CANDIDATO X
Etiquetas: 25-M, Asturias, autogobierno, Cascos, cherines, Comunidades Autónomas, crisis, elecciones, FAC, Gobierno de Asturias, PP
Blog de artículos publicados en medios de comunicación.
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Durante años la izquierda europea y latinoamericana ha crecido cultivando una profunda desconfianza hacia la política exterior norteamericana, y sus argumentos cabales tenía para este recelo. Las decisiones de los gobernantes de EEUU y la posición de los intereses que los sostenían han tenido durante muchas décadas, especialmente en los tiempos de la Guerra Fría, consecuencias perniciosas para el desarrollo socioeconómico de países situados bajo su directa influencia, en ocasiones obligados a soportar un estatus subalterno y a sobrevivir a gobernantes tutelados o impuestos desde los centros de poder de la superpotencia. Aunque tuviese una vocación defensiva frente al avance de alternativas hostiles, el movimiento de piezas en el tablero durante los años previos al derrumbe del bloque soviético significó apoyar golpes de Estado, sostener dictaduras aberrantes, sofocar las veleidades democráticas o, en el mejor de los casos, mirar hacia otro lado ante aliados poco presentables. Por eso es tan distinta la visión que de la participación en la OTAN, de la presencia militar norteamericana o de la retórica de guardián de la libertad se ha tenido hasta hace poco en diferentes países, según la historia de sus relaciones con EEUU. Así, mientras en Chile o Guatemala, por poner dos notables ejemplos, tal evocación iba indisociablemente ligada a los golpes militares frente a Allende y Arbenz, y en España era inevitable pensar en el rescate del Franquismo ante los ojos del mundo protagonizado por Eisenhower, en los países de Europa Oriental que recuperaron su plena independencia a partir de 1989 es otra –mucho más positiva- la mirada sobre el papel norteamericano.
Los tiempos que vivimos son muy diferentes porque el periodo de total hegemonía de las dos últimas décadas va dando paso, y no por decisión propia de la potencia hasta ahora predominante, a un mundo multipolar en el que otros países ganan pujanza y limitan a su vez la de EEUU. Sobre el papel es un escenario deseado, más proporcionado y coherente con la legítima función que, por población, territorio o dinamismo económico, las nuevas potencias están llamadas a desempeñar en el concierto internacional. La adaptación pendiente de las organizaciones internacionales nacidas tras la II Guerra Mundial –empezando por la propia Naciones Unidas mientras el Consejo de Seguridad no se reforme- o la crisis de algunas conferencias de líderes –el G-8 venido a menos- es buena prueba de este irreversible movimiento de fondo.
Pero de la bienintencionada teoría de que el florecimiento de otras potencias traería mesura, cooperación y respeto a la legalidad internacional, a las amargas realidades de nuestro tiempo, media la cruda constatación del papel que alguno de los poderes emergentes se encarga de ejecutar. Como nos recuerda el sistema dictatorial chino, la democracia controlada y de baja calidad rusa, o la escalada en la depredación de recursos naturales auspiciada o al menos asumida como inevitable en India, Brasil o Indonesia, que otros países vayan a estar en condiciones de relevar en el liderazgo internacional a las ajadas democracias occidentales -cuya cuidada hipocresía ya nos resulta tan familiar- no necesariamente significará garantía de armonía, progreso y estabilidad.
No obstante, dado que el irremediable proceso de cambio está aún en curso, la comunidad internacional y, sobre todo, la naciente sociedad civil transnacional todavía está a tiempo de reivindicar una gobernanza global basada en valores de progreso colectivo, evitando la sustitución de una hegemonía nociva por otras que quizá no vayan a resultar mucho mejores. Por el contrario, si el reequilibrio mundial y el ascenso de los nuevos países se tiene que hacer a costa de despreciar cualquier restricción medioambiental, competir con condiciones de trabajo paupérrimas, fomentar el autoritarismo y el nacionalismo exacerbado, reprimir ferozmente a la disidencia interna, sostener regímenes abyectos de países bajo su órbita, admitir la inacción ante crisis humanitarias monstruosas, alentar la carrera armamentística, excitar conflictos regionales sobre los que ejercer de árbitro o reverdecer ensoñaciones expansionistas de origen histórico difuso, quizá llegue un día en que acabemos echando de menos los tiempos de heroica denuncia del viejo conocido “imperialismo yanqui”.
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Emerge el inconfundible aroma de la cutrez proveniente de todo lo que rodea a la carrera de Cataluña y Madrid por mostrar sus encantos y acomodar la legislación al gusto del magnate de los casinos, para que éste decida con su providencial dedo dónde instalará el macroproyecto Eurovegas. Años parloteando y elucubrando sobre el marco regulatorio de determinadas actividades económicas, el modelo de fiscalidad, la gestión del territorio, las relaciones laborales, etc. y con la aparición del primer encantador de serpientes en época de zozobra podemos enviar al cubo de reciclaje todos los tratados escritos. Si se establece cualquier clase de acuerdo entre Sheldon Adelson y las autoridades estatales, autonómicas y locales destinado a servirle en bandeja las facilidades exigidas para que aterrice con sus excavadoras y tragaperras, sólo el ejercicio de la acción pública en defensa de los intereses generales y la intervención de la justicia podrá evitar que tamaña monstruosidad se trate de llevar a cabo.
Lo que pide el potentado es que se aplique a sus negocios un régimen excepcional en el que pueda sustraerse a determinadas obligaciones en materia de derechos laborales, regulación del juego o salud pública, que se le exima temporalmente de tributos y cuotas de seguridad social, que se le reconozcan ventajas fiscales específicas, que se modifiquen las normas urbanísticas a su gusto para poder edificar rascacielos y evitar cesiones obligatorias de suelo, en definitiva, que se cree una zona franca –casi un moderno señorío- donde no impere la misma ley que en el resto del territorio, todo para acoger una industria de ocio no precisamente sublimador de los espíritus.
Los gobiernos de Madrid y Cataluña, que se llenan la boca –especialmente el primero- hablando de la importancia de una competencia libre y no falseada, de una arcadia liberal en la que la sabia mano invisible del mercado moldea un orden natural perfecto, han corrido veloces a ofrecerle un régimen singularizado, disfrazado de toda la gama de eufemismos disponibles, demostrando que el capitalismo de amiguetes del que nos habla Stiglitz impone sus reglas a todos los niveles. Supongo que el Consejero de Territorio y Sostenibilidad catalán, jefe de la delegación que acudió a rendir pleitesía al prócer, sugeriría la eliminación de la segunda parte de su cargo, porque el proyecto no parece muy sostenible, ni económica ni medioambientalmente; y el Consejero de Economía y Hacienda madrileño habrá hecho buenas migas compartiendo su extremismo neocon –procede de FAES- con el ideario de Adelson, ferviente republicano y financiador de la campaña de Newt Gingrich. Por cierto, ahora que felizmente se pone encima de la mesa el debate sobre el nivel de transparencia exigible legalmente a los poderes públicos, es significativo el grado de reserva de los negociadores cuándo de concretar las obligaciones asumidas y las modificaciones de normativa ad hoc comprometidas se trata.
Se ve que en España aprendemos poco de nuestros errores. Parecía extendida la convicción de que el origen de la actual crisis tenía mucho que ver con el modelo de desarrollo económico, con la apuesta por proyectos milagrosos que convertían secarrales en fantásticas urbanizaciones y que sacaban de la nada paraísos del kitsch al estilo Marina d´Or. Sin embargo, al olor de las sardinas el gato de la especulación ha resucitado y encima está dispuesto a exigir medidas inéditas por el trato preferente que comportan, ofreciéndonos a cambio el cinematográfico Pottersville como quimera a la que, pobres mortales, podemos aspirar. A lo que se añade, cuando uno comprueba la falta de respeto por las propias leyes, el escaso orgullo que nos queda, ese del que también, en clave nacional -cada uno el suyo- exhiben pomposamente el PP y CiU, cuyos representantes pugnan ferozmente por recibir con collares de flores al “emprendedor” Sheldon.
Publicado en La Voz de Asturias, 10 de abril de 2012.
Etiquetas: capitalismo, CiU, competencia económica, Comunidades Autónomas, especulación, Eurovegas, PP
No me gusta ni un pelo la grosera demagogia que prácticamente atribuye los problemas macroeconómicos de los países del Sur de Europa al sometimiento a las políticas de austeridad y consolidación fiscal cuya imposición atribuyen exclusivamente al Gobierno alemán de Ángela Merkel. Creo que es una forma absurda –patética, incluso- de exculpar los problemas propios buscando una causa ajena, denunciando una maléfica mano negra que los causa; composición que además casa mal con el estilo de la Canciller, que no es precisamente de gesto fiero por muy alemana que sea. Me temo que tenemos suficientes paladines autóctonos de la disminución de lo público y del neoconservadurismo en boga: no nos hace falta buscarlos afuera ni endosar la responsabilidad a los germanos y los eurócratas. A su vez, de nada sirve repudiar a las instituciones comunitarias –hace dos días benefactoras pero hoy pintadas como madrastras- y negar que tenemos un serio problema de financiación pública y privada, agravado por la desbocada especulación pero crudamente real en su esencia.
Otra cosa bien diferente es el derecho, la necesidad diría, de analizar críticamente si el camino actual de tratamientos de choque, remedo europeo de los ajustes estructurales en otro tiempo aplicados por el FMI en otras latitudes, no acabará creando, por su intensidad y ritmo, un problema mayor del que pretende solucionar, dejando de lado, además, algunas de las causas estructurales de la crisis para centrarse en la ideológica tarea de reducir el sector público a su mínima expresión. Y, del mismo modo, convendría que los gobernantes más entusiastas de la agenda de recortes y privatizaciones tuviesen algo más de cuidado en su puesta en escena de alumnos aventajados, porque van a acabar dando pábulo a la exagerada interpretación que nos sitúa poco menos que como apéndices de Berlín. El hecho de que Rajoy dé en primicia explicaciones del Proyecto de Ley de Presupuestos Generales en entrevista privada a Volker Kauder (líder parlamentario de la CDU), antes que a las Cortes Generales o a la opinión pública, es cuando menos poco decoroso, sobre todo después de semanas jugando al gato y al ratón con los medios de comunicación para dar con cuentagotas apuntes sobre el tipo de recortes que pueblan las cuentas del Estado para este año.
El caso es que llueve sobre mojado porque ver a nuestro Presidente en el Consejo Europeo presumir, medio en broma medio en serio, sobre la huelga general que aventuraba -¡casi convocaba de oficio!- como consecuencia de la entonces proyectada reforma laboral, no fue precisamente inteligente. El campeonato de indiscreciones y el prurito neoliberal ante los profes de la Comisión europea siguió con Luis de Guindos, todo ufano al anunciar que la reforma sería extremely agressive, demostrando que en este siglo XXI no sólo hay que saber inglés para abrirse paso y ampliar horizontes culturales y profesionales, sino también para entender a nuestro Ministro de Economía. Aunque al común de los mortales nos sonroje un poco este vulgar y cruel anhelo que parece dominar a nuestro Gobierno, el caso es que desde el 29-M, ya tienen en sus vitrinas el que parecía su ansiado premio y nos tememos que van a por más. El problema es que, si se solazan en esa lógica perversa que consiste en exhibir el descontento popular como prueba de la agudeza de sus políticas, alimentarán una escalada inquietante mientras generan tensiones sociales muy serias. Y, al mismo tiempo, quizá sin saberlo y haciendo realidad aquello de que donde las dan las toman, se convertirán velozmente en candidatos a engrosar la lista de gobernantes sobrepasados por la crisis, objetos de exhibición en la galería de piezas cobradas por los mercados en el maremágnum de la crisis.
Publicado en Oviedo Diario, 6 de abril de 2012.
Etiquetas: crisis, Gobierno de España, huelga general, recortes, reforma, UE
A mí personalmente no me hace ninguna gracia el símil que algunos ingeniosos propagan en los últimos días, poniendo en exagerada comparación la situación de Asturias con el bloqueo político que durante meses vivió Bélgica, hasta que en diciembre de 2011, tras 541 días de interinidad, se formó su actual Gobierno. Aunque echo de menos los falsos doblajes que Terapia de Grupo podría haber perpetrado con el abundante material que la situación política asturiana provee –y no digamos con el pintoresco mundo que rodea el fenómeno FAC-, no creo que nos convenga como Comunidad convertirnos en fuente permanente de noticias que aluden a inestabilidad, desgobierno o crisis institucional. Por favor, que éste no se convierta en rasgo diferencial asturiano a ojos propios y ajenos, porque la finalidad de disponer de instituciones propias, capacidad de autogobierno y competencias sobre las que decidir es afrontar con mayor eficacia –en la medida de lo posible- las cuestiones que nos atañen, no transmutar nuestro régimen autonómico en un artefacto ingobernable ni el espacio común de debate en un barullo inaudible del que es difícil extraer algo en claro.
Tampoco procede culpar al electorado por deparar un escenario parlamentario particularmente complejo. La ciudadanía ha provocado en un breve espacio de tiempo desplazamientos bruscos en las preferencias de voto, que dicen mucho de las inquietudes dominantes, de las frustraciones creadas y de la acelerada rapidez con la que en estos tiempos se otorga y retira la confianza expresada en el sufragio. Sea como sea, y con el reparto de la representación surgido de las urnas, conviene forjar cuanto antes un consenso sobre la necesidad de aclarar el panorama con rapidez; hablar claro para analizar las posibilidades de formación de gobierno que cada fuerza tiene y los programas con los que se espera captar el apoyo parlamentario necesario; impedir que se llegue a la improbable -pero posible estatutariamente- repetición de las elecciones autonómicas a los dos meses de constituida la nueva Junta General en el supuesto de empate izquierda-derecha con UPyD silbando tangos; y evitar también que, aunque la elección de Presidente finalice exitosamente, nos encontremos ante una Legislatura de estancamiento político y permanentes dificultades institucionales.
Toca, por lo tanto, que cada cual ejerza cabalmente su responsabilidad y si concurren a la elección de Presidente varias candidaturas simultáneamente, lo que, a diferencia del resto de Comunidades, nuestra legislación autonómica permite -con un mínimo de cinco Diputados que propongan cada alternativa- tanto las fuerzas políticas presentes en la Cámara como la propia ciudadanía podrán comprobar la diferente trayectoria que cada candidato y cada partido puede exhibir cuando de responsabilidad, solidez y seriedad hablamos. Sobre el papel, nos podemos encontrar con el sobrevenido apoyo mutuo de los partidos de derecha que están en el origen de la actual vorágine; con la pretensión de continuidad de un Presidente fallido, exclusivamente centrado en saldar cuentas internas; o con aspiraciones de alcanzar la Presidencia para la tercera fuerza en escaños, a través de quien no tuvo reparos en jugar deslealmente con las instituciones de autogobierno a su antojo durante su paso por la Sindicatura de Cuentas. En el caso de FAC y PP, debería primar la humildad que tanto invocan y tan poco practican, admitiendo lo que todo el mundo ha constatado: su imposibilidad de entendimiento sustancial, más allá de sus fobias comunes (seguramente menos poderosas que las que se profesan mutuamente). Por su parte sería la respuesta más digna al mensaje que les envió el electorado el 25 de marzo, si cotejamos sus resultados con los de 2011.
En las próximas semanas comprobaremos el grado de respetabilidad y coherencia que cada opción está dispuesta a exhibir. El objetivo no sólo es que este proceso culmine con su consecuencia lógica, la elección de Presidente y la formación de Gobierno que abra una nueva etapa. También se trata de que el resultado tenga la suficiente credibilidad y la solvencia exigible para que los poderes públicos autonómicos estén en condiciones de volver a funcionar.
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