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10.6.12

BANKIANISTÁN



Tenemos todo el derecho del mundo a sentirnos aturdidos y alarmados por lo que estápasando con BFA-Bankia. Después de adornar su creación con operaciones de imagen dirigidas a ensalzar la llamada bancarización de las cajas de ahorro, de reiteradas apelaciones a la profesionalización de la gestión y de poner al frente de la entidad a todo un ex Ministro de Economía y ex Director-Gerente del FMI, al final el resultado ha sido el surgimiento de una entidad de riesgo sistémico, una bomba de relojería cuya precariedad era un secreto a voces y el mayor desafío capaz de hacer zozobrar cualquier plan de recuperación de la estabilidad financiera en España. Lo preocupante, sin embargo, no es que los ciudadanos contemplemos asombrados el rápido devenir de los acontecimientos, sino la creciente sensación de que el Gobierno, pese a su mayoría absoluta y la arrogancia exhibida hasta hace unas semanas, se encuentra completamente sobrepasado por la situación y perdiendo credibilidad a chorros. No hay más que ver al actual Ministro de Economía (¡y Competitividad!) dando cifras del aporte público para el saneamiento de BFA-Bankia corregidas al alza prácticamente un minuto después, en una escalada que lleva las magnitudes a proporciones estratosféricas que por ahora alcanzan 23.000 millones de euros. O a la Vicepresidenta del Gobierno desmentida por el nuevo Presidente de la entidad financiera al poner éste en duda que BFA-Bankia tenga que devolver las cantidades facilitadas ya que, a la postre, el banco va a ser mayoritariamente público; aunque, por cierto, no tendrá tal condición para suplir las carencias del sector financiero privado a la hora de facilitar crédito a particulares y empresas, sino simplemente para agarrarse al flotador de los fondos públicos –casi pinchado ya- para subsistir.
Las consecuencias del desastre están todavía por definir y podemos ponernos en lo peor cuando los responsables de la calamidad hacen repetidos llamamientos a la calma. El caso de Irlanda, abocada a la intervención no por la situación de su tejido económico sino por el déficit provocado por los rescates de sus entidades financieras, es paradigmático. En España este escenario se produciría sobre una crisis precedente que ha disminuido la actividad, ha menguado el número de empresas, ha destrozado la confianza de los consumidores, ha deteriorado enormemente a los poderes públicos -cada vez con más dificultades para cumplir sus funciones elementales- y, sobre todo ha inoculado masivamente un miedo insuperable a un sombrío porvenir. Sobre este panorama y metidos de lleno en un nuevo ciclo recesivo, es difícil aventurar de dónde saldrán los recursos públicos para el rescate de BFA-Bankia: queda poco que privatizar (y ya veremos las penosas consecuencias que comportarán algunas ventas), recurrir al endeudamiento parece inviable con los costes financieros actuales, el margen para recortar el gasto público se achica por momentos y de los contribuyentes poco más se puede exigir, a menos que, por utilizar el lenguaje en boga, se considere una muestra de duplicidades e ineficiencia disponer de dos riñones (al fin y al cabo con uno se puede sobrevivir) y se nos reclame el esfuerzo patriótico de entregar uno al floreciente comercio de órganos.
Súmese a todo esto la renuencia a dar explicaciones por parte de los responsables gubernamentales y los gestores de BFA-Bankia; añádase el negro historial que el PP atesora en sus manejos y el intestino combate a muerte que han desarrollado durante años por el control de Bancaja y Caja Madrid (imposible olvidar la feroz inquina de Aguirre y Gallardón en la disputa por el juguete); y combínese con los inevitables impedimentos para depurar responsabilidades. El producto final es terrorífico, muestra del estado de cosas y, a la par, un motivo más que suficiente para comenzar a cuestionarse –en serio y hasta el final- muchas de las asunciones preconcebidas que hasta ahora parecían intocables en nuestro sistema político y económico.

Publicado en Oviedo Diario, 2 de junio de 2012

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