SERENIDAD Y PRINCIPIOS
Es incuestionable que el resultado electoral del 25 de mayo es manifestación de una crisis política de primer orden y que el PSOE
obtuvo un resultado muy pobre, agudizando una pérdida de confianza continua
desde 2009. Es verdad que los deseos de cambio, muy intensos, tuvieron otros
cauces de expresión con una pegada muy fuerte, principalmente con la novedad de
Podemos. Pero pongamos algunas cosas en su sitio al analizar la situación,
empezando por apreciar la singularidad del momento y su contexto; constatando
la particularidad de estas elecciones, con una participación entre veinte y
treinta puntos menor que en convocatorias generales, autonómicas y municipales;
reconociendo -que tal pareciera lo contrario- el hecho innegable de que el PSOE
sigue sumando, de largo, más votos que la suma de IU y Podemos; y distinguiendo
un voto de protesta en una convocatoria considerada menor (por desgracia), que
tiene más de toque de atención o tarjeta amarilla, de una especie de pretendido
repudio definitivo a las opciones con posibilidades reales de gobierno. Quien
piense que los 1.245.948 votos de Podemos comparten el programa político y su forma
de proceder, se equivoca enormemente. Otra cosa es que su discurso de hartazgo
y su indudable activismo haya servido para canalizar frustraciones, fatigas y cabreos,
en buena parte legítimos. Aunque ambición les sobra -y me parece lícito- están
muy lejos de construir alternativa alguna con hechuras de mayoría.
Tras el
resultado electoral del 25 de mayo, según el canon efectista al uso, entre los
socialistas toca llevarse las manos a la cabeza y correr sin sentido un lado
para otro, al menos hasta que se aclare el panorama orgánico interno y surja
una expectativa de liderazgo diferente. Perdónenme, pero me niego a formar
parte de los que quieren hacer tabula rasa o se dejan caer en la desesperación.
Claro que el contexto no ayuda, entre otras cosas porque Rubalcaba,
tremendamente cansado, quizá se haya apresurado lanzando la convocatoria de un Congreso en plena agitación interna, y la confusión de estos días es mucha. De
cara a las próximas semanas, será necesario recuperar algo más de calma y
capacidad reflexiva.
Evidentemente,
hay mucho que mejorar en la forma de hacer política del PSOE, por ejemplo en su
organización interna, fuertemente burocratizada y rígida, necesitada de
descentralización y viveza; y sobre todo en su relación con la ciudadanía, que
ya no desea intermediarios con las instituciones y el poder, sino que quiere
ejercer –cuando sus circunstancias lo permiten, que no es siempre- su capacidad
de decidir y controlar a sus representantes y a las instituciones, de la manera
más directa y eficaz posible.
A la par, el
discurso político del PSOE tiene que ser más coherente con su praxis, porque lo
que ha contribuido a la pérdida de credibilidad es la disparidad entre un
mensaje, en funciones de oposición y sobre todo en época electoral, aguerrido
frente a los recortes, los poderes económicos y las imposiciones de la UE (alentando
involuntariamente la desconfianza hacia las instituciones comunitarias,
lamentablemente) y una trayectoria sensiblemente diferente en escenarios de
crisis, ejemplificada en el golpe de timón de mayo de 2010, bajo el disolvente discurso
de hacerlo obligado por los mercados y sin otra alternativa posible.
No se trata,
contrariamente a la tentación a la que llevará el éxito de Podemos, de “girar a
la izquierda”, como suele invocarse en la fraseología al uso, normalmente simplona;
y menos aún de caer de hinojos y golpearse el pecho ante el avasallamiento de
algunos iluminados con vocación inquisitorial, entre otras muchas cosas porque,
con todos los errores y dificultades que se quiera, la hoja de servicios del
PSOE a la clase trabajadora española y a los valores democráticos es, en conjunto,
innegable. Lo apremiante es que el PSOE se reencuentre, en palabras y hechos,
con sus principios socialdemócratas e igualitarios, a favor de modular las
fuerzas del mercado y fortalecer las instituciones que lo regulan, impulsar la
eficiencia económica y productiva en beneficio de la mayoría, proteger los
derechos de los trabajadores, ampliar y defender los servicios públicos,
mejorar la calidad democrática, asegurar la igualdad efectiva de mujeres y
hombres, desterrar toda discriminación y, en suma, recuperar la mejor agenda de
progreso, desde la sensatez y el respeto a la diversidad política de nuestra
sociedad, que es mucha. Lejos, sobre todo, de la amarga sensación de estar al
albur de las urgencias, sin criterio propio o con posiciones impostadas. Fiel a
lo mejor de sí mismo, que es mucho.
Publicado en Asturias Diario, 2 de junio de 2014.
Etiquetas: democracia, elecciones europeas, España, izquierda, psoe, socialdemocracia, socialismo