LO QUIEREN TODO
Por fortuna, de un tiempo a esta parte la sociedad española ha venido adquiriendo conciencia del desaguisado urbanístico organizado en el litoral por la construcción desaforada. No obstante, la reacción ciudadana y su correlato en las políticas públicas y los cambios legislativos seguramente llegan tarde. En los últimos tiempos el suelo se ha considerado poco menos que un bien de consumo, y no un recurso natural, clave para el equilibrio del ecosistema. Mucho ha tenido que ver en esta frenética carrera desarrollista la ambición de un enriquecimiento relativamente sencillo de inversionistas, sumada a las aspiraciones de un buen número de personas dispuestas a hacer de la adquisición de su segunda residencia su particular conquista vital. La complicidad de las administraciones también ha propiciado el caldo de cultivo adecuado, al imponerse (en el mejor de los casos) el papanatismo consistente en fiar al crecimiento urbano y al sector de la construcción la base de nuestro crecimiento económico. Como resultado de esta fiebre del ladrillo, aún no del todo atemperada, en España se han construido en los últimos años más viviendas que en Francia, Reino Unido y Alemania juntos. En 2006 fueron 750.000 las construidas. Muchas de ellas en zonas turísticas de nuestras costas. Muchas posiblemente se compren y no se ocupen temporal o permanente, o ni siquiera se acaben vendiendo por la posible saturación de oferta que se avecina.
Asturias no ha permanecido al margen de esta vorágine, como es público y notorio. Las expectativas para el futuro tampoco son muy halagüeñas. Según el informe "Destrucción a toda costa, 2007", elaborado por Greenpeace, y referencia de cabecera sobre las negativas repercusiones que para el medioambiente costero tienen epidemias como el aceleradísimo crecimiento urbano, en Asturias hay en proyecto 17 campos de golf en zonas costeras, y las previsiones del planeamiento urbanístico de los 20 ayuntamientos del litoral permitirán que se construyan más de 33.000 nuevas viviendas. Por su parte, el Gobierno Autonómico alega reiteradamente que esta denuncia es alarmista, y que existen suficientes garantías jurídicas para evitar un descontrolado crecimiento urbanístico, empezando por el Plan de Ordenación del Litoral de Asturias (POLA), aprobado en mayo de 2005, y que preserva con especial celo los primeros 500 metros de costa.
Hasta el momento, a decir verdad, la costa asturiana ha sufrido menos agresiones urbanísticas que las sucedidas en el resto de Comunidades Autónomas, especialmente en el Sur y en Levante. También cabe advertir una mayor vigilancia de la opinión pública asturiana, ya que el debate sobre el desarrollo urbanístico costero es habitual en medios de comunicación, forma parte de la actividad de numerosas asociaciones vecinales y ciudadanas y, al fin y al cabo, está presente en la agenda política regional.
Ahora bien, conviene prestar especial atención a las alertas que la realidad emite. Exprimidas las oportunidades urbanísticas en otros lares, el atractivo que despierta la costa asturiana para los intereses del sector de la construcción es inequívoco y creciente. La propia Confederación Asturiana de la Construcción, que agrupa a los empresarios de este sector, requería hace unas semanas un plan de urbanización del litoral, con la indisimulada pretensión de superar las limitaciones del POLA y alentar el establecimiento de nuevos ámbitos urbanizables allí donde el trámite de los planeamientos urbanísticos municipales no se haya iniciado o no haya superado todos los obstáculos. Su afirmación de que en los 10 primeros kilómetros de costa sólo el 0,4% está urbanizado en Asturias suena a lamento más que a satisfacción. Parece difícil fiarse de quien entiende que la razonable preservación de nuestras costas, un logro colectivo (amenazado, eso sí), no deja de ser un obstáculo para sus intereses económicos.
Sin el necesario control, ni el exigible rigor en la planificación urbanística, podemos caer en el error de apostar por el espejismo del rápido crecimiento y el fervor desarrollista, sin advertir que el mayor activo que Asturias puede ofrecer es precisamente su paisaje y naturaleza. Por eso es preciso reforzar la vigilancia y afirmarse en las propias convicciones: o desarrollo sostenible y equilibrado, o pan para hoy y hambre para mañana.
Publicado en Fusión Asturias. Septiembre de 2007.
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