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2.8.11

ESPIRAL DE SOMBRÍO DESTINO

Entre las múltiples cuestiones a revisar a resultas de la actual crisis económica, algunos procedimientos, lugares comunes y verdades categóricas que damos por sentadas merecerían un repaso. La impresión de que los fallos de método son sustanciales se acrecienta a cada frecuente llamamiento de alerta por parte de las instituciones de la Unión Europea, con sus consabidas reuniones de urgencia, encuentros bilaterales en el filo y carreras nerviosas –antes inusitadas- por los pasillos de la Comisión o del Banco Central.
Por ejemplo, no parece tener mucho sentido que la decisión de un país, ante las dificultades en su estabilidad financiera, de recurrir al préstamo por parte de sus socios comunitarios, se le otorgue, en afirmaciones, gestos y representaciones apocalípticas, una categoría similar a la de declaración de zona catastrófica, aparejada a una suerte de rendición incondicional de la dirigencia y acompañada de variopintos actos de contrición que tienen un significativo impacto, incluso emocional, sobre la población afectada. Como estamos viendo en el caso de Grecia y se vislumbra en el de Irlanda y Portugal, la forma en que se gestan, aprueban y formulan esta clase de decisiones, acompañadas de ajustes draconianos que perpetúan las dificultades de recuperación, expande la sensación de ineptitud y sometimiento colectivo, provocando una oleada de zozobra que impacta en las decisiones particulares de consumo e inversión, no sólo en el país afectado. La onda expansiva es de efectos desconocidos, porque acrecienta en el resto la sensación de encontrarse bajo el riesgo de infección, inmersos en la incierta escalada de los sucesivos rescates o las amenazas de que éstos se ciernan sobre países a los que se les conmina a pasar por las horcas caudinas de los planes de ajuste y de descapitalización del Estado.
A la vez que la dinámica de los rescates requiere un replanteamiento (empezando por cambiarles el nombre que les otorgamos), tampoco estaría mal analizar, recuperando el sentido de la actuación de los poderes públicos, la adopción de medidas que hasta la fecha parecen ajenas a cualquier agenda política comunitaria. Cabe preguntarse si calibrar la fiabilidad de los títulos de deuda pública de los Estados de la Eurozona por comparación con los de Alemania, con la consabida invocación de la prima de riesgo (el diferencial en el interés que se paga respecto al del bono germano a 10 años), no podría ser sustituida por otro criterio más equilibrado, porque, precisamente, la alentada huida del gestor de inversiones a los títulos considerados seguros retroalimenta inmediatamente esta tendencia a agrandar las diferencias en la percepción de su seguridad (el título alemán podrá ofrecer un interés menor y el de otros países tendrá que elevar la rentabilidad que proponen al comprador). Por no hablar de la común asunción -hasta ahora incuestionable y que va siendo hora de trastocar- sobre la posibilidad de negociar y revender ilimitadamente títulos de deuda en el mercado secundario, o de admitir que sobre estos se superpongan productos financieros sustentados en los seguros por riesgo de impago de la deuda (los famosos Credit Default Swaps, ya viejos conocidos por su incidencia en la crisis financiera derivada de la inmobiliaria) cuyo volumen y fluctuaciones están fuera de control, impactando sobre las cantidades a comprometer por el Estado en las emisiones de títulos de deuda.
Los defectos del entorno institucional, la desregularización financiera y la incapacidad para tomar decisiones que atajen los fallos del sistema económico nos están dejando desnudos y a tiro de la impiadosa especulación. Y, de momento, la mayor parte de las decisiones van encaminadas a alimentar la espiral, al aceptar sin reservas las reglas de un juego perverso en el que los Estados y sus ciudadanos tienen las de perder.




Publicado en Oviedo Diario, 23 de julio de 2011.

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