Blog de artículos publicados en medios de comunicación.

15.7.11

INDIGNARSE CON RAZÓN Y SENTIDO

Como una buena parte de los ciudadanos, he seguido con gran interés las movilizaciones surgidas a partir de la manifestación celebrada el 15 de mayo, las acampadas en las principales ciudades y las actividades reivindicativas posteriores. Es cierto que asistimos a una de las corrientes de inquietud social más significativa de los últimos años y que tiene en este momento una importante incidencia informativa, por la fuerza acumulada, por la relativa novedad de sus mensajes y por la singularidad de su forma de exteriorización. Aunque también es cierto que aún es pronto para valorar su efecto sustancial y el impacto futuro que pueda tener en la realidad política y social de nuestro país, más allá de la manifestación de malestar en un momento concreto. Esto dependerá de muchos factores, entre ellos de su propia capacidad de autoorganización, superando los obstáculos de un asamblearismo paralizante o la aparente falta de concreción de muchas de sus propuestas, si se pretende trascender de la genérica invocación de una mejora del sistema democrático y de las circunstancias económicas. Por otra parte, resultará determinante que la dinámica de confrontación que este movimiento ha planteado respecto al poder institucional tenga una canalización razonable, porque una cosa es no renunciar a despertar cierto grado de malestar (ciertamente no hay transformación esencial posible que no genere tensiones) y otra cosa es confundir la acción directa con la agresividad física y verbal, como hemos visto, entre otros tristes ejemplos, con los Diputados catalanes perseguidos a la carrera o con una “x” pintada en su gabardina.
La bandera de la indignación que se ha enarbolado, aunque puede aglutinar preocupaciones diversas, debería ser, para traducirse en cambios reales, una motivación para desarrollar propuestas políticas más elaboradas. El cabreo meramente constatado no es fuente de proyecto sólido alguno y corre el riesgo de quedarse en fruto de situaciones puntuales. Sin embargo, como vemos en el caso de España, la raíz de las crisis económicas, políticas y sociales que ahora tenemos sobre la mesa, vienen de tiempo atrás y hubieran requerido indignaciones y respuestas de fondo también en los tiempos de aparente abundancia. Las endebles bases de nuestro sistema productivo, las desigualdades lacerantes, la pérdida de peso de las rentas del trabajo en la riqueza o la insuficiencia de los mecanismos de participación ciudadana requieren contestaciones que no sólo surjan esporádicamente sino que pretendan trabajar a largo plazo y que tengan, para ello, una apreciable coherencia y constancia.
Por otra parte, cuando una movilización de estas características hace su aparición en un contexto de zozobra como el actual, en el que la agenda y los resortes de poder real se encuentran en manos de intereses económicos no precisamente apegados a los de la mayoría social y que no necesitan sentarse al frente de las instituciones, hay que tener presente las consecuencias de la desestabilización que se pretende generar y los potenciales beneficiaros de ella. Si se minusvaloran las conquistas obtenidas en nuestro sistema político constitucional (precisamente las que quieren alcanzar muchos de los movimientos revolucionarios en la otra ribera del Mediterráneo), se sitúa en el centro de la crítica a las instituciones democráticas representativas –por muy susceptibles de mejora que sean-, se desprecia a los partidos políticos sin atenuantes ni excepciones o se denuesta ferozmente a los sindicatos justo cuando se está decidiendo su papel en las relaciones laborales, el resultado de esta tendencia no mejorará en absoluto las posibilidades que tiene la ciudadanía de hacer valer su opinión o de defender sus derechos políticos y económicos con los instrumentos que tiene a su alcance. Al contrario, aquéllos que no se han formulado ningún interrogante a raíz de las protestas, que no tienen la más mínima sensibilidad al respecto, que incluso apuestan por la criminalización y por la represión más pura y dura –pidiendo desde el minuto cero el desalojo por la fuerza de las plazas- tendrán un terreno más despejado (y no sólo desde el punto de vista electoral) ante las contradicciones, la debilidad y el desánimo que proliferan en el campo político, social y sindical progresista, al que afecta más que a nadie la dinámica de deslegitimación a la que asistimos.
Quizá a la vuelta de la esquina, cuando no pueda sostenerse con tanta intensidad el movimiento de protesta, cuando lo que quede para mantener propuestas diferentes a las del neoliberalismo rampante sean las criticadas estructuras asociativas, sindicales y políticas y los representantes de izquierda en ayuntamientos y parlamentos (en menor número y en la oposición, en la mayor parte de los casos), es posible que, en ese momento, alguien se acuerde de que contar con una estrategia digna de tal nombre y con cierta visión de su futuro es condición necesaria para tener verdadera capacidad transformadora.




Publicado en Fusión Asturias, julio 2011.

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14.7.11

PUNTO Y SEGUIDO EN EL CULEBRÓN DE VILLA MAGDALENA

Con la Sentencia del Juzgado de lo Contencioso-Administrativo nº 2 que anula el Convenio con el que el Ayuntamiento de Oviedo pretendía enjugar la deuda derivada de la expropiación de Villa Magdalena, no se cierra, ni mucho menos, este larga historia, plagada de desafueros. En el mejor de los casos la decisión judicial aleja los riesgos para la integridad del Campo San Francisco –lo que no es poco-; constituye un rapapolvo a la forma de proceder que ha marcado la actuación del Alcalde, carente de la más elemental prudencia; y deja en palabrería las declaraciones altisonantes realizadas por el Gobierno local en todos estos meses en defensa del Convenio, que contrastan con la rapidez que ahora le ha llevado a no recurrir la Sentencia y a proponer allanarse en el resto de contenciosos pendientes (tarea para la que, por cierto, se hubiera bastado y sobrado la Abogacía Consistorial, haciendo innecesario recurrir a profesionales externos).
En el minuto cero de esta segunda parte nos encontramos con una cruda realidad que no es posible obviar, si se quiere actuar con diligencia, ya que la deuda (aún indeterminada) que se derive de la retasación de Villa Magdalena instada en marzo de 2007 sigue pendiendo amenazante sobre los intereses municipales. No sobra recordarlo, porque la empresa expropiada, aunque haya perdido las oportunidades de negocio y enriquecimiento que comportaba el Convenio, sigue teniendo, en buena medida, la sartén por el mango: persiste su derecho a la retasación, hasta ahora avalado judicialmente; las circunstancias a considerar en la nueva valoración son las del momento en que ésta se instó; y, aunque se entendiese (lo que es discutible) que la empresa ya no puede invocar su valoración de 63 millones de euros y ha quedado vinculada por la valoración acordada en el Convenio anulado, ésta asciende a la considerable cifra de 29,5 millones de euros, es decir, una cantidad 12 millones de euros superior a la ya pagada por el justiprecio inicial y los intereses abonados. Para echarse a temblar.
Así las cosas, no tiene mucho sentido aferrarse únicamente a una genérica invocación –la que hacen FAC e IU- de las responsabilidades de los causantes del desaguisado, sin plantear nada más. Claro que el Ayuntamiento tendrá que ejercer acciones para desentrañar quién es el causante de que no se consignase en 1998 (y en lo sucesivo hasta el momento en que se instó la retasación) el justiprecio expropiatorio que se recurrió judicialmente; y claro que todo apunta a los sucesivos responsables de Economía y al propio Alcalde que desoyeron los informes de diferentes funcionarios y los llamamientos de PSOE e IU. Además los tres grupos municipales de la oposición podrán instar esta vía en el propio Pleno de la Corporación. Pero, entre tanto, la empresa expropiada puede ejercer sus pretensiones frente al Ayuntamiento de Oviedo, y esto nos afecta a todos porque está en juego, y de qué manera, el interés público. Por eso, no sólo toca reclamar responsabilidades sino, como ha planteado la concejala socialista Margarita Vega, ponerse manos a la obra para intentar evitar que se cause un nuevo quebranto a las arcas y al patrimonio municipal y para impedir que se legue a las generaciones venideras este grave problema, que venimos arrastrando penosamente desde hace varios lustros.



Publicado en Oviedo Diario, 9 de julio de 2011.

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CON DONOSTIA

Me han sorprendido y desagradado amargamente las reacciones a la reciente decisión del Comité de Selección de la Capitalidad Europea de la Cultura 2016 de proponer el nombramiento de San Sebastián para este reconocimiento. Hemos visto, procedentes de diversas fuentes, incluyendo algunos responsables municipales de las ciudades competidoras, declaraciones destempladas, valoraciones cargadas de recelo e interpretaciones de lo más disparatado sobre la resolución del jurado. Por supuesto, no han faltado a su cita con la cizaña –encuentro que es práctica habitual en algunos- los artífices de la fallida candidatura de Oviedo a esta distinción, que, lejos de analizar con el detenimiento debido las carencias de su proyecto y los errores de enfoque que la hicieron inviable, continúan dedicándose a echar la culpa al empedrado, blandiendo supuestas conspiraciones y que, en algún lamentable caso, sacan ahora a relucir las cansinas controversias nacionales y territoriales. Nada nuevo bajo el sol, porque buscar falsos enemigos externos para justificar o encubrir los defectos propios viene siendo marca de la casa en el gobierno local y todo lo que lo rodea. Es una táctica socorrida a la que, por lo que se ve, otros también recurren, algunos con tremenda saña.
Es alucinante que a estas alturas alguien trate de cuestionar la trayectoria cultural y ciudadana de San Sebastián. Sólo desde la mezquindad o la ignorancia pueden minusvalorarse sus activos, su apuesta por programaciones que guardan perfecta coherencia entre lo popular y lo avanzado, sus equipamientos culturales de referencia, la enorme proyección que ha alcanzado gracias a eventos, festivales o celebraciones tradicionales y, sobre todo, la vitalidad social que la recorre y que explica la fuerza de esta ciudad. Sobre esta excelente base, bajo el impulso del socialista Odón Elorza, que ha sido un magnífico Alcalde –también en tiempos mucho más difíciles- de labor sobradamente reconocida, la candidatura presentada bajo el título “Olas de energía ciudadana” responde fielmente, según la valoración del jurado, al objetivo de la iniciativa comunitaria, tratando de ir más allá de un recopilatorio de actividades más o menos hilvanadas, aunando actividad cultural con desarrollo socioeconómico, promoción de valores cívicos, impulso a la conciencia medioambiental y solidaria, etc. Nada hay que objetar al Comité de Selección, que, no sobra recordarlo, está compuesto mayoritariamente (7 de sus 13 integrantes) por personas nombradas por las instituciones europeas y que merece un respeto antes de situarlo gratuitamente en el descrédito o en la arbitrariedad, como se ha pretendido.
Algunas cosas preocupantes quedan de manifiesto a resultas de la polémica que se vive estos días. El grado de radicalidad y cerrazón que revela la furibunda respuesta significa que no pocos pretendían, directamente, excluir a una ciudad únicamente por el resultado electoral, sin importar que Bildu sea una coalición política legal o que el nuevo Alcalde de San Sebastián esté haciendo esfuerzos por mostrarse moderado y cuidadoso, a pesar de las diatribas en su contra. Esperemos que esta dinámica de envilecimiento ni sea alimentada ni quede sin reproche, porque otorgar réditos a la discordia y la discriminación conduce siempre a pendientes peligrosas. Llama también la atención que se acuse de antemano al Alcalde donostiarra de la potencial utilización partidaria del éxito obtenido y de las oportunidades que vienen aparejadas, cuando quien esgrime este argumento hace, precisamente, uso de la derrota con singular parcialidad; en nuestra realidad local, no hay más que rememorar las maniobras del gobierno municipal para acusar a diestro y siniestro de un complot contra su candidatura, precisamente evidenciando un sectarismo mayúsculo –y poco sentido del ridículo- con sus afirmaciones.
Lo que toca, por un mínimo de elegancia y justicia, es reconocer nuestra sana envidia, descubrirse y aprender de Donostia en las cosas positivas que tiene de ejemplo, que son muchas.




Publicado en Oviedo Diario, 2 de julio.

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EN LA MUERTE DE UN HOMBRE LIBRE

La enorme figura moral y política de Jorge Semprún contiene para mí no sólo la evocación del hombre de acción, el joven antifascista enrolado en el maquis francés, el deportado superviviente de Buchenwald, el hábil clandestino Federico Sánchez, el agitador de las primeras movilizaciones universitarias antifranquistas, el librepensador desafiante, el inconformista Ministro de Cultura, el exitoso guionista de cine o, sobre todo, el sobresaliente escritor. Todo eso, nada más y nada menos, se encuentra en su riquísima trayectoria biográfica y por ello permanecerá largamente su memoria, engrandecida ahora que comienzan las lamentaciones en España por no haber reconocido suficientemente su aportación. Pero, para mí, Jorge Semprún, además de un hombre admirable, brillante y comprometido, fue -permítanme la confidencia- una de las personas cuyo testimonio personal, expresado con belleza, agudeza y claridad en sus obras, mayor impacto me ha causado y, si se quiere decir así, más preguntas y motivaciones me ha suscitado. Compréndase que, al caer en mis manos (en una Semana Negra, por cierto) la casi postrera Veinte años y un día (2003), para el joven lector que yo era, tremendamente emocionado por La Esperanza de Malraux, aquel primer acercamiento a la obra de Jorge Semprún (a quien Bernard-Henri Lévy equipara, precisamente, con Malraux) se producía con los brazos abiertos, ya al conocer que durante parte de su etapa de partisano en la Borgoña, en 1943, Semprún llevaba consigo, como libro de referencia, el variopinto retrato de los defensores de nuestra II República que Malraux escribió. Las horas provechosas, aunque no precisamente de sosiego, que he pasado leyendo a Semprún (y las que me quedan) y todo lo que me ha reportado tratar de extraer todo el jugo a su literatura, son impagables. Como acertadamente suele decirse en estos, el mejor homenaje que puede tributársele es animar a descubrirle como el perspicaz intelectual -en el mejor sentido del término- y el gigante literario que fue, capaz de edificar su obra con un pie en sus valiosas vivencias y el otro en el contexto que le tocó soportar y desentrañar.
Se ha dicho, y es indiscutible, que en la experiencia vital de Semprún confluyeron muchos de los acontecimientos históricos del terrible e intenso siglo XX. Pero no hablamos sólo de un testigo excepcional que relató lo que contempló y padeció en primera persona, como en las inolvidables y angustiosas El largo viaje (1963) o Viviré con su nombre, morirá con el mío (2001). Hablamos también del hombre lúcido capaz de interpretar los hechos y extraer consecuencias para su acción política y sus decisiones personales. Porque Semprún no fue sujeto pasivo de la historia, aunque sí sufridor de élla, empezando por su condición de víctima de la pesadilla nazi. Desde el momento en que, con apenas 20 años, el joven estudiante de Filosofía tomó partido por la resistencia contra la ocupación alemana, con riesgo para su vida, vinculó reflexión y activismo de forma inseparable para el resto de sus días. A esta actitud de coherencia sumó la capacidad de analizar permanentemente el sentido de su militancia, con una actitud profundamente consciente, autoexigente y crítica, alejada de la tendencia falsamente autosuficiente en la que en ocasiones se cae desde las estructuras de organización política. Fue, por ello, vehemente e incómodo, dispuesto a desenvolverse en el conflicto a veces necesario y preparado para asumir las consecuencias de sus posiciones. Obtendríamos una visión edulcorada y parcial de Semprún si no se destacase este aspecto controvertido, que le llevó a confrontaciones, a veces ásperas: con el PCE del que fue expulsado en 1964, pese a haber anticipado la necesidad de cambios como los que luego, asumidos por este partido, dieron paso al necesario distanciamiento del bloque soviético; con sectores significativos del PSOE, al alinearse en las tensiones internas en su etapa gubernamental (1988-1991), pese a su condición de independiente; o con personalidades destacadas de la actividad cultural en España, mientras estuvo al frente del Ministerio. Episodios magníficamente recogidos en Autobiografía de Federico Sánchez (1977) o Federico Sánchez se despide de ustedes (1993); obras que, por otra parte, van mucho más allá de un repaso literario a las inevitables contradicciones de la izquierda.
Aunque siempre quedará lo que ha dejado escrito, con Semprún se pierde –y la echaremos en falta- una voz autorizada, elocuente y veraz. La de un hombre radicalmente libre, ferozmente celoso de su independencia y grabado con las cicatrices más vivas de la historia.



Publicado en Oviedo Diario, 11 de junio de 2011.

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