FRENAR LA MASACRE REPETIDA
El conflicto de Gaza nos permite comprobar, una vez
más, los estándares morales sobre los que actúa la comunidad internacional.
Parece cosa común, a juzgar por lo vivido, acostumbrarse a que, a resultas de
episodios violentos de un conflicto de décadas en el que el pueblo palestino tiene
motivos para perder la esperanza de una solución razonable y justa, cada cierto
tiempo se produzca una agresión desproporcionada sobre Gaza que dejé tras de sí
centenares de víctimas civiles, destrucción, humillación y pobreza. En esta
ocasión, además, los ataques deliberados a objetivos civiles, escuelas,
hospitales, mercados, medios de comunicación, instalaciones de las Naciones Unidas, infraestructuras para el abastecimiento de agua y energía, el desprecio
por la vida de la población civil, la ausencia de compasión, la indiferencia a
los llamamientos para cesar las hostilidades y la sensación de impunidad con la
que se manejan los líderes israelíes, son elementos de especial gravedad que
pueden llevar a una escalada de impredecible final. Por otra parte, la sociedad
israelí, aunque plural, parece mayoritariamente entregada a un discurso
belicista y segregacionista, que, además, no presagia ninguna voluntad de
otorgar concesiones elementales para hacer viable una solución pacífica al
contencioso histórico; y la ausencia de piedad, desgraciadamente, parece
extenderse, banalizando el ataque como objeto de contemplación patriótica o
trivializando el odio, ajenos incluso al viejo y de por sí cuestionable lema
del “ojo por ojo”, ya que la asimetría de la respuesta a los ataques de Hamas
es manifiesta.
Ante
el desastre humanitario en Gaza lo que sería esperable no es la retahíla de
lamentos acomodados y condenas huecas. Los Estados y las organizaciones internacionales
tienen instrumentos suficientemente poderosos para reaccionar con determinación
ante la violación masiva de derechos humanos que se lleva a cabo contra la
población palestina. Llegados a este punto de franco desprecio por la vida
ajena, sería precisa una acción concertada que contemplase la adopción de
sanciones económicas de alcance, el llamamiento a consultas de las
representaciones diplomáticas o incluso el cierre temporal de embajadas y
consulados, la suspensión o aislamiento en foros y organizaciones
internacionales, el embargo de armas y material con doble uso civil y militar,
la congelación de activos económicos del Estado de Israel y de sus dirigentes,
la prohibición de entrada de éstos en terceros países y, ante la constancia de
la comisión reiterada y deliberada de crímenes de guerra (violaciones del
derecho internacional humanitario y en concreto ataques intencionados contra
población civil, escuelas, hospitales, lugares religiosos, etc.) e incluso
crímenes contra la humanidad (en la modalidad de actos inhumanos dirigidos, en
un ataque extendido y sistemático, a causar gran sufrimiento a la población
civil), la solicitud por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas de la
correspondiente investigación y proceso a los responsables, ante la Corte Penal Internacional. No obstante, ninguna de estas acciones ni otras similares, que
sin duda cambiarían el panorama, serán tomadas y, más allá de los reproches
retóricos y los gestos de preocupación, no es de esperar que se adopten medidas
eficaces ni que se desplieguen esfuerzos diplomáticos consistentes, para
detener la sangría.
Procede
recordar, además, que nada tiene que ver el llamamiento a que concluya el
horror y a que la comunidad internacional actúe decididamente, con otras consideraciones
sobre el conflicto de fondo o sobre circunstancias históricas que habitualmente
salen a relucir. Solicitar la debida reacción frente a una actuación netamente
criminal, abusiva y espantosamente cruel no sitúa a quien lo pide en la
condición de antisemita ni significa negar el derecho a la existencia del
Estado de Israel. Tampoco significa desconocer las amenazas permanentes sobre
la seguridad de Israel, las atrocidades que el antisemitismo ha deparado o el
contexto convulso y en algunos casos regresivo que vive el entorno geográfico
de Israel. De lo que se trata es, simple y llanamente, de clamar contra la
comisión de crímenes que repugnan a la conciencia humana y de invocar los
instrumentos del Derecho Internacional para frenar la catástrofe. Y, también,
de evitar que la semilla del odio siga sembrada para generaciones enteras, con
efectos desestabilizadores que afectan no sólo a la región sino, por su fuerte
carácter simbólico, al mundo entero.
Publicado en Asturias24, 5 de agosto de 2014.
Etiquetas: crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra, Gaza, Israel, justicia, naciones unidas, Palestina, paz
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home