Blog de artículos publicados en medios de comunicación.

25.10.13

OVIEDO FREAK

Dice mucho del nivel de la vida política local el hecho de que el principal asunto de debate público durante muchas semanas haya sido el tratamiento institucional, museístico y turístico a otorgar a lasreliquias de la Catedral de Oviedo. Discusión que ha tenido, además, el habitual grado de acritud y las consabidas acusaciones a otras administraciones de deslealtad hacia la ciudad, notas que habían venido adornando el discurrir político municipal hasta la feliz tregua de razonabilidad de estos últimos meses, que ahora se diluye.
Sucede que a resultas de una exposición itinerante promovida desde la iniciativa privada sobre lo que se ha venido en llamar la Sábana Santa, aprovechando su vinculación en el universo de las reliquias del catolicismo con el lienzo guardado en la Catedral, surge en la Alcaldía la idea dar a conocer y explotar el culto al contenido del Arca Santa que, según la leyenda, vino en parte desde tierra palestina hasta Asturias, traída al Norte de España para protegerla del infiel sarraceno, en la terminología que es propia de estas historias. El inventario es tan fantasioso como extravagante, ya que citando la copia del propio documento de apertura del Arca Santa de 1075 que ha llegado a nuestros días, contenía "un tesoro inimaginable, cual es, a saber, del leño [de la cruz] del señor, de la sangre del Señor, del pan del Señor, esto es, de su Cena, del sepulcro del Señor, de la tierra santa sobre la que estuvo el Señor, del vestido de Santa María y de la leche de la misma Virgen y Madre del Señor, del vestido del Señor dividido a suertes y de su sudario", además de huesos, mantos y cenizas de apóstoles, profetas y santos. La historia que rodea al Arca Santa y el periplo de las reliquias lo tiene todo para atraer a los amantes del subgénero "Código da Vinci: templarios, cruzadas, reconquistas, reyes, juramentos, el Cid Campeador de por medio, montes sagrados, rayos cegadores y toda suerte de maldiciones y promesas asociadas. Para otras apetencias también se puede encontrar materia para la exaltación dogmática, el negocio asociado a la explotación de las creencias, el esoterismo pseudohistórico de éxito televisivo y, como no, la sana curiosidad.
Todo esto sería casi normal si de lo que estuviésemos hablando es de la evocación legendaria de un tiempo en el que las sedes eclesiásticas del cristianismo medieval competían por acumular reliquias, generando en torno a los objetos venerados fabulaciones, misterios y aventuras que, vistos ahora con ojos benevolentes, tienen su gracia y cierta hermosura literaria. Pero la cosa se pone un poco más fea cuando en la propuesta de hacer un museo (uno más) a la dosis de oportunismo y ocurrencia prácticamente inevitable, se suma la declarada intención proselitista de quienes la promueven, llamando a la devoción sobrelas reliquias, con tanta vehemencia que a este paso cuestionar su veracidad se va a considerar, además de blasfemo, un crimen de leja majestad contra el nuevo discurso oficial de la ciudad. Repele a la razón que se patrocine la magia y la superstición de relicario y que esta clase de propaganda de la religiosidad más irracional se auspicie desde el poder público. Y, por otra parte, sospecho (y espero) que a muchas personas creyentes les generará una cierta prevención esta sorprendente mezcla de idolatría, fetichismo y mercantilización de la fe. Parece, sin embargo, que en algunos reductos de la derecha católica todavía se añora el aire sobrenatural, tenebroso y castigador de la religiosidad más arcaica.

Veremos en qué acaba la propuesta, ya que –no hay mal que por bien no venga- la escasez de recursos públicos parece que acabará aparcando la idea en el también excéntrico listado de propuestas museísticas sobre cuyos excesos ahora recapacitamos. De lo contrario, ya veo a los munícipes llevando sobre sus hombros el Arca en procesión y al ovetentismo oficial a la zaga pregonando el carácter santo, imperial y providencial de la ciudad relicario.

Publicado en Fusión Asturias, octubre de 2013.

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20.10.13

EXPERTOS Y POLÍTICA

En los últimos tiempos nos hemos acostumbrado a que una parte significativa del programa legislativo que plantea un gobierno venga precedido de un informe producto del trabajo de varios expertos, cuyas conclusiones anticipan en buena medida las propuestas que se transformarán generalmente en el correlativo proyecto de ley. A priori, la práctica parece saludable, porque al menos en apariencia refleja el interés en conocer al detalle el estado de la cuestión sobre la materia objeto de escrutinio para detectar las necesidades y alternativas y, en definitiva, para formarse un juicio completo antes de promover cualquier cambio de calado. Ahora bien, en la práctica, son varios los síntomas que nos advierten de un uso perverso y en ocasiones casi fraudulento del recurso a esta clase de consultoría externa, antes excepcional y hoy parte del paisaje de la actualidad.
Por una parte, desde el punto de vista institucional, no deja de esconder la traslación de una fase de carácter deliberativo a un momento anterior al trámite legislativo, vaciando éste de parte de su contenido. De la discusión parlamentaria, concebida para que en élla tuviese lugar, con un ritmo adecuado pero con la profundidad necesaria, el contraste entre pareceres y la evaluación de las opciones de política legislativa, se sustrae en la práctica esta tarea analítica, para que el parlamento sea como mucho caja de resonancia de los principales motivos de discrepancia. Consiguientemente, en época de mayorías absolutas como la actualmente imperante en las Cortes Generales, se sitúa al legislativo en una posición subsidiaria y básicamente de mero refrendo de los proyectos de ley o de convalidación de decretos-leyes a los que, además, se acude con evidente abuso. Si al trabajo de los expertos siguiese un recorrido parlamentario rico y reflexivo, el escenario sería bien distinto; pero lamentablemente lo que se persigue es un aval cualificado a un proyecto legislativo con evidente deseo de que sufra los menores avatares parlamentarios posibles.
A esta disfunción se une, igualmente, el inevitable menoscabo que el recurso a los grupos informales de expertos provoca en la funcionalidad de los numerosos órganos de carácter consultivo constituidos, que teóricamente son los que están regulados en nuestro ordenamiento jurídico no sólo para cubrir el trámite de emitir un dictamen y, como mucho, alertar del carácter temerario de algunas propuestas (el último ejemplo lo tendríamos con el informe del Consejo de Estado sobre el Anteproyecto de Ley de Reforma Local), sino también para intervenir facultativamente y en todo caso para enriquecer cualitativamente la fase de elaboración de un proyecto de ley o de una norma reglamentaria.
Por otra parte, la labor de los expertos está, como hemos visto en múltiples ejemplos, fuerte e intencionadamente condicionada por múltiples factores. Lo está por el gobierno que delimita –y no de forma gratuita- el objeto de su estudio y que por lo común selecciona quien formará parte de dicha comisión; por la discutible pluralidad en su composición, con la que habitualmente pretende sentirse suficientemente cómodo el titular de la cartera que promueve el estudio; por el legítimo cuestionamiento de la representatividad que, pese a las generalmente brillantes hojas de servicios y nutridos currículums de los componentes, tengan éstos a la hora de reflejar las diferentes corrientes de los potenciales expertos de la profesión predominante (economistas, juristas, pedagogos, etc.); y, sobre todo, lo está por la poco disimulada intención de que sus conclusiones sostengan en lo esencial lo que ya ha dejado caer que desea el gobierno que les invoca, con la esperanza adicional de que lancen algún globo sonda para testar la reacción de la opinión pública a las medidas más polémicas (generalmente, en los tiempos que tocan, por la pérdida objetiva de derechos que suelen comportar).
En este contexto, sin quitar un ápice de interés, mérito y buena voluntad –que se presupone- a los que ponen su esfuerzo en integrar esta clase de comisiones de estudio, procede tomar una cautelosa prevención respecto al sentido de esta frecuentada práctica. La experiencia de los últimos meses, en casos como los grupos de expertos sobre la reforma de las pensiones, de la demarcación y planta de la justicia o de la educación superior (y lo que se teme que suceda respecto a la comisión a la que se ha encomendado el estudio de la reforma tributaria), no ha sido particularmente edificante, porque en muchos aspectos han sido utilizados, a veces con escaso decoro o con evidentes lecturas sesgadas, para revestir de carácter técnico, aparentemente más elevado que el sello de la denostada política, decisiones que en gran medida ya se han gestado, al menos en sus elementos principales. Al final, cabe recordar lo que parecería obvio: no puede reducirse a un debate que se presenta como supuestamente técnico y neutral lo que tiene que ser, por su propia naturaleza, objeto de decisiones esencialmente políticas que conciernen a toda la sociedad y que, por lo tanto, jamás serán asépticas ni mero material de estudio teórico.

Publicado en Fusión Asturias, septiembre de 2013.

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6.10.13

TERROR ESPECTÁCULO

Hasta ahora sabíamos en abstracto que, en la sociedad del espectáculo, hasta el asunto más insospechado se convertía en objeto de atracción audiovisual y en materia de consumo para el receptor. Intuíamos que también lo más grave y solemne, lo más trascendente y nuclear puede ser transformado en producto de entretenimiento y, consiguientemente, pueden modificarse de raíz todos los códigos de relación social y política. Que estamos en el viaje de conversión desde el concepto de ciudadanía al estatus de consumidor despersonalizado, de pie ante un escaparate político, social, religioso o material, ya era parte de nuestra resignación sobre los tiempos que nos está tocando vivir.

Pero aún así era difícil imaginar que algunas formas de reacción colectiva a situaciones dramáticas iban a parecer propias del espectador común, entre ligeramente emocionado y tediosamente acostumbrado al crimen, como el que lo contempla en una de las series televisivas en boga de forenses e investigaciones policiacas. Que un hecho dramático y chocante como presenciar un ataque sangriento o contemplar el resultado de éste provoque más curiosidad morbosa o incluso más indiferencia que horror y compasión es un escenario que creíamos propio de situaciones excepcionales de deshumanización (las que se producen en situaciones de guerra, de desesperación o en el universo del campo de concentración, por ejemplo).


La nueva frontera la han puesto algunos elementos circunstanciales comunes a dos agresiones irracionales y brutales perpetradas por individuos aparentemente ajenos a cualquier red de organización frente a dos soldados. La primera finalizada en una calle de Londres con el asesinato de Lee Rigby (25 años, padre de un niño) casi televisado en directo, con alucinante entrevista a su autor, que prácticamente daba una rueda de prensa ante la improvisada informadora, recién privado de vida el cuerpo de la víctima. Que transcurriesen los minutos mientras deambulaban los peatones bien cerca del lugar del crimen, ocupados en sus quehaceres cotidianos como si la cosa no fuese con ellos, es entre surrealista y pavoroso. Que un criminal con las manos embadurnadas en sangre dé al minuto su absurdo manifiesto con cierta naturalidad, nos da una idea de la asunción de la proyección mediática como algo consustancial a todos los actos, como si viviese en una permanente emisión televisiva. El segundo de los ataques, una suerte de espontánea emboscada del agresor frente al soldado Cédric Cordiez (23 años), herido en el intercambiador del metro de La Défense, en París, tiene de particular no sólo el efecto imitación del primero (lo que alimenta el espectro, un tanto peliculero pero inquietante por real, del terrorista solitario), símbolo del poder atractivo y el efecto imitación de la imágenes difundidas, sino también las caras de los mirones detrás del cordón policial. La especialísima mezcla de apatía y curiosidad que las caracteriza, incluyendo la impagable estampa de la adolescente que come helado mientras contempla con mirada neutra el espectáculo, es buena metáfora de nuestra capacidad de acostumbrarnos al horror, ya sea televisado o en la vida real. No molestan ya ni prácticamente asombran y apenas nos mueven a la reacción, perdida o como poco diluida la capacidad de preguntarse motivos y consecuencias, y reducido al mínimo el estímulo sentimental que provocan, como otro capítulo más de la sección de sucesos.

Publicado en Fusión Asturias, agosto de 2013.

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