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14.7.09

VALORES EUROPEOS EN CUESTIÓN

En la campaña de las pasadas elecciones europeas tuvimos la oportunidad de escuchar a José Borrell, ex Presidente del Parlamento Europeo, en el mitin que protagonizó en Oviedo y que, según dijo, se trataba del último acto de estas características que realizaba, al dejar sus responsabilidades políticas para dedicarse a la actividad académica como próximo Presidente del Instituto Europeo Universitario de Florencia. Borrell estuvo vibrante en su intervención, exhibió sus dotes pedagógicas y, alejado de dogmatismos y consignas, reflexionó en voz alta sobre las raíces del proyecto comunitario, las perspectivas y anhelos de futuro para el progreso de la Unión y, como no, alertó sobre las importantes las amenazas que se ciernen en torno al modelo europeo. No escondió su tremenda preocupación por el crecimiento de opciones políticas basadas en el discurso populista y euroescéptico (cuando no directamente antieuropeo), recordando que, pese a que en la actualidad identificamos al viejo continente con un modelo político consolidado sustentado en la democracia, el respeto a los derechos humanos y la cohesión social, el pasado no tan lejano de Europa está jalonado de terribles desgarros y ensombrecido por las atrocidades de los totalitarismos y las confrontaciones.
Efectivamente, la preservación de los valores políticos y sociales de los que Europa puede -en términos generales- enorgullecerse, no está, ni mucho menos garantizada en la actualidad, porque para sostenerse en el contexto global es necesario que perviva y avance un proyecto comunitario en cuyo horizonte aparecen nubarrones bastante oscuros. Por un lado, el estancamiento institucional persiste y la crisis de liderazgo de la Unión Europea comienza a ser prolongada. Por otro lado, las dificultades económicas se están agudizando en el modelo productivo de una Europa endeudada, dependiente energéticamente de terceros, con dificultades de competitividad y productividad, y con problemas para reaccionar con la decisión y unidad necesaria ante los embates de la recesión en curso. Finalmente, como corolario, pero quizá al mismo tiempo como una de las causas, se percibe una brecha incipiente en el modelo político europeo, con el crecimiento de opciones que cuestionan abierta o subrepticiamente los principios básicos del sistema democrático avanzado, minimizando o desconociendo ese dramático pasado reciente –en tiempo histórico- de Europa.
Las elecciones al Parlamento Europeo han sido fiel reflejo de esas contradicciones y riesgos que atenazan a la Unión, porque han significado la presentación en escena, con una fuerza hasta ahora inusitada, de la extrema derecha. Conocíamos los precedentes de los últimos años y, pese a algunas llamadas de alerta, la respuesta colectiva no ha sido suficiente o directamente no ha existido. Cuando Haider hizo del FPÖ un partido decisivo en la correlación de fuerzas en Austria en 1999; cuando Le Pen, líder del Frente Nacional, pasó a la segunda vuelta de las presidenciales francesas de 2002; cuando la Lista Pim Fortuyn sorprendió en las legislativas holandesas de ese mismo año; o cuando la derecha italiana se entregó a partir de 1994 al triunvirato de Bossi, Fini y Berlusconi, asumiendo como programa la agenda más retrograda de fuerzas supuestamente respetables; no se analizaron con profundidad los síntomas que esta involución representaba, y no se hizo lo suficiente desde las fuerzas políticas sociales progresistas para atajar esta corriente desestabilizadora que conduce hacia la erosión de los principios democráticos más básicos. Esa falta de respuesta ha conducido al actual escenario, en que diversos partidos políticos de extrema derecha han cobrado un notable impulso en el Parlamento Europeo y en la vida política de sus respectivos países, exhibiendo sin tapujos idearios puramente reaccionarios, basados en el nacionalismo exacerbado, la xenofobia, el desprecio y la intencionada burla a las convenciones democráticas, la islamofobia, el rechazo a la inmigración, el juicio edulcorado del nazismo y el fascismo –con revisionismo del holocausto incluida, en algunos casos-, la estigmatización de las minorías étnicas, la culpabilización a los sectores desfavorecidos de su propia condición, la desconfianza respecto de las organizaciones internacionales y hacia la propia Unión Europa, etc. Todo ello revestido de un discurso rompedor, inflamado de desparpajo y con técnicas publicitarias efectistas, con un éxito electoral creciente o que forma ya parte del paisaje político en el Reino Unido, Holanda, Italia, Hungría, Francia, Rumanía, Bulgaria, Bélgica o Austria.
En España, debido en parte a nuestra tardía incorporación al proceso democrático y a la construcción europea (retraso legado por los casi cuarenta años de dictadura franquista), seguimos identificando y respetando mayoritariamente el ideal europeo primigenio que ha inspirado la construcción de la Unión. Si queremos que Europa siga reflejando las aspiraciones comunes de libertad, solidaridad y respeto a la diversidad, debemos sin duda comprometernos activamente en la contención de la inquietante tendencia que se ha expresado en las elecciones europeas en buena parte de los países de la Unión.
Publicado en Oviedo Diario, 27 de junio de 2009.