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8.10.10

DE HUELGAS, PIQUETES Y CONTEXTOS

En la estrategia seguida por determinados intereses para estrangular al sindicalismo de clase, el espantajo que se ha agitado con más insistencia –y éxito- a raíz de la huelga general es el de los piquetes informativos. Tanto se ha dicho de sus acciones y tantos calificativos han merecido entre tertulianos biempensantes que parece que en la jornada del miércoles hubiésemos estado bajo la insoportable presión de una horda de incontrolados dispuestos a quebrar irremediablemente todo orden social, lo que, como se pudo comprobar, no fue así. Independientemente de la naturaleza de los excesos que se hayan cometido y del juicio que nos merezcan, la deformada imagen que se pretende ofrecer de su actividad ha sido tremendamente exagerada y, en algunos casos, claramente malintencionada.
Detrás de la crítica a los piquetes sindicales hay mucho más que la pretendida invocación del orden a preservar en una jornada de huelga o del derecho de cada trabajador a decidir libremente si se suma o no a la movilización. Por un lado, se pretende desconocer la realidad, amarga e inevitable, de que ningún trabajador es ajeno a las circunstancias de su entorno a la hora de resolver la íntima disyuntiva (ir o no a la huelga) que una convocatoria de este tipo le plantea. Circunstancias que son laborales, pero también personales, familiares y sociales, que lamentablemente desaconsejan sumarse a la protesta –a ésta y prácticamente a todas- en estos tiempos de descreimiento y escepticismo. Circunstancias que reducen, en la práctica, el margen de autonomía para decidir y que, a su vez, incrementan el peso de todos los condicionantes que dificultan un ejercicio de esa facultad que pudiésemos calificar de verdaderamente libre. Por otro lado, se ofrece la falsa apariencia de una supuesta armonía preexistente, únicamente quebrada por la furia del piquetero, como si sólo ésta fuese la nota discordante, como si en la relación entre los factores productivos no hubiese otras muchas formas de presión ejercidas frente al trabajador o como si no cupiese espacio para la controversia cuando quien formula las reivindicaciones es el actor aparentemente menos fuerte, cuyos métodos de respuesta son mucho más limitados. En definitiva, se plantea ese debate como si se desenvolviese en un escenario vacío, desprovisto de todo elemento predispuesto, generando una ficción en la que nada justifica que los huelguistas pretendan hacer notar vehementemente su reivindicación. Se trata de esconder la existencia de la disputa –que no se exprese con ímpetu ni sea tangible ante los centros de trabajo- para diluir la propia existencia de intereses en juego, que a veces se encuentran contrapuestos, como sucede cuando se debate la regulación del trabajo por cuenta ajena y se determinan las contrapartidas que recibe quien lo pone en el proceso productivo, que de eso se habla, a la postre, cuando se discute sobre legislación laboral.
A cualquier intento serio de demostrar capacidad de organización y fuerza reivindicativa enraizada en la noción de pertenencia a la clase trabajadora, no pocos resortes profundos se disparan en los centros de poder económico, con la consiguiente campaña en algunos medios de comunicación y la reacción inmediata de los representantes políticos de la nueva derecha. La víctima de esta estrategia se encuentra, en este caso, encarnada en los sindicatos UGT y CCOO, en una posición más vulnerable que antes frente a estos ataques y en un contexto escasamente propicio para causas colectivas, pero favorable para recibir heridas profundas en la base sobre la que se sostienen. Como resultado, el foco de discusión en buena medida se ha desplazado, en los últimos días, de las motivaciones concretas de la huelga general y del debate más amplio sobre las condiciones en las que se desenvuelve la actividad laboral, pasando a situarse en un radical cuestionamiento del papel de los sindicatos mayoritarios y de los métodos bajo los cuáles una movilización de este alcance se desarrolla.
De este modo, se haya estado o no a favor de la huelga general, se admita o no la necesidad de la reforma laboral recientemente aprobada por las Cortes Generales, lo que queda es reconocer la propia naturaleza conflictiva del asunto, sin adoptar, cuando ésta aflora, una impostada pose escandalizada. No se trata de dar carta blanca a nadie en una jornada concreta, pero sí de interpretar los acontecimientos en su contexto. No hay sociedad, por avanzada y pacífica que sea, en la que no aniden multitud de conflictos, evidenciados de diferentes maneras, y de cuya resolución, no desprovista de tensiones –en lo cotidiano y a mayor escala- depende su propio futuro y su capacidad para evolucionar.

Publicado en Oviedo Diario, 2 de octubre de 2010.

1 Comments:

Blogger José Enrique Carrero-Blanco Martínez-Hombre said...

Gonzalo estás muy equivocado en tu artículo, espero que tu opinión no venga por el cargo que ocupas, porque eso sería triste. Pero sí te digo, y no es por lo que dicen los medios de comunicación, es que hubo muchos pequeños negocios que ese día cerraron por miedo a lo que pudieran hacerles los piqutes, porque en otras huelgas ya les amenazaron con causarles daños. Yo me pregunto, ¿qué jefe puede coaccionar a un autónomo para ir a trabajar si él es su propio jefe? Porque donde más violencia se ejerce es a los autónomos.

Lo triste es haya gente decente que defienda el uso de la violencia de los piquetes, por eso me entristece tu artículo.

Y desde luego, no tengo ninguna simpatía por unos sindicatos que se lucran a costa de que haya más paro, porque cobran buenas cantidades de dinero por los EREs; unos sindicatos que bien podían haber hecho algo más en su momento, cuando la cosa tenía más solución, y que sólo ha montado una huelga, meses después de que el Gobierno tomara unas medidas que Europa le exigía, sabiendo que no iban a conseguir nada. Exactamente, han conseguido empobrecer un poco más el país, un país que tiene una de las mayores tasas de paro de Europa, y en donde se penaliza el consumo. Es lo que pasa cuando los sindicatos viven más del PGE que de sus afiliados.

Pero centrándonos en nuestra profesión, ¿qué han hecho los sindicatos por nosotros? Si tanto les preocupa los abusos laborales, ¿por qué no protestan contra Garrigues que tienen a chavales recién licenciados trabajando de lunes a sábado 12 horas al día? ¿Qué han los sindicatos para que no tengamos que estar haciendo la pasantía sin cobrar nada, eso si tienes suerte de encontrar un despacho en donde te enseñen?

España necesita unos sindicatos que defiendan los intereses de los trabajadores, incluido los parados, y no como UGT y CCOO, que piensan más en hacer caja.

18:01

 

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