Blog de artículos publicados en medios de comunicación.

27.10.10

LECCIONES CHILENAS

El rescate de los 33 trabajadores atrapados en la Mina San José, cuyo feliz conclusión hemos podido seguir al instante, ofrece muchas oportunidades para el análisis de acontecimientos que, por su emotividad y simbolismo, concentran la atención de la opinión pública y tienen capacidad de dejar huella en quien los observa. Pocas cosas son producto de azares; ninguna de milagros, incluido un rescate de esta naturaleza, resultado, entre otros elementos, del conocimiento científico y su aplicación técnica. A su vez, los procesos sociales en los que incide este suceso, lejos de generarse espontáneamente, tienen en su gestación numerosas causas de origen más profundo. Pero es indudable que algunos hechos, por su fuerza, tienen significado y trascendencia prácticamente por sí mismos, y pasan a integrar la relación de momentos históricos que, acompañados en nuestro tiempo de la imagen y su difusión global, a todos nos alcanzan. Es este el caso porque ni los más serenos pueden abstraerse del júbilo de rescatados y rescatadores, del fraternal sentimiento de ciudadanos de todo el mundo sinceramente conmovidos o de la tenacidad de los comprometidos en salvar la vida de los atrapados. Por fortuna, pasado el instante decisivo, queda el sedimento que dejan algunas reflexiones que se han conseguido colar entre programas especiales, noticias ya recurrentes y un torbellino mediático a veces desbocado.
La dignificación de la imagen del minero chileno sirve para reivindicar, con toda justicia, el reconocimiento debido al trabajador manual que desempeña su labor en circunstancias de riesgo y esfuerzo físico. En este sistema económico y organización productiva en la que millones viven –vivimos- ajenos al origen material de muchas cosas que nos rodean, a veces parece despreciarse el valor de las actividades más elementales y, en muchas ocasiones, más dificultosas, entre éllas extraer de la tierra sus riquezas o transformar las cosas con las propias manos. En Asturias, por nuestra arraigada tradición agrícola, ganadera y minera e industrial, nuestra memoria colectiva guarda intensa relación –aunque algo se haya atenuado- con esta realidad; pero, en las sociedades urbanizadas y de consumo de las que ya formamos parte, todos corremos el riesgo de perder esta referencia, que sigue siendo esencial y debe ser perfectamente compatible con la modernización del tejido económico.
La capacidad de resistencia, las habilidades organizativas, la fuerza de la voluntad colectiva y el valor de la solidaridad humana adquieren mayor aprecio, también, en acontecimientos como éstos. Hemos conocido menos detalles, hasta este momento, de los 17 días que transcurrieron entre el derrumbe y la primera prueba de vida. Seguramente es imposible imaginar esas jornadas, pero sólo intentarlo infunde auténtico terror. No es aventurado afirmar que sólo la voluntad de vivir, el apoyo mutuo, la disposición personal generosa y la organización social permitieron el resultado conocido.
En particular es importante que, superada la prueba más difícil, mineros, equipos de emergencias y también responsables públicos hayan sido capaces de destacar –para no perder la perspectiva- la importancia que ha tenido este suceso al poner de relieve las condiciones de trabajo, las deficiencias de seguridad y la necesidad de determinar responsabilidades. Ahora, cuando, tras la celebración, queda la ardua tarea de poner en práctica estas intenciones (ante las presiones y los intereses en juego, en una potencia minera como Chile), es donde se demostrará si el Presidente Sebastián Piñera, que se ha hecho acreedor de un merecido respeto –pese a ciertos excesos propagandísticos- al impulsar los esfuerzos para la búsqueda y el rescate, tiene convicción y determinación suficiente para llevarla a cabo y cumplir el compromiso que ha adquirido ante los ciudadanos a los que representa.
Claro que el paso del tiempo, los acontecimientos que vendrán o el salto a cualquier otro evento cuya espectacularidad atraiga el interés de los medios -la nueva tragedia o heroicidad que en cualquier parte del mundo capte nuestras miradas- desdibujará las emociones de estos días. También conviene advertir que el foco de atención, puesto en el desierto de Atacama con tanta profusión, es a veces caprichoso cuando miles de historias que comparten muchas características dramáticas permanecen totalmente olvidadas. Pero que podamos sentirnos dichosos con el desenlace y, en la distancia, seamos capaces de vibrar con el sufrimiento y la esperanza de nuestros congéneres, nos humaniza y nos hace mejores. El resultado es doblemente positivo si somos, además, capaces de apartar la hojarasca del espectáculo, que inevitablemente todo lo rodea, y podemos compartir las lecciones aprendidas que son válidas, aquí y allí, en muchos órdenes de la vida.

Publicado en Oviedo Diario, 16 de octubre de 2010.

LAS CONSECUENCIAS DE LA INDOLENCIA

De la respuesta de las sociedades ante determinadas situaciones graves pueden obtenerse datos relevantes, a veces concluyentes, sobre su prelación de valores y estima por la civilidad. Algunos acontecimientos, principalmente los que desatan efectos negativos, ponen a prueba la voluntad de los integrantes de una colectividad, y de ésta en su conjunto, para hacer prevalecer aquéllos principios que se dicen inspiradores del orden moral, de las pautas de conducta y de las instituciones que rigen la vida pública.
El examen es particularmente provocador cuando la sucesión de hechos que motivan el cuestionamiento moral ocurre sobre un sector concreto de la sociedad, minoritario, que comparte algún rasgo diferenciador (a veces ya atenuado) y en situación de relativa desventaja por las circunstancias que sea. A lo largo de la historia, las agresiones, más o menos intensas y más o menos institucionalizadas, frente a grupos sociales, étnicos, religiosos, etc. minoritarios son una constante, con algunos episodios que han alcanzado extrema virulencia, siendo más significativo en el último siglo (por su sistematicidad, organización industrial y crueldad) el exterminio de los judíos europeos por el nazismo, pero que, aún con notables diferencias, comparte un mismo sustrato con todo proceso de discriminación de gran intensidad: caracterización uniforme a todos los individuos de un grupo, exaltación sesgada de aspectos negativos para su descalificación de principio, culpabilización a la minoría de problemas de alcance pese a que sus causas sean claramente más profundas, creación de una dinámica de supuesta confrontación con los intereses generales, etc. El grado más preocupante de esta tendencia se alcanza cuando, agravando la desconfianza a veces latente, desde los poderes públicos, instrumentalizados al servicio de intereses concretos, se transforman prejuicios y recelos subyacentes en un política estructurada de arbitrariedad y castigo colectivo frente a la minoría, pasando por encima de consideraciones y garantías que supuestamente forman parte del núcleo del sistema político. Transgredido ese límite, el riesgo de sumergirse en una rápida involución es manifiesto, de consecuencias inciertas y difícilmente soportables para las víctimas de esa política discriminatoria
En esa frontera cuyo traspaso conduce al irremisible deterioro de la convivencia se encuentra ahora Europa con la política seguida por el Gobierno de Francia en su programa de expulsiones colectivas de ciudadanos rumanos y búlgaros pertenecientes a la comunidad gitana. Bajo la justificación de la supuesta situación de irregularidad administrativa, el proceso tiene los rasgos definitorios de las discriminaciones aplicadas a gran escala: tratamiento diferenciado a un colectivo por su propia condición, procedimientos gubernativos sin suficientes garantías, profunda estigmatización, utilización de argumentos que persiguen el enfrentamiento de esta minoría con el resto, apelación constante a una supuesta seguridad colectiva, etc. Añadido en este caso es especialmente relevante el desprecio a la identidad europea de los expulsados, lo que, independientemente de las limitaciones legales transitorias impuestas a la libre circulación de ciudadanos rumanos y búlgaros, significa contradecir la vocación integradora del proyecto europeo y la voluntad de otorgar especiales garantías a los ciudadanos de los Estados que integran la Unión. Se mire como se mire, el proceso que se vive en Francia tiene las características de una inusitada deportación masiva, planificada, contraria al espíritu europeo, alentadora de procesos de segregación más amplios (no olvidemos las dificultades que viven muchos gitanos europeos en el países del Este y de Europa Central) y llevada a cabo por un Estado que se dice heredero de la tradición humanística y en el que la libertad y dignidad del ser humano forman parte de sus emblemas nacionales.
Este nuevo desafío para los fundamentos del modelo de convivencia europeo es especialmente grave, por la excepcional importancia del país del que procede y, sobre todo, por la falta de una reacción suficiente desde las instituciones europeas (con la honrosa excepción del Parlamento y el intento de la Comisaria Reding), las autoridades del resto de los Estados y, singularmente, de la propia sociedad civil. Precisamente la pasividad cómplice, la incapacidad de empatizar con el sufrimiento del otro y, sobre todo, la posibilidad de considerar admisible esta clase de atropellos, constituyen la base sobre la que, tradicionalmente, se sustentan las tropelías cometidas por los poderes autoritarios.

Publicado en Fusión Asturias, octubre de 2010.

8.10.10

DE HUELGAS, PIQUETES Y CONTEXTOS

En la estrategia seguida por determinados intereses para estrangular al sindicalismo de clase, el espantajo que se ha agitado con más insistencia –y éxito- a raíz de la huelga general es el de los piquetes informativos. Tanto se ha dicho de sus acciones y tantos calificativos han merecido entre tertulianos biempensantes que parece que en la jornada del miércoles hubiésemos estado bajo la insoportable presión de una horda de incontrolados dispuestos a quebrar irremediablemente todo orden social, lo que, como se pudo comprobar, no fue así. Independientemente de la naturaleza de los excesos que se hayan cometido y del juicio que nos merezcan, la deformada imagen que se pretende ofrecer de su actividad ha sido tremendamente exagerada y, en algunos casos, claramente malintencionada.
Detrás de la crítica a los piquetes sindicales hay mucho más que la pretendida invocación del orden a preservar en una jornada de huelga o del derecho de cada trabajador a decidir libremente si se suma o no a la movilización. Por un lado, se pretende desconocer la realidad, amarga e inevitable, de que ningún trabajador es ajeno a las circunstancias de su entorno a la hora de resolver la íntima disyuntiva (ir o no a la huelga) que una convocatoria de este tipo le plantea. Circunstancias que son laborales, pero también personales, familiares y sociales, que lamentablemente desaconsejan sumarse a la protesta –a ésta y prácticamente a todas- en estos tiempos de descreimiento y escepticismo. Circunstancias que reducen, en la práctica, el margen de autonomía para decidir y que, a su vez, incrementan el peso de todos los condicionantes que dificultan un ejercicio de esa facultad que pudiésemos calificar de verdaderamente libre. Por otro lado, se ofrece la falsa apariencia de una supuesta armonía preexistente, únicamente quebrada por la furia del piquetero, como si sólo ésta fuese la nota discordante, como si en la relación entre los factores productivos no hubiese otras muchas formas de presión ejercidas frente al trabajador o como si no cupiese espacio para la controversia cuando quien formula las reivindicaciones es el actor aparentemente menos fuerte, cuyos métodos de respuesta son mucho más limitados. En definitiva, se plantea ese debate como si se desenvolviese en un escenario vacío, desprovisto de todo elemento predispuesto, generando una ficción en la que nada justifica que los huelguistas pretendan hacer notar vehementemente su reivindicación. Se trata de esconder la existencia de la disputa –que no se exprese con ímpetu ni sea tangible ante los centros de trabajo- para diluir la propia existencia de intereses en juego, que a veces se encuentran contrapuestos, como sucede cuando se debate la regulación del trabajo por cuenta ajena y se determinan las contrapartidas que recibe quien lo pone en el proceso productivo, que de eso se habla, a la postre, cuando se discute sobre legislación laboral.
A cualquier intento serio de demostrar capacidad de organización y fuerza reivindicativa enraizada en la noción de pertenencia a la clase trabajadora, no pocos resortes profundos se disparan en los centros de poder económico, con la consiguiente campaña en algunos medios de comunicación y la reacción inmediata de los representantes políticos de la nueva derecha. La víctima de esta estrategia se encuentra, en este caso, encarnada en los sindicatos UGT y CCOO, en una posición más vulnerable que antes frente a estos ataques y en un contexto escasamente propicio para causas colectivas, pero favorable para recibir heridas profundas en la base sobre la que se sostienen. Como resultado, el foco de discusión en buena medida se ha desplazado, en los últimos días, de las motivaciones concretas de la huelga general y del debate más amplio sobre las condiciones en las que se desenvuelve la actividad laboral, pasando a situarse en un radical cuestionamiento del papel de los sindicatos mayoritarios y de los métodos bajo los cuáles una movilización de este alcance se desarrolla.
De este modo, se haya estado o no a favor de la huelga general, se admita o no la necesidad de la reforma laboral recientemente aprobada por las Cortes Generales, lo que queda es reconocer la propia naturaleza conflictiva del asunto, sin adoptar, cuando ésta aflora, una impostada pose escandalizada. No se trata de dar carta blanca a nadie en una jornada concreta, pero sí de interpretar los acontecimientos en su contexto. No hay sociedad, por avanzada y pacífica que sea, en la que no aniden multitud de conflictos, evidenciados de diferentes maneras, y de cuya resolución, no desprovista de tensiones –en lo cotidiano y a mayor escala- depende su propio futuro y su capacidad para evolucionar.

Publicado en Oviedo Diario, 2 de octubre de 2010.