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20.9.14

HABLAR DE SU LIBRO (Y, PRIMERO, REESCRIBIRLO)


Uno de los muchos problemas que durante años lastraron las posibilidades electorales de Izquierda Unida fue la tendencia a posicionarse por referencia a su relación con el PSOE. La sustancial diferencia de apoyos que desde 1977 ha situado al PSOE como fuerza mayoritaria de la izquierda, con la decepción consiguiente para IU (desde la determinante para el PCE en las primeras elecciones generales hasta hoy), incluso en épocas de fuerte desgaste de los socialistas en las que soñaba con un sorpasso que nunca se produjo, llevó a IU a un debate recurrente sobre qué papel jugar, sobre todo cuando el PSOE ha necesitado apoyos, bien para afianzar su mayoría relativa, bien para desbancar en la suma de minorías al PP cuando la aritmética de escaños y concejalías llevaba a esta disyuntiva.  Ha habido épocas bien distintas, desde la teoría de las dos orillas de Anguita y la dura confrontación con Felipe González, hasta el posibilismo de Frutos alcanzando un acuerdo (bastante estéril) con Joaquín Almunia, pasando por la disposición favorable al acuerdo de Llamazares en la primera etapa de Zapatero, escaldada la izquierda de la Aznaridad y alentada por las medidas de política social y derechos civiles. El dilema, sin embargo, a la postre era esencialmente el mismo, incluso lo sigue siendo hoy, allá donde los votos de IU son decisivos; véase la disparidad y los conflictos asociados, por ejemplo, en relación con su posición en Extremadura, Asturias o Andalucía.
La vertiginosa transformación de la vida política en los últimos meses, a raíz del rápido deterioro electoral del PSOE, de los estragos que la crisis ha causado en la cohesión social, de la erosión del sistema político representativo y de la aparición de nuevas agrupaciones dirigidas a canalizar el descontento, está dando lugar a un fenómeno singular. El PSOE, pese a mantener una representación institucional mucho más numerosa; aun obteniendo un apoyo electoral que en su momento más bajo (las recientes elecciones al Parlamento Europeo) es superior a la suma de votos del resto de partidos de la izquierda; pese a situarse –al menos teóricamente- en el espacio político del centro-izquierda en el que a priori tiene más facilidad para identificarse con una mayoría social moderada; y aunque disponga de más espacio informativo, trayectoria, estructura y presencia territorial, ha dejado de ser el partido político al que el resto de fuerzas del centro a la izquierda se refieran al establecer sus coordenadas en el tablero. El debate cardinal en el resto de partidos de este espectro no es cuál será su relación con el PSOE ante cualquiera de las alternativas a que den lugar las próximas elecciones autonómicas y locales, seguramente muy fragmentado y de difícil gobernabilidad (si se mantiene la tendencia que reflejan las últimas encuestas, aunque de momento todo esté muy abierto). El paradigma táctico ha cambiado y lo que está bajo escrutinio es si cabe para el PSOE un escenario en el que busque el improbable apoyo de Podemos si lo necesita o qué situación se dará si éste se aproxima (o incluso lo supera, según de qué territorios se trate) en el apoyo ciudadano que consiga. Y para IU, bajo la amenaza de pasar a resultados discretísimos, qué opciones existen de confluencia en candidaturas conjuntas con Podemos, y si es ésta una solución correcta y conveniente. Pero, especialmente, lo que obsesiona en ambos partidos es qué actitud, posición, discurso y estrategia adoptar en relación con el lenguaje, métodos y propuestas de Podemos, lo que consume una parte muy relevante de intervenciones, análisis y decisiones, en medio de bastante desconcierto por lo imprevisible del contexto.
Evidentemente, es una dinámica que se retroalimenta. Cuanto más tiempo entregan PSOE e IU en sus mensajes a la ciudadanía a valorar a Podemos, más relevancia otorgan a la fuerza emergente. Si la pretensión, particularmente en el caso del PSOE, pasa a ser desacreditar la solvencia política y rigor del competidor, el resultado puede ser distinto del esperado, porque ahonda en el antagonismo en el que Podemos parece sentirse muy cómodo; y porque nutre el escepticismo de muchos potenciales votantes cuyas simpatías han fluctuado del PSOE a Podemos y a los que legítimamente disgustará la descalificación tajante de un nuevo actor cuyo éxito debe bastante a la pérdida de credibilidad sufrida por el PSOE y aún no reparada.
En mi opinión, el PSOE, que en 2015 se juega perder el papel central jugado en la democracia española, tendría que, además de acelerar su estrategia de renovación política, revertir su estructura inadaptada a las nuevas formas de hacer política y hablar y pensar más (consigo mismo y sobre todo con los ciudadanos) en sus propuestas ante las expectativas del electorado; más en venir a hablar de su libro –que diría Umbral-, que en arremeter frente a Podemos. Si la construcción del discurso político se basa constantemente en posicionarse por referencia a lo que haga o diga Podemos (el mismo virus que limitó a IU por su referencia sobre el PSOE) y en alertar de los riesgos que advierten en el triunfo de Podemos, acabará entregándole la centralidad del escenario y la iniciativa a esta fuerza, que puede no desaprovechar la oportunidad que tiene por delante.  Y si, peor aún, el hilo argumental del discurso es el choque directo y el ataque sin ambages (incluso con errores de manual), se admitirá entrar en debates simplificadores y en la terminología que se dice repeler; es decir, en el terreno en el que Podemos ha querido situarse desde el principio y en el que ha colocado su cuña con acierto en un ingente sector del electorado (a cuyo favor el PSOE puede, en una parte no pequeña, aspirar), perdiendo definitivamente a los que ya dieron el paso de cambiar la papeleta por la de Podemos, e incluso a más si la regeneración iniciada por Pedro Sánchez perdiese fuelle.


Gonzalo Olmos

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