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11.4.06

LIMPIEZA ÉTNICA DE BAJA INTENSIDAD

Hemos podido observar durante los últimos meses como la entrada de la fuerza internacional de paz para Kósovo (KFOR), ha desatado entre la población kosovar de origen serbio una ola de miedo imparable y la salida de decenas de miles de personas, más de 150.000 por el momento, desde la región hacia el resto de Yugoslavia. El ACNUR ha estimado que la cifra de refugiados serbios representa casi la totalidad de la población serbokosovar de la zona. ?A qué se debe esta huida masiva? Al parecer este segmento de la población no se siente en absoluto protegido por la fuerza internacional de paz, a la que contempla más como invasores y agresores que como garantes de cierta estabilidad. Lo cuál no deja de tener cierta lógica si tenemos en cuenta que dichas tropas pertenecen mayoritariamente a Estados cuyas fuerzas aéreas han bombardeado Yugoslavia durante más de 70 días provocando cientos de víctimas civiles; si además consideramos que en tales Estados se ha justificado esta sangría considerando a las víctimas como “da?os colaterales” inevitables, evidentemente uno puede comprender más fácilmente la desconfianza hacia la KFOR. Al mismo tiempo, imagino que generará gran preocupación entre los serbokosovares que sean los Estados de la OTAN los que tengan la sartén por el mango desplazando el papel que podrían jugar otras potencias no implicadas en los bombardeos de las semanas precedentes, empezando por la propia Rusia. Y resulta más asequible percatarse de las razones para esta huida si constatamos como hasta el momento la KFOR, más allá de meras declaraciones de intenciones, no ha puesto en marcha los métodos necesarios para desarmar y desmilitarizar completamente al UÇK o ELK; se trata de un grupo armado que cuenta al menos con entre 15.000 y 20.000 efectivos, cuya financiación y equipamiento a saber de quién proceden y qué intereses pretenden más allá del afán independentista. Sin embargo, aunque parece claro, por tanto, que cualquier pretensión de pacificar la zona debe incluir, insoslayablemente, desarticular una organización de la magnitud del UÇK, la realidad dista mucho de adecuarse a lo deseable, lo cuál nos hace entender un poco mejor por qué huyen los serbokosovares.

Así es que, irremediablemente si las cosas continúan así, asistimos a una rápida marcha de la población serbia de Kósovo, configurando un panorama de separación étnica absoluta y con pocos visos de responder al sentido conciliador y pacificador que, supuestamente al menos, buscaba la resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Y, que a nadie se nos escape, estamos hablando de una nueva, y también gravísima, crisis de refugiados en el corazón de Europa, provocada a su vez por una silenciosa limpieza étnica, que algunos calificarían, con eufemismos similares a los de “da?o colateral”, de limpieza étnica de baja intensidad (por lo menos de baja intensidad informativa, pero ya entraría ésto en la prolija cuestión de la manipulación informativa). Que no nos quepa duda: si por limpieza étnica entendemos la forma de desalojar a un grupo de población con características culturales similares a través de la amenaza, el miedo o la intimidación, estamos entonces ante una nueva limpieza étnica, como contra los albanokosovares, como en Bosnia, como en la Krajina, aunque en este caso no sea tan dramática como en las anteriores ocasiones. Y la causa de esta limpieza étnica es principalmente el pánico a la acción de la UÇK, ante la incomprensible falta de diligencia de la fuerza de paz y la comunidad internacional.

El problema del conflicto de Kósovo, si lo analizamos con un poco de objetividad, es que se ha actuado en casi todas las acciones al revés de lo que la lógica recomendaba. Para empezar, durante diez a?os la comunidad internacional permaneció pasiva mientras se gestaba la tragedia y sus primeras manifestaciones ya tenían lugar. Cuando finalmente un grupo de Estados se decide a actuar lo hace a espaldas de la comunidad internacional o arrogándose su representación, promoviendo intereses propios y exigiendo condiciones claramente onerosas e inaceptables para Yugoslavia (lo serían para cualquiera) en las conversaciones de Rambouillet. Prosiguiendo con el desatino, la OTAN y los Estados que la integran obvian los múltiples recursos que ofrece el derecho internacional para este tipo de situaciones (sistemas de arreglo pacífico de controversias –empezando por la acción de la ONU-, medidas de autotutela o de reacción permitidas como el boicot o el embargo económico, la congelación de capitales en el exterior, etc.) y, en un acto que ataca absolutamente a la Carta de las propias Naciones Unidas y que violenta los principios más elementales de las relaciones internacionales lanzan un furibundo bombardeo sobre Yugoslavia sin precedentes en el continente europeo desde la II Guerra Mundial, atacando en muchos casos objetivos civiles o que difícilmente podrían ser calificados como militares. Más aún, los dirigentes occidentales utilizan entonces términos como “esta guerra la vamos a ganar” “estamos ganando”, “Yugoslavia perderá” como si de un derbi futbolístico regional o de un juego de tablero se tratará, y nos plantean falsos dilemas como la “justicia de la guerra” o la “legitimidad de la agresión”, mientras sirven en bandeja a los paramilitares serbios la oportunidad para incrementar las acciones contra la población albanokosovar. Finalmente, aguzada la tragedia humana por quién decía querer solventarla, no es el conjunto de la comunidad internacional, ni los países más directamente afectados los que dise?an el armisticio y el plan de paz, sino es el grupo de los siete más industrializados del mundo más Rusia, el G-8, el que decide la suerte de millones personas y de todo un área del continente europeo. O sea, que quién dicta las decisivas disposiciones de la paz no es quien se ve afectado por éllas, sino los Estados en los que tributan las más poderosas transnacionales, constituidos sin legitimidad alguna en gobierno del mundo a espaldas de las organizaciones internacionales, a las que sin mucho convencimiento se permite actuar en ultimísima instancia, cuando deberían haber entrado a jugar el papel que les corresponde desde el primer momento.
Y así ha evolucionado el conflicto hasta hoy. El triste epílogo de esta historia de irracionalidad, ilegalidad internacional y torpeza no es otro que la culminación, por unas u otras causas, de la degradante separación étnica entre los seres humanos y de la agonía de la multiculturalidad. Superar esta trágica miopía es ya un reto para el próximo siglo.
Publicado en el Informativo Universitario Aulas, septiembre de 1999.