Blog de artículos publicados en medios de comunicación.

25.3.11

METROBUSES Y BONOBUSES

Ha estado glorioso el Consejero de Transportes e Infraestructuras de la Comunidad de Madrid afirmando a voz en grito que el metrobús no existe, como principal forma de replicar al Grupo Parlamentario Socialista en la Asamblea, que le recriminaba el incremento del precio del título de transporte (21,6% en un año) y le pedía medidas dirigidas a evitar el abuso del vehículo privado. Cegado por la soberbia que predomina en los gobiernos del PP –y el de la Comunidad de Madrid es la quintaesencia de su estilo-, lejos de debatir con argumentos por qué conviene o no reducir el precio del metrobús, al responsable del ramo le traicionó su arrogancia al exhibir su desconocimiento del abono más elemental que utilizan los cientos de miles de personas que en la capital se desplazan en los medios públicos.
En Oviedo es cierto que los responsables municipales encargados del transporte, y el Alcalde a su cabeza, no deben de tener problemas para nombrar al bonobús, porque, contando sólo con el autobús urbano como medio de transporte colectivo, no hay margen para el error. Alguna ventaja reserva –pensarán- incumplir las propias promesas, no en vano el reclamo estrella de Gabino de Lorenzo en la campaña de las elecciones que le auparon a la Alcaldía –allá por el lejano 1991- fue poner en marcha un metro. 20 años después, desechada la idea pese a los sucesivos mandatos para desarrollarla y denostada por su parte cualquier otra alternativa (por ejemplo la propuesta del tranvía que otras ciudades recuperaron), el transporte colectivo en nuestra ciudad consiste exclusivamente en el autobús.
Aunque no creo que al Alcalde y los suyos se les ocurra decir que el bonobús no existe, algunas veces, enlatado en hora punta de día laborable en el segundo autobús que pasa por la parada –el primero no pudo aceptar ni a un solo pasajero más- me pregunto legítimamente si aquéllos que se encargan de tomar las decisiones en nuestro municipio se han tomado la molestia de catar la perfección de su obra. Ya se sabe que entre la calle Toreno y Benia de Onís -el recorrido habitual de Gabino- no hay servicio de TUA, y ya se sabe que la nueva derecha, a la que fervorosamente se apunta el gobierno local, repudia casi abiertamente los servicios públicos porque los consideran intrínsecamente ineficientes, restrictivos de la sacrosanta libertad de empresa y susceptibles, como poco, de privatizaciones en las que la salvaguarda de los intereses públicos queda a la intemperie. Pero, aunque sólo fuese por aplicar un poco de esa compasión cristiana que dicen profesar, no estaría de más que, por ejemplo, padeciesen el prolongado rato de espera en las líneas que sirven a la zona rural o se dejasen ver por las líneas 1 o 2 del autobús –en las que se descarga el mayor peso del sistema de transporte urbano- en esos momentos en los que los viajeros envidiamos las normas de bienestar animal en el desplazamiento de ganado. Igual después de la purificadora experiencia se deciden a negociar mejoras sustanciales con la compañía concesionaria de la que parecen cautivos; o establecen abonos para la población juvenil independientemente de si son o no universitarios; o, al fin, acceden a que el billete permita el transbordo –algo que han comprometido reiteradas veces-; o reducen el precio del bonobús ordinario, que es más caro que en las ciudades de nuestro entorno; o integran al municipio en el Consorcio de Transportes de Asturias y dejan de castigar con sus caprichos a los ciudadanos que desarrollan una parte de su actividad diaria en otros municipios de la zona central; o garantizan el respeto a los derechos laborales de los trabajadores de TUA; o igual, en definitiva, se dan cuenta de que conseguir un servicio público de transporte de calidad facilitaría mucho una movilidad sostenible y accesible para todos.

Publicado en Oviedo Diario, 12 de marzo de 2011.

16.3.11

AIRES DE CAMBIO EN EL MEDITERRÁNEO SUR

Durante años, las organizaciones no gubernamentales internacionales que trabajan a favor de la protección de los derechos humanos han venido advirtiendo sobre las continuas violaciones de derechos básicos cometidas por las autoridades de los países de la ribera Sur del Mediterráneo. No era desconocida, ni mucho menos, la acusada tendencia autoritaria de dirigentes alérgicos al control democrático, sostenidos por oligarquías privilegiadas y habituados a utilizar el poder público para reforzar su posición y apartar o silenciar a toda alternativa, cruelmente si resultaba necesario. Eran sabidas las denuncias de movimientos sociales y oposición interna sobre el efecto de la escalada dictatorial que se vivía en estos países, con la consiguiente degradación de sistemas políticos de –en su retórica- aparente vocación modernizadora. Estaba a la orden del día la utilización de mecanismos, más o menos evidentes, encaminados a la perpetuación en el poder, el abuso de leyes de excepción, la asfixiante restricción a las libertades civiles y políticas elementales, la represión de las corrientes críticas y, en la vertiente más grave, la brutalidad policial, los malos tratos y el encarcelamiento y enjuiciamiento sin garantías de disidentes. Los regímenes de estos países, lejos de promover el tránsito hacia estándares más abiertos y democráticos, se deslizaban hacia una dinámica de mayor degradación política, con la población como inevitable víctima de un sistema que ha impedido desarrollar el enorme potencial económico y cultural de aquélla.
Todo esto sucedía con el beneplácito de los gobiernos de los países del mundo occidental y de las potencias que marcan el paso en la Unión Europea. Durante años, situando en la agenda internacional prioritaria de las relaciones con el Mediterráneo Sur los asuntos de seguridad, el control de flujos migratorios o la contención del islamismo, y haciendo partícipes a estos regímenes autoritarios de las decisiones estratégicas en calidad de aliados útiles, ninguna objeción seria se puso frente a la falta de avances -o incluso la involución- que se constataba en la situación de los derechos humanos y las libertades civiles en estos países. Para los círculos del poder global, hasta hace bien poco, ni Hosni Mubarak era un autócrata responsable de la desesperanza de la juventud egipcia, ni Ben Alí un impedimento para el progreso de los tunecinos. Al contrario, el discurso oficial de medio mundo difundía la idea de que tales mandatarios eran colaboradores fiables y socios de referencia en las relaciones exteriores. La privilegiada conexión de los gobiernos de Túnez y Egipto con los sucesivos gobiernos de Francia y EEUU, respectivamente, no es un elemento casual en la pervivencia en el poder durante décadas de sus presidentes, ahora dimisionarios tras ver frustrada, por la movilización popular, sus ansias de perdurar. Con las particularidades propias de cada realidad, no es tan diferente la situación en otros países regidos por monarquías, como Jordania o Marruecos, en los que las limitaciones constitucionales al poder real no son verdaderamente operativas, o en los que, como en los reinos, sultanatos o emiratos petroleros de la Península Arábiga, su inconfundible sesgo feudal y absolutista permite situarlos a la altura de tiempos premodernos.
Por eso llama la atención la rapidez con la que los gobernantes de las potencias europeas –más temerosos a este cambio que el Presidente Obama- han pasado de tratar con deferencia y complicidad a los líderes depuestos a sufrir, al ser irremediables las transformaciones, la súbita amnesia de la trayectoria común, claramente sobrepasados por el esperanzador giro que han dado los acontecimientos. Las conquistas alcanzadas en estas semanas de multitud en marcha en el mundo árabe, si las resistencias populares consiguen consolidarlas y ampliarlas, pueden acabar finalizando con la implantación de sistemas plenamente democráticos en países muy destacados del otro lado del Mediterráneo. Se deberá, como hemos podido ver, a la propia convicción de la parte más dinámica de sus sociedades, confiada en la posibilidad de alcanzar mayores cuotas de libertad y progreso colectivo. No será, desde luego, resultado de la política exterior de las potencias occidentales que, además de presidida por visiones interesadas, se ha demostrado –por fortuna- superada por los fuertes deseos de cambio de nuestros vecinos del Sur, que muchas cancillerías apenas tuvieron en cuenta en sus cicateras previsiones y sus erróneos cálculos.

Publicado en Fusión Asturias, marzo de 2011.

4.3.11

ASTURIAS EN SERIO


A medida que se acerca la fecha de la convocatoria electoral y la dinámica de precampaña se acentúa, más valor cobra uno de los lemas que utiliza el candidato del PSOE a la Presidencia del Principado de Asturias, y que es el que da título a estas líneas. El acierto de la fórmula viene dado, principalmente, por dos motivos. Por un lado, porque destaca una cualidad legítimamente atribuida a Javier Fernández, reconocida sin excepciones, que en estas circunstancias resulta especialmente pertinente; cuando los poderes públicos deben desenvolverse en un contexto de dificultades, lo primero que se reclama en su actuación es firmeza, solvencia y rigor, sobre todo cuando el objetivo al que, siendo realistas, puede aspirarse en este momento, es a evitar que los vendavales de la crisis y las acometidas de las corrientes económicas dominantes se lleven por delante un sistema de servicios públicos y protección social que en nuestra Comunidad Autónoma es más que digno. Por otro lado, la inevitable comparación entre las alternativas electorales más destacadas, al analizar nombres, actitudes y programas, resalta las diferencias entre las opciones en liza, y, frente al descalabro interno de la derecha, incapaz de pensar en algo más que su guerra de guerrillas interna y en sus disputas personalistas, sobresale la sensatez del candidato socialista.
Precisamente, estos días hemos podido comprobar como el PP se desliza por la pendiente de la banalidad que pretenden imprimir a su campaña. Y lo sorprendente es que, a golpe de bailecito y karaoke, pretenden teorizar sobre las nuevas formas de conectar con la población, como si detrás de la frivolidad latiese alguna clase de consistencia y, peor aún, como si la ciudadanía se fuese a dar por satisfecha con esa torpe confusión entre modernidad y superficialidad. En una época de escepticismo hacia la acción política, a algunos les interesa convertir el debate de ideas y la contraposición de intereses en una competición de vulgaridad, efectismo y simplificaciones. La estrategia no es inocua, porque, dirigida a un auditorio cansado del protagonismo de representantes públicos enfrascados en su propia dinámica, intenta aumentar la reticencia hacia las formas de participación política de la que, a la postre, disponen los ciudadanos, pretendiendo cambiárselas por un ticket para un espectáculo, muchas veces más bochornoso que otra cosa (basta recordar las singulares campañas electorales de Gabino de Lorenzo, al que ya pocos ríen las gracias). Precisamente eso –el triunfo de la antipolítica- es lo que desean los que reducen la condición de ciudadanía a la de consumidor de productos, en este caso etiquetados con la sonrojante y falaz marca de “política pop”.
Los estilos políticos, en definitiva, también deben contar a la hora de decidir entre las opciones que se postulan para representar a los asturianos. No para dejarnos llevar por los embelecos de la falsa proximidad y la artificiosa jovialidad ante la cámara, ni por los llamamientos apocalípticos y redentores de algunos outsiders, sino para analizar, con un mínimo de profundidad, con qué disposición y bagaje ejercería cada uno el mandato al que aspira. Por supuesto, la mesura no es incompatible, ni mucho menos, con la cercanía, la capacidad para situarse a pie de calle, la superación de innecesarias solemnidades, o, por utilizar un término clásico, con la “alegría revolucionaria”. Pero, como seguramente constatan la gran mayoría de los asturianos, lo que sí es imposible de conciliar es la elemental actitud moral e intelectual que se espera de un Presidente con las veleidades, entre mesiánicas y ocurrentes, que pueblan las candidaturas de las derechas.
Publicado en Oviedo Diario, 26 de febrero de 2011.