CUIDADO CON LOS ULTRAS
Conocí a Pedro Zerolo en marzo de 2005, cuando, estando yo metido hasta las cachas en la actividad política local, lo invitamos desde el Grupo Socialista en el Ayuntamiento y las Juventudes Socialistas de Oviedo a unas jornadas de análisis sobre las iniciativas legislativas dirigidas a la erradicación de la discriminación por orientación sexual. En aquellos días se estaba tramitando la reforma del Código Civil que dio lugar, semanas después, a que España, o al menos su ordenamiento jurídico, se convirtiese en un país de referencia mundial en la garantía de igualdad de derechos para gais y lesbianas. Zerolo irradiaba entusiasmo y alegría por aquella conquista social –hoy camino, por fortuna, de la total normalidad- en la que indudablemente influyó de forma directa. Algunos de los asistentes a su conferencia no se esperaban encontrarse con, además de un activista, una persona brillante, clarividente, con enorme capacidad pedagógica para transmitir sus convicciones y plenamente abierta al diálogo.
Hace unos días Zerolo se convirtió en inesperado protagonista por los insultos y persecución que sufrió con motivo de la concentración ante el Ayuntamiento de Madrid en repulsa por el último atentado de ETA. Los exaltados de turno cargaron principalmente contra él, con toda clase de hostigamiento e insultos, entre ellos los habituales del repertorio homófobo. Posiblemente, en algún momento su integridad física estuvo en juego, vista la tensión del momento. Para mayor escarnio, algunos de los agresores decían identificarse con la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), que se ha convertido sobrevenidamente, para vergüenza de muchos propios y más ajenos, en paraguas ideológico de la ultraderecha. Si las cosas siguen así y un día algún descerebrado pasa de las palabras a los hechos, habrá que crear una “Asociación de Víctimas de la AVT”. Por cierto, la AVT, que se sepa, ni ha condenado ni lamentado los incidentes, cosa que, menos mal, sí han hecho los partidos políticos, incluido el PP.
Vean ustedes los videos de la algarada, que están colgados en Internet. Súmenlos a las imágenes habituales de las últimas concentraciones y manifestaciones que, más que contra el terrorismo, han ido dirigidas principalmente contra el Gobierno. El cúmulo de barbaridades y de expresiones de odio es inmenso y preocupante, porque campan a sus anchas en ese caldo de cultivo los especimenes más granados de la ultraderecha. Los que hoy llaman traidor al Presidente del Gobierno, maricón a Zerolo o acusan al Ministro del Interior poco menos que de complicidad con ETA, son la réplica de los que en la Transición, también aprovechando actos contra el terrorismo e incluso funerales, gritaban “Ejército al poder”, “Tarancón al paredón” o tachaban de débiles y traidores –hoy como ayer- a Suárez o Gutiérrez Mellando (y éste, hombre de sangre caliente y orgullo, sí que les respondía como hizo lo propio con Tejero el 23-F, por cierto). Es verdad que la historia ahora se repite no como tragedia sino como farsa, porque en aquellos años metían más miedo que risa, y hoy está claro que son una minoría y el riesgo involucionista es menos preocupante. Pero es difícil no rechinar los dientes cuando ves envalentonados a esa panda de cavernícolas, y cuando se comprueba como muchos se atechan bajo nobles causas, dignas de apoyo, como la solidaridad con las víctimas del terrorismo. El problema quizá resida en aquellos que tiran la piedra y esconden la mano: los que crispan o distorsionan para generar ruido y confusión, tratando de restar legitimidad democrática al Gobierno desde el minuto cero o agitando falsos fantasmas, esperando recoger los frutos podridos.
En España hay ultraderecha, siempre la hubo y ahora se muestra con mayor descaro. Somos un país avanzado, democrático y tolerante. Un ejemplo en muchas cosas, entre ellas en valores comunes, cosa que generalmente no apreciamos. Pero siempre hubo quien se resistió a ese cambio, deseando con una España, excluyente, centralista, uniforme y en uniforme, racista, xenófoba, homófoba, casta y castiza. La llamaban la reserva espiritual de Occidente. Todavía hay epígonos de aquellos sembradores de odio. No nos descuidemos porque gritan mucho.
Hace unos días Zerolo se convirtió en inesperado protagonista por los insultos y persecución que sufrió con motivo de la concentración ante el Ayuntamiento de Madrid en repulsa por el último atentado de ETA. Los exaltados de turno cargaron principalmente contra él, con toda clase de hostigamiento e insultos, entre ellos los habituales del repertorio homófobo. Posiblemente, en algún momento su integridad física estuvo en juego, vista la tensión del momento. Para mayor escarnio, algunos de los agresores decían identificarse con la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), que se ha convertido sobrevenidamente, para vergüenza de muchos propios y más ajenos, en paraguas ideológico de la ultraderecha. Si las cosas siguen así y un día algún descerebrado pasa de las palabras a los hechos, habrá que crear una “Asociación de Víctimas de la AVT”. Por cierto, la AVT, que se sepa, ni ha condenado ni lamentado los incidentes, cosa que, menos mal, sí han hecho los partidos políticos, incluido el PP.
Vean ustedes los videos de la algarada, que están colgados en Internet. Súmenlos a las imágenes habituales de las últimas concentraciones y manifestaciones que, más que contra el terrorismo, han ido dirigidas principalmente contra el Gobierno. El cúmulo de barbaridades y de expresiones de odio es inmenso y preocupante, porque campan a sus anchas en ese caldo de cultivo los especimenes más granados de la ultraderecha. Los que hoy llaman traidor al Presidente del Gobierno, maricón a Zerolo o acusan al Ministro del Interior poco menos que de complicidad con ETA, son la réplica de los que en la Transición, también aprovechando actos contra el terrorismo e incluso funerales, gritaban “Ejército al poder”, “Tarancón al paredón” o tachaban de débiles y traidores –hoy como ayer- a Suárez o Gutiérrez Mellando (y éste, hombre de sangre caliente y orgullo, sí que les respondía como hizo lo propio con Tejero el 23-F, por cierto). Es verdad que la historia ahora se repite no como tragedia sino como farsa, porque en aquellos años metían más miedo que risa, y hoy está claro que son una minoría y el riesgo involucionista es menos preocupante. Pero es difícil no rechinar los dientes cuando ves envalentonados a esa panda de cavernícolas, y cuando se comprueba como muchos se atechan bajo nobles causas, dignas de apoyo, como la solidaridad con las víctimas del terrorismo. El problema quizá resida en aquellos que tiran la piedra y esconden la mano: los que crispan o distorsionan para generar ruido y confusión, tratando de restar legitimidad democrática al Gobierno desde el minuto cero o agitando falsos fantasmas, esperando recoger los frutos podridos.
En España hay ultraderecha, siempre la hubo y ahora se muestra con mayor descaro. Somos un país avanzado, democrático y tolerante. Un ejemplo en muchas cosas, entre ellas en valores comunes, cosa que generalmente no apreciamos. Pero siempre hubo quien se resistió a ese cambio, deseando con una España, excluyente, centralista, uniforme y en uniforme, racista, xenófoba, homófoba, casta y castiza. La llamaban la reserva espiritual de Occidente. Todavía hay epígonos de aquellos sembradores de odio. No nos descuidemos porque gritan mucho.
Publicado en Oviedo Diario, sábado 8 de diciembre de 2007.
1 Comments:
Ni una coma, el artículo es impecable. Aunque suene paradógico hay que ser intolerante con los intolerantes.
19:37
Publicar un comentario
<< Home