Blog de artículos publicados en medios de comunicación.

31.12.11

RENOVARSE O MORIR

Después de la derrota electoral del 20 de noviembre en el PSOE es tiempo de análisis pero también de respuesta rápida, porque las circunstancias actuales, en una crisis económica aguda a la que se ha añadido un cuestionamiento directo de las atribuciones y facultades de los poderes públicos, hacen necesario que los partidos políticos que aspiren a ser representativos de la mayoría tengan capacidad de reacción inmediata. Anteuna realidad repleta de incertidumbres, con cambios sustanciales de perspectivas en cuestión de semanas, con previsiones sobre la prolongación e intensidad de la crisis que resultan prematuramente fallidas y, sobre todo, con un impacto social cada vez más fuerte que condiciona decisivamente la vida de la mayor parte de los ciudadanos, o se demuestra aptitud para tener un discurso sólido y coherencia en su defensa o se corre el riesgo de ser arrastrado por el torrente.

La crisis se está llevando por delante muchas cosas que dábamos por seguras y si las fuerzas políticas y sociales progresistas no demuestran disposición y competencia para recuperarse, los valores que defienden pueden ser arrinconados en el orden de prioridades que día a día los ciudadanos eligen con sus decisiones. Sin partidos políticos de izquierda con posibilidades de constituir alternativas, sin sindicatos representativos con opciones de incidir positivamente en la dinámica de las relaciones laborales y sin movimientos sociales con influencia sobre la agenda de las instituciones, no será posible ni la reivindicación de lo público, ni la garantía de unos estándares de igualdad real elemental, ni el respeto a las minorías, ni el control de las corrientes del mercado, ni la primacía de las decisiones democráticas sobre las urgencias financieras.

Por eso es imprescindible que el PSOE sea consciente del titánico reto que afronta para digerir la pérdida masiva de confianza que ha padecido. El riesgo de instalarse en el declive existe si a las razonables apelaciones a la calma y la necesaria responsabilidad no se acompaña una profunda revisión de planteamientos, actitudes y formas de hacer política. Aunque es verdad que el escenario de volatilidad no sólo se da en los mercados y que el otorgamiento y retirada de confianza también se produce con rapidez en la relación de los ciudadanos con sus representantes, no se puede aguardar a que el efecto de la prolongada crisis y la impopularidad de las medidas que vaya a adoptar el PP permitan un futuro cambio de tendencia. Por un lado, porque significaría renunciar a desentrañar las causas de la pérdida de credibilidad experimentada por el PSOE y no sería leal con los votantes actuales y potenciales que desean un partido vivo y despierto. Por otro lado, porque el PP acumula tal magnitud de resortes de poder –no sólo institucional- que puede asumir un coste mucho más elevado en su gestión. Y, finalmente, porque sería una posición cicatera confiar en la tendencia (por otra parte no siempre segura) a la alternancia bipartidista del sistema electoral, aguardando pacientemente el turno a tiempos electorales más propicios, si es que vienen.

Al contrario, habrá que preguntarse por qué el PSOE tiene importantes dificultades para conectar con los sectores a los que sus políticas pretenden beneficiar y que constituyen la mayoría social de este país: los jóvenes que desconfían del sistema de representación conducidos al escepticismo por la falta de oportunidades; los trabajadores que hacen frente a la precariedad, pero que no pierden su deseo de progresar profesionalmente y están dispuestos a la movilidad y al esfuerzo; los desempleados que prefieren una oportunidad laboral antes que una prestación (aunque defender la protección social sea imprescindible); las personas mayores que reclaman seguridad pero que sobre todo desean que sus descendientes no pasen penalidades; los funcionarios que pierden su confianza en el propio sistema de servicios públicos al que sirven; los autónomos y pequeños empresarios que quieren que la dinámica de la responsabilidad –la que asumen emprendiendo y arriesgando- no vaya a contracorriente de la extendida resignación. Y habrá que advertir, además, que la pérdida de influencia social y de afiliación tiene que ver, sin duda, con las insuficientes facultades de decisión y los limitados espacios de participación que se reservan para aquellos que conforman las bases del PSOE, un partido cuyos militantes desean legítimamente que su opinión cuente y que se recupere el dinamismo político.

Publicado en La Voz de Asturias, 22 de noviembre de 2011.

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29.12.11

INEVITABLE SENTIR SIMPATÍA

Desde la irrupción del movimiento 15-M o los comúnmente denominados “indignados”, aunque sigo con interés sus actividades pocas veces me he sentido identificado con su estrategia y a veces dudo si realmente tienen alguna. Una cosa es alzar la voz, recoger la legítima inquietud de la gente por las amenazas que se ciernen e incluso cuestionar de raíz algunos principios de nuestro sistema económico y político que a veces damos por asumidos acríticamente. Otra cosa bien diferente es tratar a todas las opciones políticas por igual, despreciar de plano la democracia representativa, abusar de la consigna simpática hasta caer en la demagogia o, lo peor, desconocer que en el contexto actual la pérdida de fuerza de los partidos políticos progresistas o los sindicatos de clase –a los que desdeñan- está viéndose agravada por el efecto disgregador de su movimiento, favoreciendo que el campo quede expedito para la involución que se avecina. Si los vaticinios se cumplen, los que ahora claman acusando a unos y otros de ser iguales comprobarán con toda su crudeza que no es así, incluso en términos de respeto a sus protestas o en cuanto al grado de presión policial que se aplique.

Lo que no se puede negar, no obstante, es la capacidad de la gente movilizada desde el 15-M para desarrollar iniciativas que capten la atención, quebrando esta terrible sensación de falta de respuestas ante algunas injusticias que nos irritan pero a las que la mayoría acabamos lamentablemente por acostumbrarnos. En nuestra ciudad tenemos ahora un ejemplo bien cercano, con la ocupación del edificio de la antigua Consejería de Salud en la calle General Elorza. Poniéndonos en plan institucional y un poco biempensante, puede esgrimirse que yerran los indignados porque la empresa propietaria del inmueble ocupado (SEDES) es una empresa pública que, precisamente, esta amenazada de privatización por el Gobierno del Principado de Asturias y que ha sido un instrumento útil para llevar a cabo algunos proyectos en materia de equipamientos públicos; excluyo su participación indirecta en la denominada “operación de los Palacios” con la permuta de las alas del Calatrava, aspecto donde me encuentro más cercano a los críticos de tal implicación que a los defensores. Puestos a escoger en Oviedo edificios o espacios a reivindicar mediante la ocupación, se me ocurren otros ejemplos de menoscabo del interés público que quizá resultasen más oportunos. Pero, yendo al corazón del asunto, la primera verdad que en este caso sale al encuentro es que un equipamiento que estaba destinado al servicio público hasta hace unos años, sobre el que la Asociación de Vecinos “Fuente Pando” de Pumarín venía justamente reivindicando que se le diese una utilidad social y sobre el que se planeaba su derribo para uso residencial (sin que se tratase de vivienda de protección), está siendo reivindicado por la fuerza de los hechos –a veces no queda otra- con un acto que tiene, sobre todo, mucho de simbólico y de demostración de que algunos actos individuales de inconformismo tienen sobrada justificación.

Por eso, cuando estos días paso delante del edificio me trago otros razonamientos y no puedo evitar pensar que, frente a la resignación, y con todos los errores que se quiera –algunos de bulto- al menos esta gente tiene valor para ponernos frente a las narices un gesto de rebeldía.

Publicado en Oviedo Diario, 19 de noviembre de 2011.

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26.12.11

TECNÓCRATAS AL PODER

En estos tiempos de confusión y sucesión acelerada de acontecimientos, los últimos días han sido particularmente azarosos para la Unión Europea, que no acaba de sobreponerse a un sobresalto cuando la siguiente luz de emergencia ya se ha activado. Con la mayoría de los gobiernos nacionales abrumados por la catarata de dificultades para contener la crisis de las cuentas públicas, incapaces de evitar la nueva recesión que asoma y prácticamente resignados a dejarse llevar por el torrente, a las instituciones europeas apenas les queda margen para reaccionar e incluso se avanza que tanto el Banco Central Europeo como el Fondo Monetario Internacional carecen de capacidad suficiente para intervenir ante la magnitud de la escalada de encarecimiento de la financiación de los países en dificultades. De hecho, el BCE insiste en que no puede comprar ilimitadamente títulos de deuda españoles o italianos que se negocian en el mercado y el FMI concentra estos días sus afanes en conseguir recursos adicionales de los países emergentes ante el esfuerzo que representa participar en programas de rescate.

Pocas fronteras les quedan por franquear a los mercados, doblegadas las iniciativas reguladoras y arrojadas contra las cuerdas las instituciones internacionales y comunitarias (no digamos ya las estatales). En este sentido, es significativo que el siguiente paso en la crisis griega y la italiana sea directamente la sustitución de los gobiernos actuales, una vez que se entienden amortizados para la adopción de nuevas medidas. Para esta perentoria operación no se ha reparado en someter a una fuerte presión al engranaje constitucional de ambos Estados, en ambos casos promoviendo gobiernos de concentración, encabezados por dirigentes (Papademos y Monti) de perfil tecnócrata cultivado en las instituciones comunitarias. A los nuevos gobiernos se les otorga apariencia de transitoriedad, al tiempo que les dota, en la práctica, de poderes adicionales para, en la retórica eufemística neoliberal “hacer lo que tienen que hacer”, siempre dentro de la lógica del ajuste estructural, aumentando la sensación de estado de excepción económico. Aunque no surja de una convocatoria electoral –que no deja de ser el método más ortodoxo y razonable en términos democráticos para articular el reemplazo de un gobierno por otro- poco parece que pueda oponerse desde la perspectiva de la legitimidad formal, cuando esos nuevos gobiernos contarán para su elección con el respaldo parlamentario necesario y en este proceso de transición han intervenido decisivamente (al menos en apariencia) las presidencias de ambas repúblicas en su función moderadora. Pero la sensación inquietante es que este relevo viene inevitablemente impuesto por el contexto económico, la presión de los mercados -y sus intérpretes- y la búsqueda de revulsivos a la desesperada por parte de las instituciones financieras.

En el caso de Italia, por otra parte, la paradoja es doble, porque a Berlusconi no se lo llevan por delante sus escándalos económicos derivados de su inseparable condición de magnate y Presidente, sus amistades con mafiosos de todo pelaje, su desprecio a las instituciones y a la justicia, su intento de confeccionarse leyes a la medida de su deseada impunidad, su grosería, su desorden o la enorme degradación democrática que ha supuesto su gobierno. Nadie consiguió su dimisión ni le restó apoyos parlamentarios determinantes durante todo este descenso a los infiernos de la demagogia y el populismo que supuso su mandato. Sin embargo, en apenas una semana, otras fuerzas, tampoco particularmente democráticas, le enseñan la puerta de una nada airosa salida porque ya no les resulta eficaz para sus fines. Aunque justificadamente no habrá un solo lamento por ello, por lo menos da que pensar.

Publicado en Oviedo Diario, 12 de noviembre de 2011.

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