MANDELA Y MUCHO MÁS
El
tratamiento informativo y las declaraciones solemnes sobre el fallecimiento de
Nelson Mandela y la rememoración de su trayectoria, dan para un tratado sobre
el vaporoso enfoque de los acontecimientos históricos y el arte de la adulteración
que es propio de nuestro tiempo. Es cierto que en muchos de los testimonios,
homenajes y obituarios la admiración a su figura es esencialmente sincera y que
su elevación a símbolo global permite afirmar con optimismo que el ideal
compartido de progreso y justicia sigue inspirando a la humanidad. Otra cosa,
sin embargo, es la coherencia con las aspiraciones ensalzadas y, sobre todo, la
pretensión de modular a conveniencia el recorrido vital del homenajeado para
ocultar tantas amargas verdades sobre el contexto en el que Mandela tuvo que
desarrollar su batalla contra la iniquidad.
Hemos
visto representado a Mandela como héroe contemporáneo a la medida de los iconos
deportivos o del espectáculo al uso de nuestros tiempos. Sea de forma
intencionada o como mera repetición del esquema de comunicación imperante, el
resultado es la ocultación o cuando menos la edulcoración de una historia hecha
con dolor y resistencia, que, por otra parte, no es sólo la de Mandela y la de su
altura moral. Con la puesta en escena por parte de medios y dirigentes
occidentales, al personalizar en él los acontecimientos históricos y reducir a
capítulos accidentales los años previos a la cárcel y a la victoria sobre el
apartheid, lo que se muestra es una visión deliberadamente parcial. Como si la
represión padecida por todo un pueblo o el carácter colectivo de la lucha
contra la segregación racial fuesen cuestiones secundarias. Como si Mandela fuese sólo el abuelo venerable y sabio de la parte final de su vida sobre el que se concitan
unanimidades y reconocimientos, y no tanto el abogado defensor de las
libertades civiles, el activista político, el líder clandestino de los movimientos de resistencia –lucha armada incluida- contra el apartheid o el referente del
panafricanismo democrático y la lucha contra el necolonialismo. Como si el
apartheid hubiese sido poco más que la separación por razas en autobuses y
playas y no el despiadado sistema dispuesto a confinar a sangre y fuego a la
mayoría de la población negra en los bantustanes,
a utilizar la violencia para acabar con toda contestación, a desplazar
forzosamente a millones de personas en el territorio, a reservar la ciudadanía
a la población blanca condenando a la subordinación y a la miseria al resto. Como
si el apartheid no guardase íntima relación con los intereses económicos
asociados a la explotación de los recursos naturales, minerales y agrícolas, de
los que tan rica es Sudáfrica. Como si el apartheid no hubiese sido tolerado o
admitido como mal menor –con algunas prevenciones y distancias que imponía
cierto escrúpulo moral ante su intrínseca maldad- por buena parte de los
dirigentes occidentales en tiempos de la Guerra Fría en la que cualquier ficha
del tablero global era determinante en el sanguinario juego de las superpotencias.
La memoria
de Mandela no está completa si no se recuerda que, consciente de la ferocidad
del sistema y de su imposibilidad de reforma, apoyó, invocando el legítimo
derecho de resistir a la opresión, la lucha armada contra el apartheid. Si no
se conmemora su compromiso y alianza con los movimientos de liberación en
Angola, Namibia o Mozambique tenidos durante décadas por peligrosos subversivos
por la doctrina oficial de los centros de poder occidental. Si no se recuerda que fue tratado como terrorista
por los líderes de los Estados cuyos sucesores le han rendido justos honores
por su fallecimiento.
Su figura se
engrandece porque supo ser combativo e indómito, contestatario e intransigente
con la brutal injusticia del apartheid. Se agiganta por su generosidad y
capacidad para el perdón y la reconciliación, interpretando con inteligencia y
humanidad el ritmo de cada tiempo. Pero una faceta no se debe entender sin la
otra, y ninguna de las dos se comprenden reduciéndolas a una lucha
estrictamente personal, porque ésta necesariamente se enmarca en la
emancipación colectiva de un pueblo.
Publicado en Fusión Asturias, enero de 2014.
Etiquetas: apartheid, derechos humanos, medios de comunicación, movimientos sociales, Nelson Mandela, resistencia