Blog de artículos publicados en medios de comunicación.

16.6.08

LOS BENDITOS TRES OCHOS


El 17 de octubre de 1884, el IV Congreso de la Federación Estadounidense del Trabajo proclamó su exigencia de que a partir del 1 de mayo de 1886 –a lo sumo- la jornada laboral máxima debería establecerse en las 40 horas semanales. Enarbolaban los pioneros del movimiento obrero norteamericano la bandera de los sagrados tres ochos, en aquel momento enunciados como “ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa”.
Llegado el 1 de mayo de 1886, como quiera que las autoridades no habían implantado legalmente aún la jornada laboral máxima de 40 horas, y los industriales no tenían la mínima intención de negociar esta reivindicación, 200.000 trabajadores iniciaron una huelga en todo el país, que continuó en los siguientes días en algunas ciudades. En Chicago, prosiguió la huelga varios días más en diferentes centros de trabajo. El 4 de mayo, tuvo lugar la revuelta de Haymarket Square, con choques entre trabajadores y fuerzas de seguridad que produjeron la muerte a un buen número de obreros, además de la contundente represión posterior. En 1889, la Segunda Internacional proclamó el 1º de mayo como día conmemorativo de los trabajadores muertos en Chicago.
De aquella fecha hasta la actualidad muchas cosas han cambiado. Buena parte de los Estados de los países más desarrollados han aprobado la jornada laboral máxima de 40 horas semanales. El 1º de mayo es el Día Internacional de los Trabajadores, con carácter de fiesta oficial en muchos países. Los trabajadores ya no tienen que recurrir a heroicidades ni al martirio para conseguir sus reivindicaciones, porque se reconoce legalmente el papel de los sindicatos, la negociación colectiva y sus formas de reivindicación (el conflicto colectivo y la huelga); otra cosa es que persistan muchas injusticias a combatir en el mundo del trabajo, a todos los niveles, y que en otros muchos países -y también en algunas situaciones en el nuestro- siga siendo una cruda realidad aquello de la “explotación del hombre por el hombre” que denunciaban los primeros teóricos del socialismo.
A pesar de las dificultades e injusticias persistentes, uno creía ingenuamente en una idea de progreso lineal, en la convicción de que, con mucho esfuerzo y dando la batalla, la clase trabajadora había conseguido conquistas irrenunciables, desde la protección social a la libertad sindical, pasando por la adecuada retribución y participación en las ganancias que su trabajo genera. Una de estos logros es sin duda la consideración de que la jornada laboral no debe ser ni extenuante ni eterna, porque se precisa poder compatibilizarla con la vida familiar, con un ocio constructivo y enriquecedor, y con el sueño reparador. Hasta hace unos años, incluso, el debate público al respecto se centraba en la posibilidad de de reducir la jornada laboral a 35 horas semanales, merced a los avances derivados de la introducción de las nuevas tecnologías en los sistemas productivos, y para favorecer el efectivo reparto del trabajo.
Pero de un tiempo a esta parte la perspectiva se ha vuelto sombría. Ahora el mantra de la competitividad –que puede compartirse con carácter general-, ha servido de excusa para que se cuestione abiertamente la negociación colectiva, se plantee como posibilidad que las condiciones de trabajo se establezcan mediante un acuerdo entre la empresa y cada trabajador (ya se sabe quien suele tener más capacidad de presión), y que el límite legal de jornada máxima de 40 horas salte por los aires. El Consejo de Ministros de Trabajo de la Unión Europea, con la oposición de algunos Estados (entre ellos, por fortuna, España), acaba de dar su visto bueno a un Proyecto de Directiva comunitaria que plantea que estos acuerdos individuales permitan alargar la jornada laboral hasta 60 horas semanales, o incluso hasta las 65 horas en algunos casos. Si el Parlamento Europeo no lo remedia, los Estados integrantes de la UE deberán adaptar posteriormente sus legislaciones a los planteamientos comunes de la Directiva.
Vista la situación, no queda sino oponerse con uñas y dientes frente a la Directiva de Tiempo de Trabajo, pedir a los sindicatos que, a nivel estatal pero también europeo, ejerzan toda su capacidad de presión y movilización, y al Gobierno de España que se muestre firme en la defensa de un modelo social y un marco de relaciones laborales en el que no quepa retornar a la dinámica del abuso y, si me apuran, de la explotación de los trabajadores.

Publicado en Oviedo Diario, 14 de junio de 2008.

5.6.08

COSTES (RAZONABLES) QUE HAY QUE ASUMIR


En los últimos meses viene debatiéndose con especial intensidad sobre los diferentes proyectos de instalación de nuevas centrales de generación eléctrica, así como sobre las líneas de alta tensión destinadas a dar salida a la producción eléctrica en Asturias. Muchos proyectos están sobre la mesa en un mismo periodo de tiempo, lo que permite una viva discusión al respecto. En una breve enumeración que no pretende ser exhaustiva, cabe recordar las propuestas de centrales de ciclo combinado que se barajan, se tramitan o se construyen, para La Pereda (Mieres), Lada (Langreo), El Musel (Gijón) o Soto de Ribera (Ribera de Arriba), siendo éstas las que, a tenor de las sucesivas informaciones periodísticas aparecidas, más posibilidades tienen de convertirse en realidad a corto o medio plazo, cuando no está ya en marcha su construcción (caso de la emplazada en Soto de Ribera). Por otra parte, la planta regasificadora de El Musel guarda una indudable relación con aquéllas, puesto que las centrales de ciclo combinado se abastecerán de gas para la generación eléctrica, de modo que el menor coste de transporte ofrece una posición favorable para su efectiva implantación. Y, en estrecha relación, la tan traída y llevada tramitación de las líneas de alta tensión Soto-Penagos y Lada-Velilla también es de capital importancia por cuanto mediante éstas se pretende evacuar el mayor excedente de producción energética que se prevé en el futuro.

La cosa no sólo va en serio, como atestigua la presencia en los diferentes proyectos de las principales empresas eléctricas (Endesa, Iberdrola o HC Energía, por ejemplo), sino que se corresponde con un importantísimo hito en el desarrollo industrial asturiano. Asturias ya es una región en la que se genera más electricidad de la que se consume, como resultado principalmente de la actividad de las centrales térmicas y de nuestra histórica vinculación con la minería del carbón. Pero ahora nuestro parque de generación eléctrica muda parcialmente en sus fuentes, porque se sumarán las centrales de ciclo combinado y, aunque con una incidencia todavía menor, la energía eólica en el Occidente asturiano, sin olvidar el mantenimiento de la producción hidroeléctrica. Es decir, se subraya la relevancia de Asturias en el sector energético, con un cambio en la tecnología y fuentes principales utilizadas, pero profundizando en la característica histórica de la región como foco de generación.

Obviamente, un proceso de este calado no es del todo pacífico, lo que resulta inevitable, y algunos colectivos ciudadanos de diversa índole han mostrado sus reticencias por el peaje medioambiental que puede suponer esta tendencia. A esto se suman los importantes problemas que ha experimentado la prolongada tramitación de las líneas de alta tensión Soto-Penagos y Lada-Velilla, pronunciamientos judiciales incluidos. Cabría decir, que, de antemano, puede comprenderse que muchos vecinos no deseen que cerca de su casa se instale una central de ciclo combinado, la regasificadora, una subestación eléctrica o que pase por las inmediaciones una línea de alta tensión. Pero, siempre que se cumpla con la no poco restrictiva normativa de protección medioambiental y se ofrezcan las garantías suficientes, no parece razonable limitar la capacidad que puede demostrar Asturias para mantener un fuerte tejido industrial en lo que atañe a la generación eléctrica. No cabe aferrarse al erróneo planteamiento de que “se produzca donde se consuma” en clave incluso regional, porque supone una negación de la necesaria especialización en todos los ámbitos (también el territorial) y en su visión extrema conduce a la fracasada estrategia de la autarquía. Además, siendo la medioambiental una inquietud digna de ser considerada, aunque en el caso de los ciclos combinados la principal desventaja es que la fuente energética no es renovable (el gas), su eficiencia energética es mayor que la de las centrales térmicas y las emisiones contaminantes son menores. Mientras que las energías renovables no hayan crecido lo suficiente como para representar una porción mayoritaria de la producción energética –lo que llevará su tiempo-, no caben posturas maximalistas e inflexibles ante la oportunidad de desarrollo que se presenta con la implantación de las centrales de ciclo combinado.

En un momento en el que la suficiencia energética en Europa es una cuestión de primer orden y en el que es preciso incrementar la generación eléctrica –con el menor impacto medioambiental posible- por el aumento de población y el crecimiento económico, desaprovechar las ventajas comparativas de Asturias y dejar pasar este tren sería una temeridad. Con las razonables cautelas, es de esperar que en esta disyuntiva puedan confluir y armonizarse dos criterios que en Asturias hasta ahora hemos manejado razonablemente bien: la protección medioambiental (somos la región con más espacios protegidos sobre el total del territorio, y con normas suficientemente garantistas en muchos ámbitos, por ejemplo el urbanístico); y la potenciación de nuestro carácter de región puntera en el sector energético.
Publicado en Fusión Asturias. Mayo de 2008.