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7.2.08

EL REVERSO DE LOS CAMBIOS


Generalmente la palabra cambio suele venir acompañada de connotaciones positivas, que así las asume el receptor. Los cambios son, en abstracto y a primera vista, valorados favorablemente como una evolución –a veces una ruptura drástica- con la situación anterior, que deriva en un nuevo escenario en mejores circunstancias. La palabra cambio es utilizada con frecuencia para reclamar nuestra atención, porque lo que innova despierta interés y alimenta el insaciable deseo de mejorar la situación que se vive, en los concretos aspectos de que se trate. La prueba del nueve de la inquietud que aviva la mera mención del cambio es su habitual uso -y abuso- en la publicidad comercial y en los reclamos políticos, principalmente en época electoral; véase como ejemplo la utilización del término por todos los candidatos, sin excepción, en las elecciones primarias actualmente en curso en EEUU.

Comparto, por lo común, la percepción favorable sobre los cambios. Es cierto que, cuando más se transforma el entorno –lo que sucede con mayor velocidad en la era de la globalización- más se hace necesario revisar nuestras posiciones y analizar el acierto de algunos planteamientos que hasta entonces resultaban incuestionables. Generalmente el cambio se asocia, por lo tanto, con virtudes de primer orden en nuestro día a día: capacidad de adaptación, espíritu crítico, anticipación a lo que está por venir, etc. También viene ligado a valores habitualmente asociados con una idea abstracta de progreso: inconformismo, voluntad de mejorar las cosas, aspiraciones individuales y colectivas, etc.

Ahora bien, en ocasiones los cambios, como es comprobable con un repaso a la historia, no siempre conducen a tiempos mejores, aunque se maneje una idea de progreso histórico lineal. Las evoluciones pueden ser involuciones; las revoluciones, contrarrevoluciones; y el progreso, retroceso. En cualquiera de estos supuestos habrá cambios en el panorama. En muchos de estos casos, se perderán conquistas alcanzadas previamente por la mayoría social, o que reflejaban unas reglas comunes más provechosas o justas. Por eso, acoger de antemano, acríticamente, a quien pregona el cambio, tiene un punto de papanatismo importante, ya que en no pocas ocasiones bajo el atractivo eslogan se esconde, o más de lo mismo, o iniciativas que perjudicarán a aquéllos que las saludan. Algunos ejemplos que han tenido éxito en la historia reciente pueden ser esclarecedores: la ahora llamada revolución conservadora de Reagan y Thatcher en la década de los 80 se aferraba a la idea de cambio; la estética del cambio que maneja el neoliberalismo resultó muy sugerente durante los 90; incluso algunos reaccionarios de nuestros días, como el Presidente francés Sarkozy, hablan de cambio constantemente, al tiempo que desean fulminar algunos progresos que eclosionaron en 1968: la exaltación de la libertad individual y el combate del autoritarismo, el disfrute de la existencia frente a las misiones salvadoras que nos proponen los innumerables profetas, el cuestionamiento ab initio del poder (en todas sus facetas) y sus sistemas de control, etc. Si me aceptan un ejemplo menor, a escala patria, podríamos preguntarnos en qué clase de cambios piensan –más allá de la vacuidad de las palabras- las Nuevas Generaciones del PP cuando utilizaban como eslogan en su último congreso la “Revolución Popular”.

Viene todo esto a cuento de la irrupción en escena de Gabino de Lorenzo como cabeza de la lista del PP al Congreso de los Diputados por Asturias, en las próximas elecciones generales del 9 de marzo. Le oirán mil veces en esta campaña hablar de cambio y, como astuto político que es, sabe que efectivamente hay cambios que Asturias necesita y que la ciudadanía demanda. Lo que ocultará son otras cosas que, visto el escenario con perspectiva, parecen aún más ciertas: que los cambios que Asturias precisa no tienen que ver con qué partido o personas gobiernan sino con la mentalidad y espíritu colectivo; que el sempiterno Alcalde de Oviedo es parte del problema (el relativo inmovilismo, la actitud defensiva, el manejo de discursos simplones y nada depurados) y no de la solución; y que cuando ahora hable de cambiar las cosas en lo que verdaderamente piensa es en desmontar, degradar o privatizar algunas conquistas históricas y valores primordiales, como ya ha hecho en Oviedo: los servicios públicos, el patrimonio público, la participación ciudadana, el compromiso colectivo o el control a los poderes. Así que cuidado con los encantadores de serpientes.

Publicado en Revista Fusión, febrero de 2008.