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26.3.06

REPÚBLICA

Nos hemos acostumbrado los republicanos a quitar hierro a nuestras propias reivindicaciones sobre el modelo de Estado. Somos conscientes de que esta monarquía republicana, en términos de Carrillo, del “reina pero no gobierna”, está más que asumida por una mayoría de la población que, cuanto menos, observa a la Casa Real con perspectiva benevolente, condescendiente, aceptando que están ahí, que no molestan mucho y que hasta son majetes. Por otra parte, quizá nos hayan agotado con oleadas de propaganda edulcorante y llamamientos a la responsabilidad, para que desistamos de clamar por una alta magistratura democrática. Hemos guardado la tricolor para la galería de recuerdos y hemos dicho, con un poco de desesperanza y un poco de desidia, que vale, aceptamos rey como Jefe de Estado, siempre que se dedique a inauguraciones, lugares comunes, discursos de bienpensante y mensajes navide?os.
Pero, ojo, no renegamos de los valores republicanos más puros, hoy más necesarios que nunca. Hablar de laicismo ya no es extemporáneo. Reivindicar la democracia radical y nuevas formas de participación pública está entre nuestras prioridades. Lo mismo se puede decir de la defensa del concepto de ciudadanía -desvinculada de la nacionalidad en la era de la globalización-, ligada a derechos y deberes, o lo que es lo mismo, al control de la acción pública y al compromiso con lo colectivo, que eso es, en definitiva, el patriotismo –no la competición por ver quien iza la bandera más grande-. El republicanismo democrático y liberal está hoy más vigente que nunca, también en lo relativo a la promoción del autogobierno de los pueblos, y del derecho a decidir, individual y colectivamente, por uno mismo.
O sea que estamos dispuestos a la cuadratura del círculo: con Rey y todo, pretendemos edificar un sistema esencialmente republicano. Si es que no tenemos remedio.
Versión en castellano. Publicado en Les Noticies el 14 de noviembre de 2003.