Blog de artículos publicados en medios de comunicación.

14.4.09

G-21


No es para lanzar las campanas al vuelo ante la gravedad de la situación; y está por ver que realmente solucione las enormes incertidumbres que la crisis económica global ha provocado. Pero sí parece posible afirmar que el acuerdo alcanzado el 2 de abril en la cumbre internacional del G-20 ampliado, celebrada en Londres, supone un revulsivo en muchos aspectos, y quizá un firme punto de inflexión para frenar el deterioro económico al que asistimos.
En primer lugar, se ha expresado una inequívoca voluntad de establecer bases y principios comunes para ordenar y gobernar la globalización económica. Durante los últimos años, la debilidad de Estados y organizaciones internacionales para encauzar y reglamentar la actividad económica internacional, en particular los movimientos financieros especulativos, se había mostrado evidente; padecemos hoy en su plena dimensión las consecuencias del descontrol y sobredimensionamiento de las transacciones financieras, entendidas como un fin en sí mismas y no como soporte para la economía real. Ahora, aunque haya tenido que ser al filo del despeñadero, los gobiernos de los países más desarrollados y las economías emergentes han dado un paso que puede ser definitivo para establecer las mínimas prescripciones necesarias para domar y reorientar las tendencias de la globalización. Se ha decidido crear un Consejo de Estabilidad Financiera con capacidad normativa y de supervisión; se combatirán los paraísos fiscales y se desmitificará el secreto bancario; se asegurará que las normas contables internacionales permitan una imagen verdaderamente fiel de la realidad; se chequeará la actividad de las agencias de calificación para impedir conflictos de intereses y evitar que se ofrezca cobertura a operaciones y agentes financieros de elevado riesgo; se fortalecerán los bancos multilaterales de desarrollo y las instituciones financieras internacionales, sobre las que además, en particular en el caso del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, se plantea abiertamente su reforma para ajustarlas a un mundo multipolar de modo que no respondan a una visión que únicamente atienda a los criterios de las economías occidentales; se apuesta por el comercio internacional evitando la tentación proteccionista; se subraya la necesidad de moralizar la actividad económica e incorporar decididamente objetivos de sostenibilidad ambiental, respeto a los derechos de los trabajadores, potenciación de la incorporación al desarrollo de los países más desfavorecidos, etc. En suma, se hace propia -y se establecen compromisos específicos para ello- buena parte la agenda de gobierno económico global que propugnaban muchos críticos del rumbo actual de la globalización, dando sepultura definitiva a la ideología neoliberal que propugnaba la santificación del mercado sin controles, y ofreciendo una alternativa tanto al nihilismo antiglobalizador como al desgobierno global en el que ha germinado esta crisis.
En segundo lugar, la cumbre de Londres ha supuesto la constatación de que un nuevo tiempo se abre en las relaciones internacionales, en el que se supera el unilateralismo y la confrontación para entrar en la dinámica cooperativa del respeto a los interlocutores y a la diversidad de realidades e intereses. La presencia de los países más poblados y líderes regionales en sus respectivos continentes, la consideración de criterios de representación más allá del poder estrictamente económico, y el refuerzo a los foros e instrumentos internacionales en el ámbito de la lucha contra la crisis, puede contribuir a impulsar un relanzamiento de las organizaciones internacionales y de la perspectiva multilareral también en lo que se refiere al mantenimiento de la paz y la seguridad, a la cooperación política, social, cultural, etc. Ese reto, pendiente en buena medida en un contexto de debilidad del sistema de Naciones Unidas, parece también ahora algo más cerca.
Además, resulta que España estaba ahí, en el epicentro de la toma de decisiones. Pese a no pertenecer inicialmente al foro del G-20, que ya es como poco el G-21, se ha valorado el papel que nuestro país puede jugar y se ha reconocido de forma irreversible nuestra voz en la reconstitución de este foro internacional que ha cobrado un especial protagonismo. Por fortuna, en lugar de empeñarse en la entrada en el injusto y caduco G-8 (no conseguida) y en la foto de las Azores, objetivos en el que otros comprometieron la política internacional española y trataron de alterar la escala de valores y prioridades de España en el mundo, en este caso el actual Gobierno ha sabido convertirnos en partícipes de las soluciones globales a la crisis, y en corresponsables de lo que puede significar una acertada reformulación de las relaciones internacionales en la era global.
Publicado en Oviedo Diario, 4 de abril de 2009.

LA UNIVERSIDAD ASTURIANA Y EL PROCESO DE BOLONIA


Quizá en estos tiempos difíciles, en los que la mayor parte de esfuerzos y preocupaciones se dirigen a responder con inmediatez a la situación de crisis económica, la sociedad asturiana esté prestando menor atención de la debida a algunos cambios de alcance en algunos ámbitos concretos. Sucede así, seguramente, con la adaptación de la Universidad de Oviedo al Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), más conocido como Proceso de Bolonia (por la Declaración que refleja sus objetivos, firmada en la ciudad italiana el 19 de junio de 1999), y que supondrá la convergencia a un modelo común y homologable de titulaciones basado en un similar régimen de enseñanzas de los estudios superiores en 45 países europeos.
Las importantes dificultades que entraña la implantación del modelo en que se fundamenta el EEES convierten a este proceso en la transformación más profunda y decisiva que vivirá la universidad española, y por consiguiente nuestra Universidad de Oviedo, en mucho tiempo. Téngase en cuenta que el EEES obliga a la reformulación total de la oferta de titulaciones y a su estructuración en tres ciclos (grado, máster y doctorado), modificando en consecuencia la configuración de los centros en los que se imparten las enseñanzas universitarias. Además el EEES promueve una enseñanza más flexible y basada en una posición más activa y comprometida en la formación por parte del estudiante, con los cambios que ello debe suponer –los que más tiempo requerirán- en la forma de impartir las enseñanzas universitarias. En definitiva, el EEES supone un reto de gran envergadura para la institución académica, y también para la propia Administración, incluyendo a los ayuntamientos que acogen sedes universitarias, haciendo preciso sumar esfuerzos para que la transición de modelo resulte acertada y permita además afrontar algunos problemas pendientes en el panorama de las enseñanzas superiores en Asturias (duplicación de titulaciones, insuficiencias en la oferta formativa, mejoras en la calidad de ésta, etc.), dando paso a la necesaria modernización de nuestra Universidad. No olvidemos que la salida a la crisis económica, y el futuro desarrollo de Asturias, en buena parte pasará por la capacidad que tengamos para progresar en la formación y, por consiguiente, en la mejora de la productividad y en la capacidad de innovación que podamos desplegar en un contexto globalizado y competitivo.
Las dificultades que la adaptación al EEES comporta -y más en un momento de ajustes presupuestarios- son por sí mismas de una entidad significativa. Además, aunque partamos de una perspectiva favorable al cambio y abierta a las oportunidades que conlleva la construcción del EEES, algunos riesgos que subrayan los críticos de este proceso no deben ser de antemano menospreciados, como la excesiva dependencia de la realidad del mercado en que se puede incurrir a la hora de definir titulaciones, la amenaza de mercantilización de la enseñanza universitaria que puede poner en riesgo la accesibilidad económica a los estudios superiores más allá de los grados, y, sobre todo, la posibilidad de que el paradigma pedagógico en que se sostiene el EEES se quedé en retórica y principios de difícil traslación a la práctica si los medios humanos y materiales (y la adecuada gestión de éstos) no acompañan en consonancia a los buenos propósitos.
Algo de vértigo produce, por lo tanto, acometer la reforma universitaria, y la magnitud de la tarea es probablemente proporcional a la presión bajo la que trabajan en éllo autoridades académicas y Administración educativa. Si ésto fuese poco, en las últimas semanas se han añadido nuevos problemas con los que lidiar, y que tienen que ver en parte con algunos aspectos complejos de nuestra realidad regional. La distribución territorial de la Universidad asturiana con diferentes campus en tres municipios distintos (Oviedo, Gijón y Mieres), y la necesaria racionalización de titulaciones y centros, harán exigible la adopción de decisiones que resultarán sin duda impopulares, porque aunque el diseño de la oferta resultante tenga en cuenta la especialización a la que deben tender los campus, y pese a que seguramente pesará el criterio de mantener un razonable equilibrio respecto a la situación de partida, parece inevitable que se producirán situaciones difíciles, en las que se sumen inquietudes corporativas de algunos centros y departamentos con pretensiones locales que no necesariamente podrán conjugarse con la definición de conjunto de la Universidad de Oviedo que exige la adaptación al EEES. Por el momento, algunos episodios del debate asociado a este proceso han tenido un marcado carácter localista no precisamente edificante y, que poco tiene que ver con las actitudes que deben guiar este tránsito. Por eso, de cara a los próximos meses en que tocará decidir y resolver, merece la pena un llamamiento a la responsabilidad colectiva para alimentar una perspectiva amplia, serena y sensata, en una Asturias que requiere de una Universidad preparada para superar con éxito esta complicada tarea.
Publicado en Fusión Asturias, abril de 2009.