AY, CUBA
El caso es que la degradación del régimen cubano ha llegado a un punto de no retorno. Los fusilamientos de Lorenzo Enrique Copello, Bárbara Leodán Sevilla y Jorge Luis Martínez, que así se llamaban los ajusticiados, unido al procesamiento de 79 disidentes, condenados a entre 6 y 27 a?os de prisión, tiene el inconfundible gusto a podrido que desprende la decadencia de un sistema ensimismado, que es capaz de todo a costa de subsistir, huyendo hacia delante.
Muchas gentes de la izquierda tenemos ahora esa desagradable sensación de ver frustrada toda expectativa de apertura del sistema cubano. No es que Cuba fuese referente, que hace mucho que dejó de serlo, sino que albergábamos la esperanza de una adaptación de la isla a cánones democráticos respetables, manteniendo cierta cohesión social. Lo contrario, nos decíamos, sería, más tarde o más temprano, el colapso del régimen, y un modelo de transición al estilo ruso, con desmembración social, democracia de ínfima intensidad y control de la economía por grupos de poder (ya sean burócratas reconvertidos o halcones del exilio al servicio del afán imperialista norteamericano).
Nos hemos encontrando en muchas ocasiones defendiendo, con más espíritu de resistencia que convicción racional, los logros de la Cuba socialista, haciendo comparaciones con los países del entorno caribe?o, donde la desigualdad, el asesinato político, la violación cotidiana de los derechos humanos alcanza grados mucho mayores que en la isla. Ahora pocos argumentos nos deja el castrismo. De nada han servido todos los progresos reconocibles si esto finaliza con la autodestrucción, de puro viejo e inservivble, del sistema, y el saqueo que vendrá.
Seguramente no nos dediquemos al ataque furibundo, que para eso ya hay abundantes e interesados candidatos. Pero, hoy por hoy, ya tenemos el resultado de esta experiencia: Cuba se acabó, no hay vuelta atrás.
Muchas gentes de la izquierda tenemos ahora esa desagradable sensación de ver frustrada toda expectativa de apertura del sistema cubano. No es que Cuba fuese referente, que hace mucho que dejó de serlo, sino que albergábamos la esperanza de una adaptación de la isla a cánones democráticos respetables, manteniendo cierta cohesión social. Lo contrario, nos decíamos, sería, más tarde o más temprano, el colapso del régimen, y un modelo de transición al estilo ruso, con desmembración social, democracia de ínfima intensidad y control de la economía por grupos de poder (ya sean burócratas reconvertidos o halcones del exilio al servicio del afán imperialista norteamericano).
Nos hemos encontrando en muchas ocasiones defendiendo, con más espíritu de resistencia que convicción racional, los logros de la Cuba socialista, haciendo comparaciones con los países del entorno caribe?o, donde la desigualdad, el asesinato político, la violación cotidiana de los derechos humanos alcanza grados mucho mayores que en la isla. Ahora pocos argumentos nos deja el castrismo. De nada han servido todos los progresos reconocibles si esto finaliza con la autodestrucción, de puro viejo e inservivble, del sistema, y el saqueo que vendrá.
Seguramente no nos dediquemos al ataque furibundo, que para eso ya hay abundantes e interesados candidatos. Pero, hoy por hoy, ya tenemos el resultado de esta experiencia: Cuba se acabó, no hay vuelta atrás.
Versión en castellano. Publicado en Les Noticies el 18 de abril de 2003
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