MÓVILES
Móvil es la palabra clave para analizar el horror de Madrid.
El móvil estuvo presente como actor en todas las fases del proceso que se inició en los trenes madrile?os y finalizó en la catársis democrática. La vibración de un teléfono móvil accionó el explosivo que desató el terror. Una chica contaba a otra a través del móvil como se había producido una detonación y la gente corría despavorida, en el instante justo en el que se escuchaba, de fondo, la segunda explosión. Quedó grabado en un buzón de voz. Un chaval ba?ado en sangre telefoneaba a su familia para explicarles que estaba vivo de milagro. Lo vimos todos.
A través del teléfono móvil recibimos información alternativa –y verídica- a las medias verdades y manipuladas vaguedades con los que nos quisieron ocultar que se habían cumplido las amenazas, y que a partir de ahora estamos en el punto de mira de un terrorismo doblemente –si cabe- irracional, exasperado, destructor y cuya violencia se agota en sí misma.
Otro móvil –en otra acepción del término- es el que nos tiene en vilo. Nos hemos preguntado una y otra vez qué mueve a un grupo humano a convertirse en una jauría. De dónde sale tanto odio. Hasta que límite alcanza la brutalidad humana. No nos cabe en la cabeza que alguien encuentre motivos para reventar un tren en Madrid, o para arrasar un mercado en Bagdad, aunque lo hagan en nombre de Dios, del paraíso, de la civilización o del orden internacional.
Descubrimos otra vez que los avances tecnológicos nos permiten utilizar sus instrumentos para defender la libertad o para expandir el terror. Pero nuevamente entendemos que el error está en el eje podrido sobre el que parece girar nuestra especie, volviendo a la edad de las cavernas.
El móvil estuvo presente como actor en todas las fases del proceso que se inició en los trenes madrile?os y finalizó en la catársis democrática. La vibración de un teléfono móvil accionó el explosivo que desató el terror. Una chica contaba a otra a través del móvil como se había producido una detonación y la gente corría despavorida, en el instante justo en el que se escuchaba, de fondo, la segunda explosión. Quedó grabado en un buzón de voz. Un chaval ba?ado en sangre telefoneaba a su familia para explicarles que estaba vivo de milagro. Lo vimos todos.
A través del teléfono móvil recibimos información alternativa –y verídica- a las medias verdades y manipuladas vaguedades con los que nos quisieron ocultar que se habían cumplido las amenazas, y que a partir de ahora estamos en el punto de mira de un terrorismo doblemente –si cabe- irracional, exasperado, destructor y cuya violencia se agota en sí misma.
Otro móvil –en otra acepción del término- es el que nos tiene en vilo. Nos hemos preguntado una y otra vez qué mueve a un grupo humano a convertirse en una jauría. De dónde sale tanto odio. Hasta que límite alcanza la brutalidad humana. No nos cabe en la cabeza que alguien encuentre motivos para reventar un tren en Madrid, o para arrasar un mercado en Bagdad, aunque lo hagan en nombre de Dios, del paraíso, de la civilización o del orden internacional.
Descubrimos otra vez que los avances tecnológicos nos permiten utilizar sus instrumentos para defender la libertad o para expandir el terror. Pero nuevamente entendemos que el error está en el eje podrido sobre el que parece girar nuestra especie, volviendo a la edad de las cavernas.
Versión en castellano. Publicado en Les Noticies el 26 de marzo de 2004.
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