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7.5.07

45 AÑOS DE LA HUELGONA

Varias movilizaciones y paros de los trabajadores asturianos han merecido la calificación popular de huelgona, empezando por la protagonizada por los mineros de la Fábrica de Mieres en 1906. Pero, a la luz de las consecuencias históricas, ninguna merece tanto ese apelativo como la huelga de 1962, de cuyo comienzo se cumplieron, el pasado 7 de abril, 45 años.
La huelgona de 1962 se inició con la protesta de siete mineros del pozo Nicolasa, y acabó con 60.000 trabajadores en huelga en Asturias, 300.000 en toda España, una oleada de solidaridad internacional y el despertar de conciencias en muchos ámbitos de la sociedad. Nunca una reivindicación puntual –la mejora de salarios y condiciones laborales de los mineros mierenses- enlazó tan rápidamente con las preocupaciones de la clase trabajadora y sus exigencias de reconocimiento de derechos y de democratización del país. Los huelguistas, pese a la represión, la deportación temporal a otras tierras o la intimidación a su entorno familiar, no sólo se salieron con la suya, obligando al gobierno franquista a mejorar sensiblemente sus condiciones de trabajo; también alentaron el fortalecimiento de las redes de resistencia antifranquista, inauguraron una década de movilizaciones populares y demostraron que ningún aparato dictatorial es capaz de controlar a una sociedad civil cuando sus aspiraciones son superiores al ideario oficial.
Mucho debemos a los trabajadores que, en circunstancias muy difíciles, asumieron el riesgo de alzar la voz. Sin los que mantuvieron viva la llama de la lucha por las libertades en aquellos años bárbaros, y sin las movilizaciones sociales que jalonaron el tardofranquismo y los años de la Transición, no se hubiera alcanzado el reconocimiento de derechos civiles, políticos y sociales que contiene la Constitución de 1978. Y en esa historia de resistencia y esperanza Asturias, y en particular las cuencas mineras, jugó un papel decisivo, digno de ser honrado y recordado.
La realidad social, económica y política de Asturias ha cambiado mucho desde entonces. Consolidado el sistema democrático en España y profundamente modificada (no sin esfuerzo ni desgarros) la estructura económica de Asturias, el panorama de nuestra Comunidad es bien diferente, seguramente mucho mejor en casi todos los ámbitos. Sin embargo algo parece que nos hemos dejado en el camino, y quizá sea ésa la razón de la indeleble marca de melancolía –con un punto de escepticismo- que caracteriza en buena medida a la sociedad asturiana de hoy, incluso a pesar de haber superado con creces la crítica etapa de la reconversión. Durante el siglo XX uno de los rasgos identitarios que nos definieron como colectividad, al menos a ojos de terceros, fue la capacidad de combatir la injusticia, muchas veces con más arrojo que sensatez. Los ojos de los observadores cualificados así lo contemplaron: Manuel Vázquez Montalbán fue detenido por cantar “Asturias, patria querida” en Barcelona, en solidaridad con los huelguistas de 1962; Alberti escribió aquel memorable “hay una luz en Asturias...”; el candil de Picasso conmemoró magistralmente aquel levantamiento obrero; Pedro Garfias escribió el famoso poema que Víctor Manuel elevó a himno; etc. Sin caer en el simplón pesimismo, debemos reconocer que hoy por hoy los valores que nos identifican ante el resto no tienen tanto que ver con la sed de justicia y libertad.
Evidentemente –y afortunadamente- los tiempos han cambiado y ya no se nos exigen aquellas heroicidades. La plácida y monótona rutina y la relativa prosperidad actual serían envidiadas por las generaciones anteriores. Pero dos conclusiones deberíamos extraer al echar la vista atrás. La primera es la necesidad moral de mostrar infinito agradecimiento a quienes se la jugaron en aquellos tiempos. La segunda, es la exigencia de reafirmarnos en nuestra búsqueda de nuevas metas de justicia social y progreso colectivo como pueblo.

Publicado en Fusión Asturias, mayo de 2007.