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8.1.12

LA RESPUESTA DEBIDA

Es una simplificación corriente afirmar que el electorado siempre acierta cuando emite su voto mayoritariamente en un determinado sentido, frase muy al uso del lenguaje postelectoral políticamente correcto. Cada resultado electoral es fruto del momento, de las circunstancias en las que vive la ciudadanía, del orden de prioridades que selecciona, de la fortaleza de las opciones concurrentes o de la capacidad de influencia que tengan los diferentes estímulos a los que estamos sometidos a la hora de decidir. Digamos que el sentido del voto mayoritario es perfectamente comprensible, tiene sus explicaciones políticas y sociológicas y, ante todo, tiene que ser inmediatamente acatado por las opciones derrotadas, a las que, en el sistema democrático, les resulta exigible un grado singular de responsabilidad cuando les corresponde retirarse del poder institucional porque así lo ha decidido la mayoría. Pero afirmar el acierto de la mayoría sencillamente porque lo es, significa paralelamente (lo que sin embargo no se dice) calificar de error el sentido del voto de las minorías y no es en términos de corrección o incorrección como se debe analizar la orientación de cada voto con los resultados definitivos en la mano.

Yo que estoy entre el 55% de votantes que no apoyé al PP, no creo que mi voto haya sido desacertado porque no confluya con el de los 10,8 millones que sí lo hicieron y que, traducido en escaños, le han otorgado la legítima mayoría absoluta en las Cortes Generales. Tampoco creo que haya que situarse en la resignación y agachar las orejas, como si, a resultas del varapalo, no hubiese cosas que reivindicar, alto y claro, de la gestión y de las aportaciones más positivas de los gobiernos del PSOE en España en este último periodo: la extensión de derechos civiles, las políticas de igualdad, la defensa de los servicios públicos, el incremento de las pensiones mínimas, la subida del Salario Mínimo Interprofesional, la radical regeneración de RTVE, la Ley de Atención a la Dependencia, la actitud dialogante y respetuosa con la discrepancia, el intento de tender puentes entre las diferentes posiciones sobre el modelo de Estado, el rechazo a tentaciones populistas tan en boga en materia de seguridad o inmigración, etc. Avances que sería imperdonable no reclamar como conquistas conjuntas que no conviene perder y que aquellos que dieron su apoyo a los socialistas en 2004 y 2008 pueden considerar como consecuencia de su respaldo.

Otra cosa bien diferente es que, se mire como se mire, cuando un resultado electoral es tan concluyente como el de las elecciones del pasado 20 de noviembre, entre las causas del vuelco en las preferencias de los ciudadanos sin duda se encuentra el distanciamiento con la opción que ha perdido el respaldo y la desconfianza con el Gobierno que sustentaba. Por supuesto que el contexto de crisis tiene mucho que ver en el desenlace y el Gobierno de España no ha sido el primero (ni será el último, vistas las perspectivas) al que los acontecimientos han superado. Pero lo que toca es no minimizar las dimensiones del correctivo aplicado por los 4,3 millones de votantes que han retirado su apoyo al PSOE y, en consecuencia, no instalarse en la retórica vacua que apela al cambio cuando aparentemente sólo muestra disposición a aplicar modificaciones superficiales y temerosas. Con menos del 30% del apoyo, sin responsabilidades institucionales significativas, con la credibilidad bajo mínimos y sin la seguridad de que haya tocado fondo, para demostrar que el PSOE es un partido con vocación de alternativa y capacidad de respuesta ante las circunstancias, en el proceso que ahora se abre no servirán los paños calientes. No se trata de romper amarras con el pasado ni de poner patas arriba todo porque sí. Pero o se capta el mensaje del electorado o se corre el riesgo de que la desconexión con la mayoría social a la que se pretende representar se agrave aún más.

Publicado en Oviedo Diario, 3 de diciembre de 2011.

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