Blog de artículos publicados en medios de comunicación.

5.8.14

FRENAR LA MASACRE REPETIDA

El conflicto de Gaza nos permite comprobar, una vez más, los estándares morales sobre los que actúa la comunidad internacional. Parece cosa común, a juzgar por lo vivido, acostumbrarse a que, a resultas de episodios violentos de un conflicto de décadas en el que el pueblo palestino tiene motivos para perder la esperanza de una solución razonable y justa, cada cierto tiempo se produzca una agresión desproporcionada sobre Gaza que dejé tras de sí centenares de víctimas civiles, destrucción, humillación y pobreza. En esta ocasión, además, los ataques deliberados a objetivos civiles, escuelas, hospitales, mercados, medios de comunicación, instalaciones de las Naciones Unidas, infraestructuras para el abastecimiento de agua y energía, el desprecio por la vida de la población civil, la ausencia de compasión, la indiferencia a los llamamientos para cesar las hostilidades y la sensación de impunidad con la que se manejan los líderes israelíes, son elementos de especial gravedad que pueden llevar a una escalada de impredecible final. Por otra parte, la sociedad israelí, aunque plural, parece mayoritariamente entregada a un discurso belicista y segregacionista, que, además, no presagia ninguna voluntad de otorgar concesiones elementales para hacer viable una solución pacífica al contencioso histórico; y la ausencia de piedad, desgraciadamente, parece extenderse, banalizando el ataque como objeto de contemplación patriótica o trivializando el odio, ajenos incluso al viejo y de por sí cuestionable lema del “ojo por ojo”, ya que la asimetría de la respuesta a los ataques de Hamas es manifiesta.
            Ante el desastre humanitario en Gaza lo que sería esperable no es la retahíla de lamentos acomodados y condenas huecas. Los Estados y las organizaciones internacionales tienen instrumentos suficientemente poderosos para reaccionar con determinación ante la violación masiva de derechos humanos que se lleva a cabo contra la población palestina. Llegados a este punto de franco desprecio por la vida ajena, sería precisa una acción concertada que contemplase la adopción de sanciones económicas de alcance, el llamamiento a consultas de las representaciones diplomáticas o incluso el cierre temporal de embajadas y consulados, la suspensión o aislamiento en foros y organizaciones internacionales, el embargo de armas y material con doble uso civil y militar, la congelación de activos económicos del Estado de Israel y de sus dirigentes, la prohibición de entrada de éstos en terceros países y, ante la constancia de la comisión reiterada y deliberada de crímenes de guerra (violaciones del derecho internacional humanitario y en concreto ataques intencionados contra población civil, escuelas, hospitales, lugares religiosos, etc.) e incluso crímenes contra la humanidad (en la modalidad de actos inhumanos dirigidos, en un ataque extendido y sistemático, a causar gran sufrimiento a la población civil), la solicitud por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas de la correspondiente investigación y proceso a los responsables, ante la Corte Penal Internacional. No obstante, ninguna de estas acciones ni otras similares, que sin duda cambiarían el panorama, serán tomadas y, más allá de los reproches retóricos y los gestos de preocupación, no es de esperar que se adopten medidas eficaces ni que se desplieguen esfuerzos diplomáticos consistentes, para detener la sangría.

            Procede recordar, además, que nada tiene que ver el llamamiento a que concluya el horror y a que la comunidad internacional actúe decididamente, con otras consideraciones sobre el conflicto de fondo o sobre circunstancias históricas que habitualmente salen a relucir. Solicitar la debida reacción frente a una actuación netamente criminal, abusiva y espantosamente cruel no sitúa a quien lo pide en la condición de antisemita ni significa negar el derecho a la existencia del Estado de Israel. Tampoco significa desconocer las amenazas permanentes sobre la seguridad de Israel, las atrocidades que el antisemitismo ha deparado o el contexto convulso y en algunos casos regresivo que vive el entorno geográfico de Israel. De lo que se trata es, simple y llanamente, de clamar contra la comisión de crímenes que repugnan a la conciencia humana y de invocar los instrumentos del Derecho Internacional para frenar la catástrofe. Y, también, de evitar que la semilla del odio siga sembrada para generaciones enteras, con efectos desestabilizadores que afectan no sólo a la región sino, por su fuerte carácter simbólico, al mundo entero.

Publicado en Asturias24, 5 de agosto de 2014.

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ENDEUDAOS Y ESPECULAD

Si uno se cree el discurso oficial y el telediario de RTVE, se supone que lo peor de la crisis económica ha pasado para no volver. De poco servirá, no obstante, el tedeum después de la peste (un poco como el de “El Ángel Exterminador”), para la parte no pequeña de la sociedad que queda descolgada, para muchos irremediablemente, como resultado de la crisis y los recortes de derechos sociales y laborales, que han convertido la pobreza y la precariedad en asunto de primer orden en España, aunque inexplicablemente esté fuera de la agenda política. Por otra parte, nadie debería precipitarse a cantar victoria o aferrarse a esperanzas todavía vaporosas (como se hizo a la ligera con los “brotes verdes” de 2010) cuando persisten incertidumbres enormes sobre las cuentas públicas, la solidez de las empresas o el sistema financiero y retornan problemas endémicos como el déficit exterior y la falta de competitividad (que evidentemente no pasa sólo por la reducción salarial). En todo caso, si salimos, lo hacemos en los huesos en cohesión social, tejido económico y confianza en las instituciones, cosas que tardarán años en reconstruirse, si es que alguna vez lo hacen.
Al declararse oficialmente la crisis, tan pronto como los empleados de Lehman Brothers salían de las oficinas con sus enseres en cajas, triunfaba el deseo, o al menos la invocación, de reformar el capitalismo, introducir regulaciones eficaces en los mercados financieros, gobernar la globalización y evitar que la economía real se viese arrastrada por una economía financiera pasada de rosca. Incluso se atisbó una cierta concienciación ciudadana sobre las trampas del círculo vicioso de consumismo y endeudamiento al que todos, con mayor o menor capacidad de gasto, habíamos sido invitados a alimentar con nuestra aportación entusiasta o inconsciente. No es que estuviésemos cerca de la catarsis y del deseo de vivir en Walden alejados del absurdo que nos reduce a la condición de productores / consumidores, pero quien más quien menos, al sufrir directamente o al ver a gente cercana pasarlo mal, se ha cuestionado el sentido de este modo de vida depredador y acelerado que deja a tantos tumbados sobre la lona.
Seis años después, con los efectos de la Gran Recesión aun sintiéndose y las heridas por cicatrizar, poco queda de los llamamientos al cambio de aquel entonces y cabe preguntarse si algo resta del juicio crítico que las penalidades espolearon. En el ámbito macro, desde luego, las grandes asignaturas dirigidas a frenar la economía especulativa y poner las operaciones financieras al servicio de la economía real siguen pendientes, aunque haya habido ligerísimos avances como la posición activa en políticas de recuperación de los bancos centrales, el retorno a la regulación de la banca de inversión en EEUU o los progresos hacia una tasa a las transacciones financieras en Europa, por ejemplo. Puestos al microscopio para observar las situaciones particulares, aunque numerosos consumidores no puedan pasar de la marca blanca y las vacaciones en casa de los abuelos (si tienen suerte), llama la atención el regreso de la publicidad masiva dirigida a transformar a cada modesto ahorrador (o dispuesto a negociar sobre cantidades en préstamo) en un especulador de nuevo cuño, capaz de operar personalmente desde su ordenador con divisas, derivados, futuros, materias primas y acciones, es decir, para echar madera a la caldera del turbocapitalismo en la que, probablemente, arderá si su fuente de ingresos es su trabajo; o para convertirlo, otra vez, en un adicto crónico al endeudamiento, no ya para adquirir viviendas de precio inflado en el extrarradio, sino para irse de vacaciones, cambiar su coche de diez años o –y aquí viene la parte más amarga- para dar oportunidades de educación a sus hijos o asegurarse asistencia sanitaria o social, ya que la desconfianza en los servicios públicos alimenta el deseo de conseguir estos bienes en el sector privado y por lo tanto incentiva un suculento mercado hasta ahora sólo parcialmente explorado.

Volvemos hacia la consagración de un supuesto capitalismo popular y sus aberraciones y a la exaltación del consumo como construcción personal, aunque cada vez esté más difícil para la mayoría que a duras penas se las apaña. Si nos dejamos llevar, no habremos aprendido nada de la crisis.

Publicado en Fusión Asturias, agosto de 2014.

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