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11.4.06

CHINA: OSCURIDAD Y REPRESIÓN GENERALIZADA

El pasado 23 de diciembre La Nueva Espa?a publicaba la noticia de las duras condenas impuestas a tres disidentes políticos chinos por el aparato judicial del régimen que impera en el país oriental. Se trataba de Xu Wenli, Wang Youcai y Qin Yongmin, principales dirigentes del clandestino Partido Democrático Chino. Habían sido partícipes del movimiento Muro de la Democracia, heredero del levantamiento estudiantil de 1989 y principal corriente reivindicativa de una apertura democrática y en favor de la protección de los derechos humanos. Fueron condenados por los delitos de “subversión” e “intento de derrocar al Gobierno”, y castigados con penas de prisión de 13, 11 y 12 a?os de prisión, respectivamente.
Cuando hablamos acerca de “subversión” e “intento de derrocar al Gobierno” como delitos tipificados en la ley china, no podemos menos que entrecomillarlos. La reforma del Código Penal Chino, aprobada en marzo de 1997 por la Asamblea Popular (también debería ir entrecomillado el adjetivo popular), lejos de suponer una tímida apertura, como en principio se llegó a considerar, no ha supuesto más que un burdo maquillaje. Así, los “delitos de contrarrevolución” quedaron transformados, sustituidos por “delitos contra la seguridad nacional”, entre los que se encuentran “conspirar para dividir el país”, “revelar secretos de Estado”, y los anteriormente citados. El punto clave es que, la absoluta inseguridad jurídica imperante en el país provoca que, en aras de una supuesta seguridad nacional, se apliquen este tipo de delitos a cualquier clase de oponente político o que pueda inquietar lo más mínimo a la estructura dictatorial oligárquica. De tal forma, centenares de presos de conciencia, encarcelados sin haber ejercido la violencia ni abogado por élla, y simplemente por sus opiniones políticas, origen étnico, idioma o religión, continúan en las cárceles chinas. La represión política se hace especialmente dura en las regiones del Tibet, concretamente contra dirigentes religiosos, y Xinjiang, con una fuerte presencia de la religión musulmana.
Pero, más allá de la pura represión política, las autoridades y fuerzas de seguridad chinas continúan aplicando una política de extraordinaria “mano dura”. Así, la tortura, y los malos tratos inhumanos, crueles y degradantes están a la orden del día en las comisarias, cuarteles, prisiones y en la propia calle. La dureza extrema con que se reprime cualquier tipo de movilización alcanza también a los que reivindican no sólo ya libertad religiosa, autonomía regional o apertura política, sino incluso a los que demandan mejoras laborales o a quienes protestan por la corrupción burocrática. La pena de muerte es aplicada de una forma amplísima. 67 delitos, muchos de éllos no violentos (por ejemplo, delitos económicos), son castigados con la pena capital, de forma que en 1997 hay constancia (las cifras reales suelen ser mucho mayores) de al menos 2.495 sentencias de muerte y 1.644 ejecuciones. Los procesos judiciales, ya sea para delitos políticos o delitos comunes, continúan careciendo de las más mínimas garantías procesales; las autoridades deciden los fallos y las sentencias antes del juicio, y las vistas de apelación son a menudo un mero formulismo, y en ningún caso se admite la presencia de observadores internacionales independientes. Además, se estima que unas 230.000 personas, según datos oficiales, permanecían detenidas sin juicio en 280 centros de “reeducación por el trabajo” (que no es más que una forma de trabajo forzado sin compensación económica, y que de “reeducativa” tiene más bien poco), repartidos por toda la geografía nacional, por delitos leves como prostitución, estafa y “otras actividades alteradoras del orden social” (nuevamente aparecen enunciados abstractos y abiertos en el que las autoridades judiciales subsumen cientos de conductas de forma interesada).
En China cualquier tipo de expresión disidente supone en multitud de ocasiones una prisión segura, e incluso la muerte. Los derechos humanos más elementales son pisoteados de forma reiterada, constante y sistemática. La ausencia de las más mínimas libertades es palpable. La represión es generalizada, y la dignidad del ser humano es aplastada a cada instante. Al tiempo, los gobiernos y administraciones en el mundo económicamente desarrollado prefieren mirar a otro lado dando preferencia a los intercambios comerciales, las expectativas de consumo de un gran mercado como es el del Estado más poblado del planeta, mostrando así que efectivamente es el mundo desarrollado en el aspecto económico, pero es absolutamente subdesarrollado en cuanto a solidaridad, relaciones internacionales justas y defensa de los derechos humanos más allá de las fronteras de cada país.
China se encuentra en un largo túnel, donde la oscuridad es absoluta, la uniformidad del silencio es lo que pretenden las autoridades, y cualquier intento de optar por otras posibilidades de elección que no sean las que interesan a unos pocos es castigado con las formas más duras de la opresión más rechazable. Un largo túnel en el que, por el momento, no se ve ninguna luz que pronostique nuevos y mejores tiempos.
Publicado en el diario La Nueva Espa?a, enero 1999.