Blog de artículos publicados en medios de comunicación.

31.5.08

SORPRESA CON LAS CALLES


Creo que no soy el único que no se esperaba el resultado de los trabajos de la comisión nombrada por Gabino de Lorenzo para analizar la aplicación en Oviedo de algunos aspectos de la llamada Ley de Memoria Histórica. La comisión acaba de finalizar el trabajo que le encomendó el Alcalde, consistente en analizar si, de acuerdo con su juicio histórico y crítico, y con la nueva Ley en la mano, convenía sustituir los nombres de calles asignados durante la dictadura a figuras del bando vencedor de la Guerra Civil y del régimen que siguió a la contienda; y si, además, resultaba oportuno retirar algunos símbolos concretos de exaltación franquista.
Al final los miembros de la Comisión han recomendado, parece ser que no sin disputas, votaciones y desgarros, que doce calles se rebauticen: Teniente Coronel Teijeiro, Capitán Almeida, Diecinueve de Julio, División Azul, Comandante Vallespín, Coronel Aranda, Comandante Caballero, Alférez Provisional, Sargento Provisional, Comandante Bruzo, Comandante Janariz y Plaza de la Liberación. Plantean además la retirada del medallón y el lema en honor a Franco en el monumento de Juan de Ávalos en la Plaza de España; y lo mismo con la estatua de Teijeiro y los monolitos de La Gesta. De forma pareja, ya comienzan a plantearse desde otros ámbitos sociales (ver el blog www.paradadel2.blogspot.com) alternativas para los nuevos nombres de las calles.
A mí me parece de cine. Durante muchos años algunos hemos venido defendiendo que los nombres del callejero y los símbolos no pueden ensalzar a quienes combatieron el sistema democrático y el afán de modernización que constituyó la II República, y que había que superar de una vez por todas el rancio planteamiento de la gesta, el cerco y la liberación, que parte de una lectura histórica sesgada, que pretende extender la idea de una supuesta unanimidad de la ciudad en la defensa de una posición (la franquista) frente a un enemigo común, con la intención de incorporar tal episodio (con el correspondiente aditamento ideológico) a la identidad esencial de la ciudad, aprovechando, de paso, los réditos electorales que la reminiscencia de aquéllo pudiera aportar. Superado el franquismo, asentada la democracia, y modernizada la ciudad, mantener homenajes a los golpistas o a la colaboración española con el nazismo (que eso fue la División Azul, otra cosa es el respeto o comprensión que nos puedan merecer los temerarios voluntarios que la formaron), era no sólo un anacronismo, sino incluso un motivo de vergüenza. Si una ciudad quiere exhibir ante el mundo valores que predica y pretende practicar, no puede persistir en ensalzamiento de la sublevación militar frente al Estado democrático.
Lo que nunca hubiéramos esperado es que una comisión en la que figuran destacados detractores de la Ley de Memoria Histórica, y nombrada por el Alcalde que durante años se ha resistido a los cambios en esta materia, fuese que la diese el empujón necesario a la democratización de símbolos y callejero. Es cierto que el mérito principal debe atribuirse a quienes sostuvieron la necesidad de la memoria histórica durante tantos años; y al Gobierno que impulsó y a los parlamentarios que aprobaron la citada Ley 52/2007, (con el extensísimo nombre de Ley por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura); y que al fin y al cabo la exigencia de la norma era inequívoca, aunque será realmente difícil reaccionar efectivamente ante su incumplimiento. Pero no deja de sorprenderme, muy gratamente, que algunos miembros de la citada comisión, que además han debido de ser la mayoría vistos los resultados, parte de los cuáles sólo pasaron a integrarla gracias a la primera reacción ante la composición inicial –carente de pluralidad-, hayan propiciado un informe que permitirá un cambio muy relevante en el callejero y símbolos de nuestra ciudad.
Toca por lo tanto agradecer a los miembros de la citada comisión su trabajo; pedir al Alcalde que cumpla su compromiso de acatar íntegramente sus conclusiones y llevarlas a término; y alegrarse sinceramente de que Oviedo rompa totalmente con una versión de acontecimientos pasados que la desdibujaba y la hacía, para muchos, menos nuestra.


Publicado en Oviedo Diaril, 31 de mayo de 2008.


17.5.08

25 AÑOS DE LA VICTORIA SOCIALISTA EN OVIEDO


El pasado 8 de mayo se cumplieron 25 años del triunfo del PSOE en las elecciones municipales de 1983 en Oviedo. Aquel día, 40.728 electores otorgaron su confianza a la lista encabezada por Antonio Masip, que batió al hasta entonces Alcalde, Luis Riera, que obtuvo 39.727 sufragios. Cuatro años después, los ovetenses renovaron su confianza en los socialistas, que en las elecciones municipales de 1987 obtuvieron 40.809 votos frente a los 31.022 de Alianza Popular, encabezada ya entonces por Gabino de Lorenzo.
Durante el periodo 1983-1991, el PSOE gobernó sin tener la mayoría absoluta en la Corporación, precisando el apoyo del PCA, primero, y después del CDS e IU, con todos los altibajos propios de esta colaboración, para llevar a término los diferentes proyectos e iniciativas planteadas. Además de las dificultades derivadas de esta situación, no menos complicadas eran en aquel entonces las circunstancias que atravesaban los ayuntamientos españoles, que hasta 1985 no tuvieron, mediante la Ley de Bases de Régimen Local, suficiente garantía de su protagonismo a todos los niveles como administración autónoma. El despertar del municipalismo en España –y a ello no fue ajeno nuestro Ayuntamiento- tuvo lugar mientras las demandas ciudadanas ante el poder local se intensificaban, estaba casi todo por hacer incluso en servicios públicos básicos, y apenas se contaba con recursos económicos y experiencia en la configuración y gestión de los ayuntamientos democráticos.
En este difícil contexto, la labor del gobierno municipal en aquellos años, con todos los peros que quieran ponerse, fue, en conjunto, meritoria. Se asentó la estructura y funcionamiento de la administración y la hacienda municipal. Se normalizaron servicios como el de recogida de basuras o el abastecimiento de aguas, hasta entonces origen de continuos quebraderos de cabeza para los vecinos. En materia cultural y educativa, cabe destacar la recuperación del Teatro Campoamor y la colaboración con la Universidad, especialmente estrecha en aquella época, como atestigua el Campus del Milán, cuyos terrenos obtuvo el Ayuntamiento. Se potenciaron los valores cívicos de respeto al medio ambiente, promoción de la actividad deportiva o de los derechos de los consumidores, fomento de la igualdad y apoyo a los jóvenes. Se popularizaron las fiestas locales, cuyo modelo –hoy algo deteriorado- sigue bebiendo del entonces implantado. Se pusieron en marcha importantes equipamientos para los ciudadanos, como el entonces pionero Centro Social de Ventanielles. Se abrió paso, aunque tímidamente (en buena parte por la polémica asociada), a las peatonalizaciones, y a un crecimiento urbano ordenado. Se impulsó el Parque de Invierno y se puso en marcha el Parque Purificación Tomás, en un proceso de recuperación de espacios en el entorno del Naranco, unido a la creación de la pista finlandesa, proceso que después quedó en buena parte truncado hasta nuestros días.
No sobre recordar los elementos más positivos –muchos- del mandato de Antonio Masip, porque algunos siguen empeñados en abonar la peligrosa tendencia del adanismo, esa que convierte a cada nuevo (o no tan nuevo) gobernante en inventor y padre de todo, menospreciendo por sistema a aquellos que le precedieron y a la gestión que desplegaron. Por eso, con sus luces y sombras, predominando las primeras, cabe recordar que el nuevo tiempo abierto en el Ayuntamiento de Oviedo a partir de 1983 tuvo en aquellas elecciones su comienzo, y que, pasados ya 25 años desde entonces, es conveniente y de justicia recordar a quienes protagonizaron aquellos años de cambio con su esfuerzo y vocación, empezando por el propio Antonio Masip.
Por otra parte, este aniversario –tan poco recordado pese a su indudable simbolismo- permite también subrayar que fue posible en Oviedo un gobierno del PSOE, que éste no fue flor de un día, y que las etiquetas que pretenden enclaustrar a nuestra ciudad como netamente conservadora y patrimonio político de la derecha no son verdades absolutas, como entonces se demostró. Es decir, no existe una atávica maldición que impida al PSOE acceder a responsabilidades de gobierno en Oviedo, de modo que, generando la confianza suficiente sobre la viabilidad, necesidad y oportunidad de la alternativa política, la ciudadanía podrá decidir sabiendo que, en democracia, ningún representante público, por prolongado que haya sido su mandato y marcada que esté su huella, tiene asegurada su continuidad.

Publicado en Oviedo Diario, 17 de mayo de 2008.

5.5.08

COMPROMISO CÍVICO


Tener noción de nuestra dimensión colectiva, de la importancia del progreso común y de las consecuencias de la inclusión en el conjunto social, y, sobre todo, actuar en consecuencia, posiblemente sea uno de los rasgos más nobles del ser humano, y a la vez un reto personal que pone a prueba nuestra generosidad y sentido de servicio. No se trata de sublimar la participación pública como si de un desempeño místico se tratase; ni de exigir cotas de entrega y renuncia que difícilmente pueden acomodarse a las complicaciones de la vida moderna; ni de ser tanto de una causa que se deje de ser de uno mismo. Claro que hay que ejemplos morales encomiables y dignos de ser tomados como referencia, pero nadie está en posición de exigir a los ciudadanos un hercúleo esfuerzo que les convierta en santos laicos de las luchas colectivas.
Ahora bien, sí conviene cultivar el afán de justicia, aprendiendo a interiorizar y metabolizar el dolor que provoca la desigualdad, para que, ante el sufrimiento ajeno provocado por la dominación o la necesidad, uno sepa sentirlo como propio y emprender la rebelión que comienza en la actitud personal y aflora en la respuesta colectiva. Dice Benedetti, parafraseando a nuestro Campoamor, que todo es según el dolor con que se mira, porque, en el fondo, es la empatía lo que nos lleva no a una alicorta compasión que se queda en el gesto sentimental, sino a la sincera fraternidad y al cuestionamiento de las causas de la injusticia que ya no es sólo padecida por el otro, porque alcanza a todo el conjunto. En ese proceso, como no, la indignación juega un justo papel, acompañada del sosegado análisis sobre las causas de la injusticia y la búsqueda de las mejores soluciones. En qué medida puede uno contribuir a cambiar las cosas y asumir los costes personales, es ya la reflexión estrictamente íntima en la que las circunstancias de cada uno pesan enormemente.
Estamos en tiempos propicios al individualismo y al sálvese quien pueda. Los valores del compromiso cívico no cotizan al alza y la cultura del recelo hacia la cosa pública ha calado; es cierto que algunas dinámicas de poder y el cansancio que provocan determinados discursos cien veces gritados en la plaza pública han contribuido a desprestigiar la actividad política. Pero, por mucho que nos pueda complacer el cómodo escepticismo, al final acabamos descubriendo que la mueca del desencantado –esta que alguna vez hemos esbozado- no deja de ser la de quien se ha encerrado en la convicción de que poco o nada se puede hacer de puertas afuera.
En esta encrucijada el camino de la militancia no es siempre el más fácil, pero a la postre es una de las formas posibles para incidir más eficazmente –que de eso se trata- en la realidad en la medida de nuestras capacidades y disposición. Quien ha tenido la suerte de tener oportunidades bien podría optar por los deleites estéticos o la altivez del lúcido, obviando el llamamiento del compromiso. Pero cuando los valores democráticos y la cohesión social necesitan una cotidiana reafirmación, no cabe sino participar y contribuir. Las miserias de la vida pública, que son muchas, no tienen porque apagar la pulsión ciudadana, pese a los embates. A la postre, la militancia y el activismo es una forma de servicio público, un compromiso con todos y, por ello, con uno mismo.

Publicado en Oviedo Diario, 3 de mayo de 2008.

ESTATUTO DE AUTONOMÍA: ALGO MÁS QUE CORTAR Y PEGAR


En estas últimas semanas por fin ha comenzado sus trabajos la ponencia que en la Junta General del Principado de Asturias (JGPA) se encargará de cocinar el texto del nuevo Estatuto de Autonomía. En el momento de redactar estas líneas aún no está claro si el planteamiento de los diputados que la integran será elaborar un nuevo Estatuto de principio a fin, o únicamente retocar el actual, aunque, por el ritmo, orientación y contenido del resto de reformas estatutarias, ya culminadas o en curso, parece que resultará inevitable una nueva redacción en su totalidad, o, como poco, una profunda revisión de la mayoría de preceptos del vigente.
Nos jugamos mucho en este viaje, y los diputados que forman la citada ponencia tienen que ser perfectamente conscientes de tal responsabilidad. Previamente han tenido como base los informes recabados por el Gobierno Autonómico de diferentes especialistas, el dictamen del Consejo Consultivo y la ingente labor documental de los letrados de la JGPA. Trascendiendo del ámbito más estrictamente técnico, la referencia del resto de reformas estatutarias es ineludible, y seguramente influirá en la definitiva redacción que lleguen a acordar.
Pero una cosa es la natural incidencia de los procedimientos de reforma estatutaria, y la necesidad de sumarse a la evolución y el –al menos pretendido- perfeccionamiento de nuestro sistema autonómico; y otra bien diferente es reducir nuestro proceso de reforma a un picoteo desigual en los diferentes textos de otras Comunidades Autónomas, a modo de emulación total o parcial de lo aprobado en otros lares, sólo por el hecho de que algo que hay que cambiar para participar en este baile autonómico. Mal harían nuestros representantes si llegan a esta reforma pensando en solventarla como un trámite más, esperando que el trago pase con la forma más insípida y anodina posible, sin analizar qué aspectos de nuestra arquitectura institucional y bagaje competencial merecen ser revisados convenientemente. Existe la sensación, bastante extendida, de que en Asturias se abre la reforma estatutaria más por inercia que por reafirmación de nuestro autogobierno y depuración de los instrumentos que los poderes públicos tienen para actuar sobre la realidad. Ciertamente el debate social no es particularmente intenso al respecto, salvando cuestiones como el estatus de la llingua asturiana, que, siendo un asunto de importancia, ni mucho menos agota el contenido de la reforma estatutaria.
Por ejemplo, poco se ha dicho acerca de qué nuevas competencias se pretenden recoger entre aquéllas que corresponden a nuestra Comunidad Autónoma. Y va siendo hora de que asumamos la gestión integral del agua y ríos asturianos; de que los trenes de cercanías puedan coordinarse plenamente desde Asturias con el resto de la red de transportes; de que participemos en la gestión del aeropuerto de Asturias; de que el tráfico por las vías autonómicas sea nuestra responsabilidad; de que las instituciones penitenciarias sean competencia autonómica (entre otras cosas una gestión cercana ayudaría a mejorar sustancialmente la situación rayana en el hacinamiento que vive el centro penitenciario de Villabona); de que contemos con una policía autonómica cuando menos para ejercer funciones de policía administrativa; o de que tengamos instrumentos administrativos autonómicos con capacidad para actuar en materia de inspección de trabajo. Todo ello sin hablar del margen competencial que nuestro actual Estatuto permite y que no se ha desarrollado plenamente, empezando por la asunción de las competencias en materia de personal de Justicia, lo que posiblemente nos hubiera evitado la pasada y traumática huelga de los funcionarios del sector.
Tampoco se ha hablado mucho de las cosas que podemos cambiar en nuestro modelo institucional. Por ejemplo, convendría suprimir la limitación temporal establecida para la disolución y convocatoria de elecciones a la JGPA, totalmente ajena a los tiempos políticos y realidad de una Comunidad Autónoma que ya tiene suficiente recorrido. Y resultaría oportuno dotar de un mayor protagonismo en todos los órdenes a la propia JGPA. También es el momento de otorgar en el Estatuto un papel mucho más relevante a los Ayuntamientos, a las mancomunidades que éstos conforman y a la propia Federación Asturiana de Concejos, previendo además la necesaria financiación y la futura descentralización competencial a las entidades locales.
En definitiva, al afrontar esta reforma estatutaria, se trata de ajustar nuestra norma de referencia a las necesidades y aspiraciones de incremento del autogobierno y de afinamiento de nuestro marco institucional. Y no porque haya que hacerlo para no perder comba, sino por convicción en que la profundización en el desarrollo autonómico permite mejorar la capacidad de ser más eficientes en la gestión de los recursos públicos, en la atención a los ciudadanos, y en la respuesta democrática a las inquietudes de los asturianos.

Publicado en Fusión Asturias, mayo de 2008.