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20.7.07

326.771

Ese es el número de asturianos con derecho a voto que el pasado 27 de mayo se abstuvieron en las elecciones autonómicas. El 35,7% del electorado decidió no participar en el proceso electoral. Y de los 589.618 que sí lo hicieron, 14.437 votaron en blanco, convirtiéndose ésta en la cuarta opción escogida, justo detrás de los tres partidos que obtuvieron representación en la Junta General, y por delante de todas las fuerzas extraparlamentarias.
Estos datos no restan legitimidad alguna a nuestros representantes y al Presidente del Gobierno Autonómico que éstos eligen. Pero sí ponen de manifiesto una notable falta de interés o un cierto escepticismo de buena parte de la ciudadanía sobre el principal rito del sistema democrático, que es acudir a las urnas. Y, por lo tanto, deben motivar alguna reflexión, que puede perfectamente encuadrarse en una situación común a toda España, si bien tiene algunas notas distintivas específicas en Asturias.
Una de las causas del desapego de parte del electorado puede residir en un creciente hastío hacia los discursos políticos más habituales. A poco que uno profundice en el panorama actual, advertirá la repetición en temas, respuestas y actitudes. En el caso de Asturias, si bien las dificultades de la reconversión económica ya han quedado superadas en gran medida, el hilo conductor del debate público continúa siendo la gestión de una crisis que ya no es tal. Junto a este asunto, las infraestructuras de comunicación ocupan abundantes espacios de discusión, pese a que la ruptura del aislamiento es ya un hecho. Y poco más puede enumerarse. Persiste además una fuerte dependencia del debate político estatal, y eso impide que en acontecimientos como las elecciones autonómicas se reflexione convenientemente sobre el aquí y ahora de Asturias. El resultado es que la consistencia del discurso político propio de Asturias es aún insuficiente, quizá porque nuestra autonomía, y los elevados techos competenciales alcanzados tras la reforma estatutaria de 1999 aún no han conseguido proyectar y sedimentar en la sociedad asturiana la conciencia de lo mucho que ya dependemos –para bien y para mal- de nuestras propias decisiones.
Otro de los motivos de la desafección del electorado es la pretensión de algunos representantes públicos de introducir asuntos en el debate agrandando sus repercusiones y perfiles más allá de lo que dicha cuestión merecería. Suele decirse, en la refriega política, que quien controla la agenda tiene medio camino andado; es decir, quien consigue que se hable preferentemente de aquellos temas que electoralmente les reporten más réditos, partirá con ventaja porque conseguirá que pasen desapercibidas otras materias en las que el rival puede exhibir mejores resultados o propuestas. En el caso de la política asturiana, algunos han demostrado una enorme habilidad en la táctica de dominar la agenda, empezando por el Alcalde de Oviedo y sus fabulosas reminiscencias guerracivilistas como el “cerco a Oviedo” (el supuesto abandono de la capital por la administración estatal y autonómica), carente de toda base real. Aunque en estos y otros ejemplos el empobrecimiento de la discusión pública es evidente, e incluso tal forma de actuar envilece las relaciones políticas con un alto coste a la larga, a corto plazo quien utiliza este oportunista ardid obtiene resultados que le hacen ratificarse en la bondad de esta técnica.
Al mismo tiempo, el trazo grueso que predomina en las intervenciones de los representantes públicos, elimina perspectivas necesarias para afrontar los problemas, y, cuando consigue calar socialmente, consigue que soluciones simplonas resulten atractivas electoralmente. Por fortuna esta artimaña, que en otros pagos ha dado buen resultado (Bush y Sarkozy son dos buenos ejemplos) aún no convence en muchos sectores del electorado, como hemos visto con el resultado que en Asturias han cosechado aquellos que ofrecían soluciones mágicas a realidades complejas como, por ejemplo, la emigración de jóvenes con cualificación. El escepticismo del votante crece cuando escucha muchas arengas y pocas ideas, que invitan a cierta desconfianza sobre quien aspira a representarle. Pese a ello, la tendencia a la hegemonía de las medias verdades y las consignas que caben en una frase parece irrefrenable, a tenor no sólo de la evolución política actual, sino también de las pautas y exigencias que marcan los medios de comunicación, sobre todo los audiovisuales, que alentan el fast food político.
A los ciudadanos nos corresponde, por lo tanto, exigir a nuestros representantes que estén a la altura de las circunstancias y del mandato que les hemos confiado. En la Asturias del autogobierno y la etapa posterior a la crisis industrial, o comenzamos a centrar el debate en los retos de esta nueva situación o perderemos trenes que difícilmente volverán a pasarse por nuestra estación.
Publicado en Fusión Asturias - julio de 2007.