DEMASIADO MANSOS
Solemos admirar a los países escandinavos por su
elevado grado de civilización, las políticas inclusivas de sus Estados y su
apego a la diplomacia y la solución pacífica de los conflictos. Habitualmente
nos asombra la serenidad con la que, al menos en apariencia, son capaces de
digerir las convulsiones, los puntuales estallidos de violencia o algunos
crímenes que conmocionan a la ciudadanía. Por muy avanzada que, en la opinión
mayoritaria, se considere a estas sociedades, la práctica inevitabilidad de
episodios violentos ha dejado muestras intensamente dramáticas en los últimos
años, desde las matanzas de Kauhajoki (2008) y Tuusula (2007) en Finlandia,
ambas perpetradas por un estudiante frente a sus compañeros, hasta el historial
de magnicidios en Suecia, con el asesinato de la Ministra de Asuntos Exteriores
Anna Lindh (2003) o del emblemático líder socialdemócrata Olof Palme (1986). En
todos los casos no parece que los principios y valores fundamentales que
inspiran la organización social y el sistema político de estos países se hayan
deteriorado gravemente, a pesar del dolor padecido y aunque, como en tantas
otras cosas, la procesión vaya por dentro.
El
episodio más terrible sin duda es el atentado contra edificios gubernamentales
de Oslo seguido del ominoso crimen de Utoya, en el que, el 22 de julio de 2011,
Anders Breivik acabó cruelmente con la vida de 69 jóvenes de las juventudes delPartido Laborista, y que ahora se juzga en el Tribunal de Justicia de la
capital noruega. Las imágenes del asesino confeso con actitud desafiante hacia
los magistrados, fiscalía y público, con saludo ultraderechista de regalo (sin
que esto acarrease su expulsión de la sala, sorprendentemente), su ausencia
total de arrepentimiento y compasión hacia las víctimas y su arrogante proclama
sobre la significación de la atrocidad cometida, a priori harían humanamente
comprensible una reacción popular que fuese más allá del simbólico rechazo. Sin
embargo la respuesta dada, incluido el canto colectivo de Niños del Arco Iris, es elocuente por sosegada, pacífica y por dar
muestras de confianza en las instituciones y el proceso judicial, pese a que se
debata vivamente sobre cuál deba ser la severidad de la pena a imponer.
Aunque
la sociedad noruega parezca sabiamente dispuesta a no dejarse arrastrar por las
pasiones, lo que no convendría dejar pasar, ni allí ni en el resto de Europa,
es la advertencia sobre el discurso del odio que alimentó el ideario de Breivik
y el tipo de violencia que él llevó a cota inédita en tiempos recientes. Que
Breivik posiblemente no fuese completo dueño de sus actos y pueda padecer un
trastorno psiquiátrico que lo haga inimputable, lo que es materia principal dediscusión en el procedimiento judicial en curso, no impide señalar que su
crimen tiene una motivación estrictamente política, fundamentada en la aversión
al diferente y en aberrantes construcciones teóricas sostenidas en el populismo
neofascista. Aunque Breivik no se encuentre en sus cabales, sus soflamas no
surgen de la nada ni son de autoría propia, ya que han germinado en un sustrato
de islamofobia, xenofobia y desprecio a los valores democráticos, caudal de una
corriente oscura de la que pocos países europeos se libran, que deteriora
profundamente la convivencia y pone en jaque a las sociedades democráticas. No
en todos los casos el resultado son expresiones de violencia tan extrema y
sanguinaria, pero la propagación del prejuicio al extranjero, el refugio en
supuestas esencias religiosas y culturales, el mensaje antiinmigratorio, la
vuelta al darwinismo social y el culto a los liderazgos autoritarios son el
caldo de cultivo en el que se ha criado el monstruo.
Quizá
Breivik sea simplemente un loco, despiadado y fuera de control, cuya huella
amarga y aborrecible será ya imborrable en Noruega y Europa, y cuyo ideario no
deja de ser el desatino grotesco e inconsistente de un fanático. Pero la
doctrina del odio que lo alentó tiene fuentes, réplicas y expresiones
suficientemente establecidas y amenazantes como para tomárselas en serio antes
de que adquieran cuerpo o conduzcan a que otro iluminado quiera llevarlas a la
práctica por su cuenta.
Publicado en Oviedo Diario, 28 de abril de 2012.
Etiquetas: democracia, estado democrático, Europa, extrema derecha, Noruega, Oslo, Utoya, violencia
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