TRES INTRUSOS
Como, pese a
todo, vivimos en un país bastante potable, muchas personas no se han tomado la
molestia de sentarse un solo día, ni siquiera por interés sociológico, a ver en
la televisión cualquier programa del corazón o show de entretenimiento en el
que salga el primo del tío de un supuesto personaje público. Tampoco compran ninguna
revista de la industria rosa, ni de las que glorifican el poder y el dinero ni
de las más -llamémoslas así- populares. Consideran, con razón, que es una
pérdida de tiempo y un aburrimiento infinito (¡quien aguanta 4 horas de Sálvame todos los días!). Sin embargo,
también como la gran mayoría, saben perfectamente que la hija de Belén Esteban,
de nombre Andreíta, por la que aquélla –como todas las madres por sus hijos-
mataría, no se comía el pollo; y que la hija adoptiva de Isabel Pantoja, de
nombre artístico Chabelita, ha tenido
un crío extramatrimonial con un mozo con el que al parecer ya no se trata. Para
saberlo no hace falta buscar cualquiera de las informaciones alusivas, ni
ponerse a tiro de ninguna emisión que las aborde, ni siquiera zapear y
detenerse unos minutos a contemplar con curiosidad de antropólogo el miserable
y exitoso espectáculo de la telebasura y el pseudofamoseo.
Casi
peor, porque se la considera seria, es lo que sucede con la información deportiva,
es decir, teóricamente centrada en las competiciones y los resultados, pero en
la que se recurre hasta la saciedad a lo paradeportivo, llenándola de futilidades
y publicidad gratuita para el negocio que rodea los campos de juego, sobre todo
en el caso del futbol. Puede uno no prestar una atención más que residual a la
materia (lo que no excluye cierta afición, claro); pero de repente se da cuenta
de que conoce los detalles, por ejemplo, de la sanción impuesta al delantero
Luis Suárez por morder a otro futbolista, que el infractor se encuentra triste
por cumplir el castigo, los recursos emprendidos y, peor aún, siente que se le
invita a formarse una opinión sobre la materia (incluso a dejar que se sepa, al
estilo del Presidente uruguayo). A esto
se suma la inflación de competiciones y la enervante sensación de que no dan un
respiro a quienes, pongamos por caso, quieren encender una radio generalista
cualquier tarde sin escuchar a comentaristas histriónicos cantando un gol.
Aunque
a priori trate de asuntos enjundiosos de interés para todos, la necesidad
compulsiva de los partidos políticos de cubrir espacios y repetir mensajes deja
también su marca intrusiva, sobre todo cuando llegan los periodos menos intensos
de actividad institucional o no hay acontecimientos de los que se juzgarían de
rabiosa actualidad. Véase, por ejemplo (aquí el PP supera con creces en
insistencia al resto), la utilización de segundos o terceros espadas o artificiales
reuniones internas, teóricamente de trabajo o debate, pero en la práctica una excusa
para mantener tensión, conservar cuota de pantalla y asegurar que no se perderá
fuelle ni siquiera un fin de semana aparentemente plano. La verborrea
partidaria, unida a la falta de credibilidad, abunda en el politiqueo simplón
en el que perseveran pese a que el destinario sinceramente interesado por la
política suele repeler que le vendan la moto y le traten como consumidor
político y no como ciudadano consciente. Por eso resulta irritante admitir que un vicesecretario de algo, queriendo machacar con el discurso oficial una y otra
vez, se cuele de forma destacada entre la ración informativa del día y además a
su propaganda barata, reproducida casi sin filtro ni contexto, se le considere
noticia.
Claro
que hay diferencias, en contenido y
relevancia, entre los tres ejemplos expuestos a trazo grueso. Pero todos ellos
tienen un denominador común: su carácter entrometido y la técnica de saturación
empleada, hasta dejar en el público de destino adecuadamente colocado el
producto que se promociona, dejando un sedimento bien compacto que, sin
quererlo, ya forma parte de lo que a uno rodea cotidianamente, casi una huella
“cultural”, diríamos. No hay escapatoria posible, te llega por uno u otro lado
y acabas acumulando datos que te estorban como una costra, o incorporando a la
forma de expresión, de debate o de discurso las prácticas empobrecedoras de aquello
que te invade. No olvidemos que, en los informativos televisivos habituales, la
parrilla de las cadenas de radio o los portales de internet más comunes (e
incluso en la parte de la prensa escrita que aún confía en el estilo del tabloide
y el sobrevuelo sobre la noticia), elegir los asuntos como lo hacen y
otorgarles la relevancia que les confieren se hace siempre en detrimento de
algo. En esa decisión, donde se la juegan en respetabilidad pero sobre todo en
audiencia del medio, sabemos generalmente de qué lado cae la balanza. Tanto es
así que cuando quieren lanzar un reportaje o entrevista (el género reflexivo
por excelencia) sobre un asunto de fondo o con alguna persona de verdadero
interés, te avisan, por lo infrecuente o secundario en el reparto de espacio, o
para que cambies de canal, emisora o página cuando el ritmo de la exposición se
haga más cadencioso. Mientras tanto, la dosis -en ocasiones tóxica- del
contenido intrusivo te la comes siempre.
Publicado en Asturias24, 2 de septiembre de 2014.
Publicado en Asturias24, 2 de septiembre de 2014.
Etiquetas: fútbol, medios de comunicación, política, politiqueo, prensa rosa, sociedad del espectáculo, telebasura, televisión
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