Blog de artículos publicados en medios de comunicación.

23.5.11

EL DR. BELLOWS ATACA DE NUEVO

Uno de los debates recurrentes en los últimos meses entre economistas, responsables públicos y agentes sociales es el relativo a la posibilidad de vincular las fluctuaciones de los salarios de los trabajadores a la evolución de la productividad y no al comportamiento de la inflación reflejada en el Índice de Precios al Consumo. La controversia no puede quedar sólo reservada a dirigentes o académicos, porque afecta a un aspecto fundamental de las relaciones laborales –y por tanto de los fundamentos de la justicia social- como es la contraprestación principal que recibe el trabajador por su aportación en el proceso productivo. Se trata de un punto de discusión en el que toda decisión que se adopte tendrá repercusiones determinantes para la mayoría social que dispone de su capacidad de trabajo como fuente de su sustento, que aspira legítimamente a remuneraciones equitativas y a que su empleo le reporte satisfacciones e incentivos más allá de lo estrictamente económico (sentimiento de realización, inquietud intelectual, posibilidad de contribuir a logros colectivos, etc.), para lo que requiere, como condición necesaria, encontrarse suficientemente reconocido y retribuido por su trabajo.
Cuando esta disputa se produce en el ámbito europeo y la llevamos a la realidad de nuestro país, con posiciones encontradas entre quienes han opinado al respecto, en el escenario de partida algunos datos son, efectivamente, llamativos. Uno de los puntos débiles de la economía española es, a decir de todos, la baja productividad, lo que, aplicado a la actividad laboral, tiene su reflejo en que el rendimiento que se extrae a las horas trabajadas es menor del deseable. Lo que no significa que no se trabaje mucho, a juzgar por los datos de 2010 de la OCDE, que aluden a una media de 1775 horas por trabajador en España, frente a las 1413 horas de Holanda (-25,6%), las 1432 de Alemania (-23,9%), las 1559 de Francia (-13,8%) o las 1607 en Reino Unido (-10,4%). A la par, existe cierto consenso al diagnosticar los problemas más relevantes en esta cuestión: desde la dependencia de sectores en los que a la productividad se le otorga menos importancia, al retraso en la incorporación de la tecnología en la actividad, pasando por dificultades en la formación o por la persistencia de sistemas jerarquizados en la organización empresarial con aversión a la innovación. De este modo, a la hora de repartir responsabilidades, si de eso se trata, inciden más en las deficiencias de productividad las características de las estructuras productivas y los defectos de la cultura empresarial arraigada en España que las carencias con las que el trabajador desempeña su función. Máxime en estos tiempos en los que, en un contexto de alto desempleo, lo que vemos a nuestro alrededor son trabajadores predispuestos al mayor esfuerzo, conscientes de la necesidad de mejorar sus conocimientos y habilidades, e incluso resignados a sacrificar parte de sus derechos laborales, renunciando a veces a lo que en justicia les pertenece.
Por eso, cuando se agita el mantra de la productividad, hay que poner algunas cosas en su sitio y recelar de las posiciones interesadas de algunos que, detrás del eslogan, pretenden poner el énfasis no en la mejora global del proceso productivo, sino meramente en la reducción de costes salariales y en disminuir –más aún- el peso de las rentas del trabajo en la riqueza nacional. No hay que olvidar que este planteamiento se hace precisamente en un momento en el que apretar la misma tuerca –la del trabajador- se ha convertido en la socorrida respuesta, de eficacia cuando menos discutible: ya estamos en una dinámica de contención o incluso disminución salarial; aún así se padecen tensiones inflacionistas, con lo que comporta para la pérdida de poder adquisitivo si los salarios no aumentan; se ha puesto encima de la mesa la reforma de la negociación colectiva, precisamente para tratar de flexibilizar las cláusulas de revisión salarial; y ahora se plantea ligar la evolución de la remuneración de los trabajadores a un parámetro, el de la productividad, de difícil determinación cuando bajamos al ámbito más concreto, y en el que, además, influyen más otros factores por lo general fuera del alcance del propio trabajador.
Si recuerdan la sugestiva y conmovedora película “Tiempos Modernos” de Chaplin, tendrán en mente la máquina de comer –con sus divertidas y desastrosas consecuencias- con la que se pretendía ahorrar el descanso del almuerzo mientras el operario podía seguir con su mecánica rutina. Todo ello en aras de la sacrosanta competitividad. Se diría que algunos, antes de escudriñar los factores que de verdad lastran los índices de productividad de nuestra economía, parece que, entre otras perversiones, sueñan con el artilugio del estrafalario Bellows como solución a todos los males.


Publicado en Fusión Asturias, mayo de 2011.


16.5.11

20 MOTIVOS POR LOS QUE APUESTO POR EL CAMBIO EN OVIEDO

Porque deseo que el Ayuntamiento recupere su función representativa y la prepotencia y el autoritarismo de los gobernantes locales dejen paso a otro estilo de hacer las cosas. Porque creo imprescindible que los ovetenses, las asociaciones y los colectivos en que se integran puedan participar día a día en la vida pública local, sin que se les sitúe a uno u otro lado de la barrera en función de sus opiniones favorables o contrarias a las decisiones de los responsables municipales. Porque merecemos ser considerados ciudadanos y no meramente administrados o súbditos. Porque defiendo la política, la seriedad y la responsabilidad y me repugna el politiqueo, el oportunismo y la superficialidad en la que está instalada la política local.
Porque prefiero una capital abierta, generosa en su liderazgo y comprometida con Asturias, y no un Ayuntamiento enfrascado en polémicas continuas y artificiales con el resto de Administraciones. Porque cada uno vive y siente la ciudad a su manera y estoy hastiado de que el gobierno local establezca cánones de ovetentismo. Porque la ciudad no tiene más adversarios que las propias limitaciones que se autoimpone y de nada sirve la absurda dialéctica entre amigos y enemigos de Oviedo.
Porque es fundamental que la defensa del interés general inspire todas las decisiones municipales y éstas no sean objeto de mercadeo o de presiones espurias. Porque aspiro a que los servicios públicos y los equipamientos locales se gestionen atendiendo a las necesidades de la mayoría social, sin ser pasto de intereses económicos particulares más preocupados por su cuenta de resultados. Porque me gustaría que los responsables municipales se arremangasen para defender a la clase trabajadora y el papel de lo público y no que se encuentren cómodos junto a los que pretenden que rija la ley de la selva porque en ella se sienten más fuertes.
Porque creo que debemos trabajar para que la Administración sea eficaz, rigurosa y solvente, y para que no se repitan disparates de gestión como el de Villa Magdalena. Porque hay que asegurarse de que las decisiones que tenemos por delante en las transformaciones urbanas pendientes no se adopten con criterios tan lesivos para el interés público como el de la llamada “operación de los palacios”. Porque necesitamos políticas urbanísticas sensatas y apegadas a las necesidades de espacios y de viviendas para la gente, y no falsas catedrales de dudoso gusto, iluminados que dejan cicatrices en la ciudad o supuestos hitos de una impostada modernidad. Porque tendremos que ser capaces de decidir por nosotros mismos sin que nos vengan a cambiar nuestro patrimonio público por collares de cuentas de vidrio.
Porque anhelo una ciudad donde se admita la pluralidad y se conviva civilizadamente con la diferencia, y no una con listas negras, pintadas en la puerta de un policía local que difiere de su jefatura o concejales dedicados a insultar a quienes disienten. Porque quiero que la forma de tomar las decisiones cuente con más opiniones que la de un Alcalde que indica personalmente a qué equipo de futbol debemos apoyar, qué escultura se pone aquí y allá y quién presenta el programa de la zarzuela. Porque desearía que se tratase con el debido respeto a todas las personas, medios o colectivos que no comulgan con las ruedas de molino del gobierno local.
Porque hay que renovar discursos, dirigentes, modos, políticas y prioridades, tras 20 años de personalismo. Porque más de lo mismo no va a ningún lado cuando este modelo no da más de sí. Porque el deseo de cambio está latente en la ciudadanía de Oviedo y es ahora el momento de darle forma y hacerlo posible.



Publicado en Oviedo Diario, 14 de mayo de 2011.

6.5.11

UNA VERDAD INCÓMODA SOBRE LA LIBERTAD RELIGIOSA

Hace unos días se reavivó la controversia sobre los límites que jurídicamente pueden establecerse a la profesión pública de convicciones ateas, un asunto que, como todo lo que tiene que ver con la proyección pública del hecho religioso, viene siendo objeto de una creciente y enconada disputa. La prohibición por la Delegación de Gobierno en Madrid –ratificada judicialmente- de lo que vino a calificarse como “procesión atea”, convocada por varias asociaciones coincidiendo con la Semana Santa, motivó diferentes reacciones, por lo general favorables a la proscripción del acto y acompañadas de muestras de repulsa, con desigual intensidad, a lo que consideraban una falta de respeto contra católicos, Iglesia y costumbres.
Independientemente de este hecho concreto, de la valoración que merezca la oportunidad del evento y del legítimo escrutinio sobre la proporcionalidad del veto gubernativo, cabe constatar que no es la primera vez que, deseando despojarse de la presión que en ocasiones diferentes corrientes religiosas –de distintas confesiones- aportan a la vida pública, se responde desde la sátira o la irreverencia, con la expresión creativa como soporte y con indudable pretensión polémica. Hay ejemplos muy sonados, desde el espectáculo Revelación de Leo Bassi a (salvando las enormes distancias) las caricaturas de Mahoma en el diario danés Jyllands-Posten, pasando por, en nuestra escala regional, las acciones del recientemente fallecido Nel Amaro o la celebrada parodia La Santa Visita de Ronco Barrila al Derrame Rock de la compañía teatral El Perro Flaco. En el terreno puramente ovetense y en la vertiente más de denuncia estética que de crítica moral, aún se recuerda el “Cristo merece respeto” de Paco Cao un Domingo de Ramos no tan lejano, performance que, por cierto, y sin entrar en otras disquisiciones sobre nuestras celebraciones locales, bien seguiría de actualidad ante la predominancia del kitsch en la nueva imaginería religiosa. En todos los casos, con todas las variantes, registros, deslices panfletarios o grados de ingenio, pervive con mayor o menor libertad una repuesta mordaz ante la voluntad expansiva de las confesiones religiosas, especialmente las tradicionalmente predominantes, porque las raíces de este recelo son tan antiguas como los excesos del poder religioso convertido en blanco de críticas, durante siglos clandestinas.
Más allá del acontecimiento puntual, la relativa novedad reside en que grupos declaradamente favorables al ateísmo sientan la necesidad de exponer abiertamente su posición, deseando ir más allá de una reacción puntual al empuje de lo confesional, abriendo una dimensión nueva en el debate sobre la incidencia de la religiosidad en el espacio común. Hasta ahora parecía innecesario –por obvio- reclamar que la libertad religiosa y de culto no sólo comprende el derecho a profesar creencias religiosas sino la posibilidad de vivir sin ellas, sin resultar perjudicado por esto e incluso manifestando libremente la ausencia de creencias, si así se quiere. En este momento, sin embargo, procede recordar que este aspecto de la libertad religiosa, aunque importune a algunos, goza –como no puede ser menos- de reconocimiento y protección legal en nuestro ordenamiento, exactamente al mismo nivel que el derecho de los creyentes y con los mismos límites al ponderarlo con otros derechos fundamentales y con el orden público.
Con la proliferación de discursos de religiosidad agresiva, que ponen en la picota la más ligera inclinación laicista, de un tiempo a esta parte se hace necesario pedir espacio para los que conscientemente optan por no seguir doctrinas religiosas y explicar que los que prefieren caminar sin despejar las incógnitas sobre la trascendencia aferrados a una concreta confesión, no son ajenos a la reflexión o a la asunción de valores morales conforme a los que conducirse. Ya sea por la fuerte competencia entre confesiones en el reparto del –si se me permite la expresión- mercado mundial de fieles, ya sea por la exaltación de los ánimos de estos tiempos convulsos o ya sea, bajando a la realidad española, por las tensiones que provoca el descarado alineamiento partidario de la jerarquía católica, lo cierto es que comienzan a saltar algunas costuras de un viejo debate que parecía superado, que nuestra historiografía vino en llamar la “cuestión religiosa”, y que reaparece con el aliciente de la complejidad que acarrea la confluencia de los elementos propios de esta época de globalización.


Publicado en Oviedo Diario, 30 de abril de 2011.