NEL AMARO VOLVERÍA A QUEMAR EL DNI
Corría el
año 2003 y mientras Aznar se empeñaba en sacarnos del rincón de la historia
comprometiendo el apoyo de España a la intervención armada en Iraq, un grupo de
estudiantes de la Universidad asturiana organizamos, entre la miríada de actos
contra la guerra en aquellos días de efervescencia, un acto callejero de
protesta frente al Ayuntamiento de Oviedo (cuya mayoría corporativa se negaba a
rechazar el conflicto) en el que invitamos a Nel Amaro. Su acción terminó, bajo
la observación curiosa de los policías locales y una veintena de viandantes,
clamando contra el oprobio de que en el supuesto beneficio de España –lo que
quiera que tal sofisma representa- se apoyase semejante canallada (y estupidez,
como el tiempo demostró con creces). Para demostrar la vergüenza sentida, qué
mejor que quemar el DNI, lo que acto seguido llevó a cabo. No una fotocopia a
color ni una imitación creada al efecto. Sino el propio DNI, sacado de su
bolsillo y entregado -supongo que por decisión tomada sobre la marcha- a la
pequeña fogata en la que se quemaban fotos del trío de las Azores. El deseo de
la apatridia era recurrente en Nel Amaro, es cierto; pero cuando menos destruir
el DNI le genera a uno un incordio por la tramitación burocrática que viene
después.
Todos
echamos de menos a Nel Amaro y más en estos días en el que la actualidad le
daría, desgraciadamente, buen material. Como a todos los que lo vimos en
acción, nos resulta difícil olvidarle y no sonreír cuando evocamos cualquiera
de sus performances. Me he acordado de él porque alguna habría montado para
denunciar como abunda la indiferencia e incluso las alucinantes justificaciones
mientras ya van quince cuerpos de inmigrantes localizados tras intentar
alcanzar las playas de Ceuta y morir ahogados, repelidos por disparos de fogueoy de pelotas de goma. A buen seguro que habría tenido que pasar por la oficina
de expedición del DNI para hacerse otro nuevo, porque sacarlo de la cartera y
quemarlo, por vergüenza y espanto, es un gesto político, o al menos un alivio,
que tiene sentido y razón, si el Estado que dice ampararte y te documenta maneja
entre sus formas de proceder que las autoridades encargadas de hacer cumplir la
ley la contravengan (devoluciones en caliente incluidas) y desprecien la vida
ajena hasta facilitar que quince desgraciados la pierdan a unos metros de la
orilla. Sin que haya destituciones; con
una contestación social más bien escasa (me temo que todos estamos en el sálvese quien pueda); prácticamente sin
muestras oficiales de condolencia (por muy hipócritas que resultasen); admitiendo
como parte del paisaje que el responsable de la Guardia Civil amenace
abiertamente a quien critica la insoportable inhumanidad; tragando con
explicaciones a medio camino entre la falsedad (hubieran negado el uso de
material antidisturbios si no fuese inocultable) y el descaro; contemplando la
estrategia, quizás exitosa, de argumentar la necesidad de defender la
impermeabilidad de la frontera, a cualquier precio e incluso contra las propias
normas que nos hemos dado.
Todo ello en
nuestro supuesto beneficio, como ciudadanos regularmente identificados.
Publicado en Asturias24, 18 de febrero de 2014.
Etiquetas: apatridia, derechos humanos, Estado, inmigración, rebelión, violencia