y que, según dijo, se trataba del último acto de estas características que realizaba, al dejar sus responsabilidades políticas para dedicarse a la actividad académica como próximo Presidente del Instituto Europeo Universitario de Florencia. Borrell estuvo vibrante en su intervención, exhibió sus dotes pedagógicas y, alejado de dogmatismos y consignas, reflexionó en voz alta sobre las raíces del proyecto comunitario, las perspectivas y anhelos de futuro para el progreso de la Unión y, como no, alertó sobre las importantes las amenazas que se ciernen en torno al modelo europeo. No escondió su tremenda preocupación por el crecimiento de opciones políticas basadas en el discurso populista y euroescéptico (cuando no directamente antieuropeo), recordando que, pese a que en la actualidad identificamos al viejo continente con un modelo político consolidado sustentado en la democracia, el respeto a los derechos humanos y la cohesión social, el pasado no tan lejano de Europa está jalonado de terribles desgarros y ensombrecido por las atrocidades de los totalitarismos y las confrontaciones.
Efectivamente, la preservación de los valores políticos y sociales de los que Europa puede -en términos generales- enorgullecerse, no está, ni mucho menos garantizada en la actualidad, porque para sostenerse en el contexto global es necesario que perviva y avance un proyecto comunitario en cuyo horizonte aparecen nubarrones bastante oscuros. Por un lado, el estancamiento institucional persiste y la crisis de liderazgo de la Unión Europea comienza a ser prolongada. Por otro lado, las dificultades económicas se están agudizando en el modelo productivo de una Europa endeudada, dependiente energéticamente de terceros, con dificultades de competitividad y productividad, y con problemas para reaccionar con la decisión y unidad necesaria ante los embates de la recesión en curso. Finalmente, como corolario, pero quizá al mismo tiempo como una de las causas, se percibe una brecha incipiente en el modelo político europeo, con el crecimiento de opciones que cuestionan abierta o subrepticiamente los principios básicos del sistema democrático avanzado, minimizando o desconociendo ese dramático pasado reciente –en tiempo histórico- de Europa.
Las elecciones al Parlamento Europeo han sido fiel reflejo de esas contradicciones y riesgos que atenazan a la Unión, porque han significado la presentación en escena, con una fuerza hasta ahora inusitada, de la extrema derecha. Conocíamos los precedentes de los últimos años y, pese a algunas llamadas de alerta, la respuesta colectiva no ha sido suficiente o directamente no ha existido. Cuando Haider hizo del FPÖ un partido decisivo en la correlación de fuerzas en Austria en 1999; cuando Le Pen, líder del Frente Nacional, pasó a la segunda vuelta de las presidenciales francesas de 2002; cuando la Lista Pim Fortuyn sorprendió en las legislativas holandesas de ese mismo año; o cuando la derecha italiana se entregó a partir de 1994 al triunvirato de Bossi, Fini y Berlusconi, asumiendo como programa la agenda más retrograda de fuerzas supuestamente respetables; no se analizaron con profundidad los síntomas que esta involución representaba, y no se hizo lo suficiente desde las fuerzas políticas sociales progresistas para atajar esta corriente desestabilizadora que conduce hacia la erosión de los principios democráticos más básicos. Esa falta de respuesta ha conducido al actual escenario, en que diversos partidos políticos de extrema derecha han cobrado un notable impulso en el Parlamento Europeo y en la vida política de sus respectivos países, exhibiendo sin tapujos idearios puramente reaccionarios, basados en el nacionalismo exacerbado, la xenofobia, el desprecio y la intencionada burla a las convenciones democráticas, la islamofobia, el rechazo a la inmigración, el juicio edulcorado del nazismo y el fascismo –con revisionismo del holocausto incluida, en algunos casos-, la estigmatización de las minorías étnicas, la culpabilización a los sectores desfavorecidos de su propia condición, la desconfianza respecto de las organizaciones internacionales y hacia la propia Unión Europa, etc. Todo ello revestido de un discurso rompedor, inflamado de desparpajo y con técnicas publicitarias efectistas, con un éxito electoral creciente o que forma ya parte del paisaje político en el Reino Unido, Holanda, Italia, Hungría, Francia, Rumanía, Bulgaria, Bélgica o Austria.
En España, debido en parte a nuestra tardía incorporación al proceso democrático y a la construcción europea (retraso legado por los casi cuarenta años de dictadura franquista), seguimos identificando y respetando mayoritariamente el ideal europeo primigenio que ha inspirado la construcción de la Unión. Si queremos que Europa siga reflejando las aspiraciones comunes de libertad, solidaridad y respeto a la diversidad, debemos sin duda comprometernos activamente en la contención de la inquietante tendencia que se ha expresado en las elecciones europeas en buena parte de los países de la Unión.
Publicado en Oviedo Diario, 27 de junio de 2009.