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23.6.12

RITUAL DAÑINO



Vaya por delante mi comprensión hacia las protestas de los trabajadores de laminería del carbón ante la tremenda incertidumbre que se cierne sobre la continuidad de las explotaciones. No sobra recordar que lo esencial en sus reivindicaciones no es otra cosa que reclamar el cumplimiento de los compromisos asumidos en el Plan 2006-2012, tanto en inversiones de reactivación en las comarcas mineras como, sobre todo, en ayudas al sostenimiento del sector. Estamos acostumbrándonos rápidamente a la quiebra de los acuerdos alcanzados y, aunque es inevitable que la crisis obligue a revisar muchas cosas, nadie debería hacerse el ofendido si los perjudicados por ese replanteamiento repentino hacen oír su voz, especialmente si las medidas avocan a la práctica desaparición de un sector que continúa siendo muy relevante para diferentes regiones, entre ellas Asturias.
            Otra cosa será el debate, perfectamente legítimo, sobre lo que decidir en las previsiones inmediatas para el futuro, analizando si se quiere otorgar o no un papel complementario al carbón nacional y las consecuencias que la liquidación del sector comportaría en la producción energética y en las comarcas mineras. Pero este debate difícilmente se podrá abordar con la calma necesaria si entre tanto hay una disputa de primer orden sobre la mesa por el incumplimiento del Plan vigente.
            Lo que merece de forma apremiante una reflexión de calado es el discurrir del conflicto actual en la forma de conducir los actos de presión. En las últimas décadas nos hemos acostumbrado a la periódica reproducción de una estrategia de movilizaciones que generaban un grado máximo de tensión y acababan deparando una solución de compromiso que, ciertamente, ha reportado ventajas innegables a las comarcas mineras y ha prolongado, asistida por las subvenciones públicas, la vida de un sector sometido a una reestructuración intensa pero progresiva. Ahora, sin embargo, las cosas han cambiado sustancialmente porque es tal la vorágine de acontecimientos que diariamente sacude la vida económica y pone en guardia a los ciudadanos, que por duras y llamativas que sean las protestas mineras no alcanzan a generar la atención propia de los –por así llamarlos- tiempos de paz. Tengo la amarga sensación de que en esta ocasión, entre las primas de riesgo, los rescates bancarios, el colapso de otros sectores productivos, las interminables listas del paro y, en lo que nos concierne, la menor relevancia de las regiones mineras en el panorama estatal, las movilizaciones del sector de la minería no llamarán la atención con la proyección de otras ocasiones. En particular, el Gobierno del PP parece que asume el desgaste que esta situación provoque y los que padecemos las distorsiones de los cortes de carretera o comunicaciones parece que nos hemos resignado a convivir con este tipo de contratiempos, que casi forman parte del paisaje social de Asturias. Sin embargo,  no conviene quitar ni un ápice de importancia al efecto que algunas medidas de presión tienen en el funcionamiento diario de una tierra que poco más va a conseguir invocando la épica de las luchas del sector minero; referencia histórica que, por cierto, procede tomar con cautela porque –afortunadamente- poco tiene que ver esta pugna de hoy con las reivindicaciones emblemáticas del pasado.
Habrá que preguntarse entonces si estamos dispuestos a que las repercusiones de una protesta llevada a una carrera de fondo y galopando en una espiral de tensión acaben creando un desgaste focalizado en Asturias, sin incidencia real donde las decisiones sobre esta materia se toman y causando un perjuicio mayor, quizás irreparable, que el bien que se pretende conseguir.

Publicado en Oviedo Diario, 16 de junio de 2012.

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