¿CON MÓVIL E IDEAS?
Dice Gabino de Lorenzo que su previsible elección como Diputado no significará el abandono de sus responsabilidades como Alcalde o la dejadez en el cumplimiento de las mismas, y apunta a la posibilidad de dirigir el Ayuntamiento a distancia a través del teléfono móvil. Eso, sumado a sus ideas para la ciudad (terreno en el que su acierto es susceptible de otra discusión) bastará para que todo siga igual, según su planteamiento. Lo ha dicho y se ha quedado tan pancho… bueno, como es él en general, ya lo conocen suficientemente.
El caso es que es cierto que hay algunos aspectos en los que no se va a notar si el Alcalde pasa más tiempo en Madrid, en el avión o –esperemos que más pronto que tarde- en el AVE entre la capital del Reino y la de la tierrina. Por ejemplo será difícil que pueda incrementar más aún su absentismo en el ejercicio de sus funciones como Presidente del Pleno, del que viene ausentándose habitualmente, con el consiguiente desprecio a la Corporación y al ejercicio de la función de control y orientación que tiene el máximo órgano municipal, representación de la voluntad de los ovetenses. Tampoco los ciudadanos echarán de menos su presencia cotidiana en la actividad municipal, ya que durante sus años de mandato ha pasado olímpicamente de cualquier foro u órgano, informal o institucional, de participación ciudadana, en el que el diálogo directo con los vecinos y sus asociaciones podría haber sido de gran interés. Recordemos que Oviedo sigue sin Consejo Social de la ciudad, ni Consejos de Distrito, pese a lo que al respecto impone la Ley de Modernización del Gobierno Local y lo que acordó el propio Ayuntamiento al aprobar los reglamentos de desarrollo de la misma.
El Alcalde cree que podrá dirigir el Ayuntamiento a distancia porque para él es algo perfectamente normal. Así lo viene haciendo de hecho. No pisa la calle, no se acerca a los barrios más que en elecciones. Va de la calle Toreno a Trascorrales –en coche oficial- y vuelta a casa, la de aquí o la de Benia de Onís ¿Para qué necesita hacer más? Hasta ahora le ha funcionado disfrazarse de vez en cuando y bajar a la arena sólo en periodos electorales, incluso a veces en sentido literal, como algunos recuerdan de la campaña municipal de 1995.
A mí, que quieren que les diga, me parece bastante impresentable; un sainete más de los que acostumbra, pero que en este caso ni tiene ingenio ni empieza y termina en el Salón de Té del Teatro Campoamor. Si ésta es para el Alcalde la forma de ejercer la representación de los ciudadanos y de gestionar los intereses generales, es que ya ha llegado a la profunda convicción de que puede hacer y deshacer lo que de la gana como un señor feudal.
También toca reflexionar sobre qué ha conducido a que el Alcalde crea que puede ejercer su función al otro lado de la línea telefónica. Daría para un estudio sociológico sobre la continua e implacable degradación de los estándares democráticos que ha venido pareja al gabinismo en estos años. Cabría al respecto analizar el grado de compromiso e interés de los ciudadanos con los asuntos públicos y con el control de sus gobernantes; la confusión de intereses reinante entre poderes económicos y políticos en la ciudad; la falta de alternativas –salvo destellos momentáneos- que hayan podido consolidarse frente al régimen; la complacencia generalizada con la insistente propaganda, etc.
En suma, lo que está claro es que al Alcalde se le permite lo que a otros no se toleraría, ni en las formas ni en el fondo. Lo que habrá preguntarse, más allá de los incondicionales que lo creen un estilo propio, es si quienes les ríen las gracias –que alguna vez hasta la tienen- no sienten un poco de vergüenza ajena y propia pasado el rato. Vergüenza ajena porque a la postre lo que hace es el ridículo como el Rey desnudo de la fábula; vergüenza propia porque, o bien alaban su inexistente vestimenta, o bien no se atreven a decirle de una vez por todas que se tape.
El caso es que es cierto que hay algunos aspectos en los que no se va a notar si el Alcalde pasa más tiempo en Madrid, en el avión o –esperemos que más pronto que tarde- en el AVE entre la capital del Reino y la de la tierrina. Por ejemplo será difícil que pueda incrementar más aún su absentismo en el ejercicio de sus funciones como Presidente del Pleno, del que viene ausentándose habitualmente, con el consiguiente desprecio a la Corporación y al ejercicio de la función de control y orientación que tiene el máximo órgano municipal, representación de la voluntad de los ovetenses. Tampoco los ciudadanos echarán de menos su presencia cotidiana en la actividad municipal, ya que durante sus años de mandato ha pasado olímpicamente de cualquier foro u órgano, informal o institucional, de participación ciudadana, en el que el diálogo directo con los vecinos y sus asociaciones podría haber sido de gran interés. Recordemos que Oviedo sigue sin Consejo Social de la ciudad, ni Consejos de Distrito, pese a lo que al respecto impone la Ley de Modernización del Gobierno Local y lo que acordó el propio Ayuntamiento al aprobar los reglamentos de desarrollo de la misma.
El Alcalde cree que podrá dirigir el Ayuntamiento a distancia porque para él es algo perfectamente normal. Así lo viene haciendo de hecho. No pisa la calle, no se acerca a los barrios más que en elecciones. Va de la calle Toreno a Trascorrales –en coche oficial- y vuelta a casa, la de aquí o la de Benia de Onís ¿Para qué necesita hacer más? Hasta ahora le ha funcionado disfrazarse de vez en cuando y bajar a la arena sólo en periodos electorales, incluso a veces en sentido literal, como algunos recuerdan de la campaña municipal de 1995.
A mí, que quieren que les diga, me parece bastante impresentable; un sainete más de los que acostumbra, pero que en este caso ni tiene ingenio ni empieza y termina en el Salón de Té del Teatro Campoamor. Si ésta es para el Alcalde la forma de ejercer la representación de los ciudadanos y de gestionar los intereses generales, es que ya ha llegado a la profunda convicción de que puede hacer y deshacer lo que de la gana como un señor feudal.
También toca reflexionar sobre qué ha conducido a que el Alcalde crea que puede ejercer su función al otro lado de la línea telefónica. Daría para un estudio sociológico sobre la continua e implacable degradación de los estándares democráticos que ha venido pareja al gabinismo en estos años. Cabría al respecto analizar el grado de compromiso e interés de los ciudadanos con los asuntos públicos y con el control de sus gobernantes; la confusión de intereses reinante entre poderes económicos y políticos en la ciudad; la falta de alternativas –salvo destellos momentáneos- que hayan podido consolidarse frente al régimen; la complacencia generalizada con la insistente propaganda, etc.
En suma, lo que está claro es que al Alcalde se le permite lo que a otros no se toleraría, ni en las formas ni en el fondo. Lo que habrá preguntarse, más allá de los incondicionales que lo creen un estilo propio, es si quienes les ríen las gracias –que alguna vez hasta la tienen- no sienten un poco de vergüenza ajena y propia pasado el rato. Vergüenza ajena porque a la postre lo que hace es el ridículo como el Rey desnudo de la fábula; vergüenza propia porque, o bien alaban su inexistente vestimenta, o bien no se atreven a decirle de una vez por todas que se tape.
Publicado en Oviedo Diario, 26 de enero de 2008.
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