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20.9.14

TRES INTRUSOS


Como, pese a todo, vivimos en un país bastante potable, muchas personas no se han tomado la molestia de sentarse un solo día, ni siquiera por interés sociológico, a ver en la televisión cualquier programa del corazón o show de entretenimiento en el que salga el primo del tío de un supuesto personaje público. Tampoco compran ninguna revista de la industria rosa, ni de las que glorifican el poder y el dinero ni de las más -llamémoslas así- populares. Consideran, con razón, que es una pérdida de tiempo y un aburrimiento infinito (¡quien aguanta 4 horas de Sálvame todos los días!). Sin embargo, también como la gran mayoría, saben perfectamente que la hija de Belén Esteban, de nombre Andreíta, por la que aquélla –como todas las madres por sus hijos- mataría, no se comía el pollo; y que la hija adoptiva de Isabel Pantoja, de nombre artístico Chabelita, ha tenido un crío extramatrimonial con un mozo con el que al parecer ya no se trata. Para saberlo no hace falta buscar cualquiera de las informaciones alusivas, ni ponerse a tiro de ninguna emisión que las aborde, ni siquiera zapear y detenerse unos minutos a contemplar con curiosidad de antropólogo el miserable y exitoso espectáculo de la telebasura y el pseudofamoseo.
Casi peor, porque se la considera seria, es lo que sucede con la información deportiva, es decir, teóricamente centrada en las competiciones y los resultados, pero en la que se recurre hasta la saciedad a lo paradeportivo, llenándola de futilidades y publicidad gratuita para el negocio que rodea los campos de juego, sobre todo en el caso del futbol. Puede uno no prestar una atención más que residual a la materia (lo que no excluye cierta afición, claro); pero de repente se da cuenta de que conoce los detalles, por ejemplo, de la sanción impuesta al delantero Luis Suárez por morder a otro futbolista, que el infractor se encuentra triste por cumplir el castigo, los recursos emprendidos y, peor aún, siente que se le invita a formarse una opinión sobre la materia (incluso a dejar que se sepa, al estilo del Presidente uruguayo).  A esto se suma la inflación de competiciones y la enervante sensación de que no dan un respiro a quienes, pongamos por caso, quieren encender una radio generalista cualquier tarde sin escuchar a comentaristas histriónicos cantando un gol.
Aunque a priori trate de asuntos enjundiosos de interés para todos, la necesidad compulsiva de los partidos políticos de cubrir espacios y repetir mensajes deja también su marca intrusiva, sobre todo cuando llegan los periodos menos intensos de actividad institucional o no hay acontecimientos de los que se juzgarían de rabiosa actualidad. Véase, por ejemplo (aquí el PP supera con creces en insistencia al resto), la utilización de segundos o terceros espadas o artificiales reuniones internas, teóricamente de trabajo o debate, pero en la práctica una excusa para mantener tensión, conservar cuota de pantalla y asegurar que no se perderá fuelle ni siquiera un fin de semana aparentemente plano. La verborrea partidaria, unida a la falta de credibilidad, abunda en el politiqueo simplón en el que perseveran pese a que el destinario sinceramente interesado por la política suele repeler que le vendan la moto y le traten como consumidor político y no como ciudadano consciente. Por eso resulta irritante admitir que un vicesecretario de algo, queriendo machacar con el discurso oficial una y otra vez, se cuele de forma destacada entre la ración informativa del día y además a su propaganda barata, reproducida casi sin filtro ni contexto, se le considere noticia.
Claro que  hay diferencias, en contenido y relevancia, entre los tres ejemplos expuestos a trazo grueso. Pero todos ellos tienen un denominador común: su carácter entrometido y la técnica de saturación empleada, hasta dejar en el público de destino adecuadamente colocado el producto que se promociona, dejando un sedimento bien compacto que, sin quererlo, ya forma parte de lo que a uno rodea cotidianamente, casi una huella “cultural”, diríamos. No hay escapatoria posible, te llega por uno u otro lado y acabas acumulando datos que te estorban como una costra, o incorporando a la forma de expresión, de debate o de discurso las prácticas empobrecedoras de aquello que te invade. No olvidemos que, en los informativos televisivos habituales, la parrilla de las cadenas de radio o los portales de internet más comunes (e incluso en la parte de la prensa escrita que aún confía en el estilo del tabloide y el sobrevuelo sobre la noticia), elegir los asuntos como lo hacen y otorgarles la relevancia que les confieren se hace siempre en detrimento de algo. En esa decisión, donde se la juegan en respetabilidad pero sobre todo en audiencia del medio, sabemos generalmente de qué lado cae la balanza. Tanto es así que cuando quieren lanzar un reportaje o entrevista (el género reflexivo por excelencia) sobre un asunto de fondo o con alguna persona de verdadero interés, te avisan, por lo infrecuente o secundario en el reparto de espacio, o para que cambies de canal, emisora o página cuando el ritmo de la exposición se haga más cadencioso. Mientras tanto, la dosis -en ocasiones tóxica- del contenido intrusivo te la comes siempre.

Publicado en Asturias24, 2 de septiembre de 2014.

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