ARRIESGADAS INVITACIONES
Sobre el joven emigrante asturiano andamos siempre en la valoración extrema, lejos de analizar con prudencia el fenómeno y sus consecuencias. Hace siete años el Consejo de la Juventud del Principado de Asturias, de cuya Comisión Permanente formaba parte en aquel entonces, abrió con fuerza el debate eligiendo como lema para su Escuela de Seronda (el principal punto de encuentro de las asociaciones juveniles de nuestra Comunidad) un provocativo “Asturias, paraíso de emigración juvenil”, acertado para suscitar la polémica pero que -pasado el tiempo se ven las cosas más claras- tenía un punto de desacertado victimismo. Unos años después circularon cifras maliciosamente exageradas sobre el número de jóvenes universitarios que buscaban su futuro tras la Cordillera Cantábrica. Después vino el aluvión de críticas al Presidente del Principado por aquello de la leyenda urbana, entendiendo que significaba una subestimación inaceptable de la envergadura del flujo emigratorio juvenil.
En los últimos tiempos una nueva dinámica de valoración desproporcionada de las cosas trasluce en el discurso dominante que sobre la emigración juvenil manejan autoridades, medios de comunicación y creadores de opinión. En un intento por reconocer el esfuerzo del joven emigrante y saldar las deudas del olvido reciente, se está elevando a categoría de mito su figura. A tenor de la hagiografía últimamente al uso, parece que todo joven asturiano que emigra al confín del mundo alcanza un éxito rápido –aunque con esfuerzo y trabajo duro-, domina la escena profesional en Madrid, Nueva York o Shangai y se merienda los laboratorios en el MIT o Berkeley. Se les da la palabra a los triunfadores para que expliquen el secreto de su éxito, hablen de cómo Asturias es hermosa pero llena de dificultades para el desarrollo profesional o empresarial, y cuenten su catálogo de nostalgias de la tierra.
Nada o poco se dice, sin embargo, del joven asturiano que trabaja como camarero en Londres, agente de seguros en Madrid o administrativo en Barcelona. No representa, según el lenguaje oficial, a lo mejor de nuestra Asturias. También a él le invade ocasionalmente la señaldá y exhibe la bandera regional a la mínima de cambio en cualquier evento social o deportivo al que acuda. Al igual que el resto, este joven emigrante sin laureles ha salido de Asturias buscando mejores oportunidades, que vendrán o no en el futuro. Pero no forma parte del paisaje dulcificado de la emigración que pretenden exhibirnos, porque, por lo pronto, está batallando en la calle y no integra la élite de exitosos.
No es nada nuevo, al fin y al cabo, que sólo nos fijemos en el emigrante al que le van bien las cosas; lo mismo se hizo a finales del siglo XIX y principios del XX, una época de la que se recuerda con frecuencia las conquistas de los indianos que volvieron para levantar fuentes y escuelas, ocultando que otros muchos anónimos se quedaron allá para siempre o regresaron sin pena ni gloria.
Tampoco es nuevo, y esto sí es preocupante, que indirectamente se invite al joven asturiano a tomar el camino de salida, haciéndole ver que sólo fuera de Asturias conseguirá un crecimiento personal y profesional lejos de las comodidades aletargantes del llar. Algunos han conseguido que los jóvenes asturianos que viven y trabajan aquí se estén preguntando –nos estemos preguntando- qué hemos hecho mal para quedarnos en Asturias, lejos del Dorado madrileño o el que toque. Muchos se han autoconvencido de que la excelencia no tiene cabida en Asturias, y que cualquiera con un poco de ambición más temprano o más tarde acabará poniendo los dos pies fuera de aquí.
Es una verdad a medias, muy peligrosa, decir que en Asturias no existen oportunidades; casi tan arriesgada como negar la evidencia de que muchos jóvenes prefieren emprender fuera que buscar su alternativa en la tierra. Parece a ojos del discurso mayoritario que no es posible vivir con un pie en Asturias –la base, nuestra casa- y otro en el resto del mundo. Aquello del pensamiento glocal parece ya desterrado. La invitación a coger la puerta es, por lo tanto, incesante.
En los últimos tiempos una nueva dinámica de valoración desproporcionada de las cosas trasluce en el discurso dominante que sobre la emigración juvenil manejan autoridades, medios de comunicación y creadores de opinión. En un intento por reconocer el esfuerzo del joven emigrante y saldar las deudas del olvido reciente, se está elevando a categoría de mito su figura. A tenor de la hagiografía últimamente al uso, parece que todo joven asturiano que emigra al confín del mundo alcanza un éxito rápido –aunque con esfuerzo y trabajo duro-, domina la escena profesional en Madrid, Nueva York o Shangai y se merienda los laboratorios en el MIT o Berkeley. Se les da la palabra a los triunfadores para que expliquen el secreto de su éxito, hablen de cómo Asturias es hermosa pero llena de dificultades para el desarrollo profesional o empresarial, y cuenten su catálogo de nostalgias de la tierra.
Nada o poco se dice, sin embargo, del joven asturiano que trabaja como camarero en Londres, agente de seguros en Madrid o administrativo en Barcelona. No representa, según el lenguaje oficial, a lo mejor de nuestra Asturias. También a él le invade ocasionalmente la señaldá y exhibe la bandera regional a la mínima de cambio en cualquier evento social o deportivo al que acuda. Al igual que el resto, este joven emigrante sin laureles ha salido de Asturias buscando mejores oportunidades, que vendrán o no en el futuro. Pero no forma parte del paisaje dulcificado de la emigración que pretenden exhibirnos, porque, por lo pronto, está batallando en la calle y no integra la élite de exitosos.
No es nada nuevo, al fin y al cabo, que sólo nos fijemos en el emigrante al que le van bien las cosas; lo mismo se hizo a finales del siglo XIX y principios del XX, una época de la que se recuerda con frecuencia las conquistas de los indianos que volvieron para levantar fuentes y escuelas, ocultando que otros muchos anónimos se quedaron allá para siempre o regresaron sin pena ni gloria.
Tampoco es nuevo, y esto sí es preocupante, que indirectamente se invite al joven asturiano a tomar el camino de salida, haciéndole ver que sólo fuera de Asturias conseguirá un crecimiento personal y profesional lejos de las comodidades aletargantes del llar. Algunos han conseguido que los jóvenes asturianos que viven y trabajan aquí se estén preguntando –nos estemos preguntando- qué hemos hecho mal para quedarnos en Asturias, lejos del Dorado madrileño o el que toque. Muchos se han autoconvencido de que la excelencia no tiene cabida en Asturias, y que cualquiera con un poco de ambición más temprano o más tarde acabará poniendo los dos pies fuera de aquí.
Es una verdad a medias, muy peligrosa, decir que en Asturias no existen oportunidades; casi tan arriesgada como negar la evidencia de que muchos jóvenes prefieren emprender fuera que buscar su alternativa en la tierra. Parece a ojos del discurso mayoritario que no es posible vivir con un pie en Asturias –la base, nuestra casa- y otro en el resto del mundo. Aquello del pensamiento glocal parece ya desterrado. La invitación a coger la puerta es, por lo tanto, incesante.
Publicado en Oviedo Diario, 22 de diciembre de 2007.
3 Comments:
Me gustó mucho éste artículo. Estoy muy de acuerdo con todo lo que dices.
16:22
Feliz año 2008 y que te vaya bien en tu vida profesional.
15:17
Hola:
navegando por la red he visto tu blog, me he parado para descansar y lo he explorado, me gusta mucho. Ahora continuo mi viaje. Cuando quieras ven a ver mi blog.
Ciao.
17:51
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