COMUNIONES POR LO CIVIL
Me cuentan que hace no muchos años, en una parroquia de Oviedo más de un niño celebró su comunión por lo civil, según la expresión acuñada por los padres. Se trataba de convertir la celebración de este sacramento católico en una necesaria representación para satisfacer piadosamente a familiares (generalmente abuelos) deseosos de que el niño querido protagonizara ese rito de paso ante sus ojos. En estos casos los padres no tenían mayor intención de educar al crío en los dogmas católicos, ni obligar al hijo a las correspondientes sesiones de catequesis en las que aprendería a recitar el credo, el padrenuestro o la salve. De modo que la solución era tirar por la calle del medio y acudir a una suerte de redención por metálico: previo pago de la correspondiente aportación extraordinaria a la parroquia, el niño, –sujeto pasivo de la comedia- se incorporaba a la lista de elegidos para el sacramento. En ocasiones, seguramente para remediar la mala conciencia del párroco o por pura apariencia, mediaba un singular examen que venía a ser algo así como un control de memoria en materia sagrada, y que consistía en que el aspirante a comulgante repitiese una o dos oraciones elementales. En un caso de estos cuyos detalles han llegado a mis oídos el pago consistió en 5.000 ptas. de las de mediados de los 80 y una sábana para cubrir los bancos de iglesia. Cosas de la apostólica y romana.
Al igual que en aquella “comunión por lo civil”, no pocos sacramentos de la fe católica han pasado a ser ceremoniales de encuentro familiar vacíos de contenido religioso, con la evidente connivencia de los oficiantes. No me digan ustedes que no conocen, por ejemplo, a decenas de novios y novias que se han casado por la Iglesia porque queda más bonito –dicen ellos- o para dar gusto a la familia, con escasa o nula motivación religiosa. No es una denuncia moral –poco me importan esas decisiones estrictamente personales-; es una evidencia constatable: la celebración de bautizos, comuniones y matrimonios ha convertido a la Iglesia Católica, en buena medida, en una agencia de eventos sociales que, además, pierde clientela a marchas forzadas. La democracia les ha traído una competencia irresistible, de la mano de la acofensionalidad del Estado y del laicismo creciente. Las bodas civiles tienen larga tradición –en la noche de los tiempos estaban antes que el enlace católico- y ganan terreno; existen incipientes experiencias de ceremonias de bienvenida a la comunidad sustitutivas del bautizo; y el día menos pensado se inventará algún rito institucionalizado de abandono de la infancia que comerá espacio a la primera comunión. En definitiva, la gente se hace, por fortuna, menos hipócrita; algunos, además, dan la espalda a las consignas morales más anticuadas de la Iglesia o rechazan el alineamiento de su jerarquía con los sectores políticos más conservadores. Con el ceremonial sustitutivo civil, además, se ahorran en muchos casos el impuesto revolucionario del párroco de turno.
Hace unas semanas, concretamente el domingo 24 de diciembre del año pasado, el arzobispo de Oviedo, en un gesto loable, quiso sustituir al cura de varias parroquias de Onís que había fallecido recientemente. De las diferentes parroquias que visitó sólo en una (San Antonio de Robellada) pudo oficiar misa, para una sola feligresa. Se manifestaron dos realidades en un solo acto: el despoblamiento del mundo rural asturiano –en riesgo de convertirse en un desierto verde-, y la desafección creciente de la ciudadanía hacia la Iglesia Católica. De esta segunda conclusión la Iglesia Católica ya es consciente, pero su propia inercia, y el ritmo de los tiempos, hace casi imposible una reacción; su feligresía mengua en progresión geométrica al tiempo que, paradójicamente, crece su pretensión de influir en la toma de decisiones y en el texto de las leyes del Estado.
Quizás la Iglesia Católica deba empezar a cuestionarse algunas de sus pretensiones, empezando por su fracasado intento de monopolizar el enjuiciamiento y orientación de la moralidad individual y colectiva. Las verdades de la Iglesia Católica hace mucho que ya no son verdades absolutas e irrebatibles para la mayoría de la población, ni siquiera para una gran parte de los que continúan autodefiniéndose como católicos al ser encuestados. Y, por supuesto, contrariamente a la consigna de todos los ministros de las diferentes confesiones religiosas –la católica y cualquiera de las otras- no todo lo que está al margen de la fe religiosa es relativismo, ausencia de valores y vacuidad espiritual.
Al igual que en aquella “comunión por lo civil”, no pocos sacramentos de la fe católica han pasado a ser ceremoniales de encuentro familiar vacíos de contenido religioso, con la evidente connivencia de los oficiantes. No me digan ustedes que no conocen, por ejemplo, a decenas de novios y novias que se han casado por la Iglesia porque queda más bonito –dicen ellos- o para dar gusto a la familia, con escasa o nula motivación religiosa. No es una denuncia moral –poco me importan esas decisiones estrictamente personales-; es una evidencia constatable: la celebración de bautizos, comuniones y matrimonios ha convertido a la Iglesia Católica, en buena medida, en una agencia de eventos sociales que, además, pierde clientela a marchas forzadas. La democracia les ha traído una competencia irresistible, de la mano de la acofensionalidad del Estado y del laicismo creciente. Las bodas civiles tienen larga tradición –en la noche de los tiempos estaban antes que el enlace católico- y ganan terreno; existen incipientes experiencias de ceremonias de bienvenida a la comunidad sustitutivas del bautizo; y el día menos pensado se inventará algún rito institucionalizado de abandono de la infancia que comerá espacio a la primera comunión. En definitiva, la gente se hace, por fortuna, menos hipócrita; algunos, además, dan la espalda a las consignas morales más anticuadas de la Iglesia o rechazan el alineamiento de su jerarquía con los sectores políticos más conservadores. Con el ceremonial sustitutivo civil, además, se ahorran en muchos casos el impuesto revolucionario del párroco de turno.
Hace unas semanas, concretamente el domingo 24 de diciembre del año pasado, el arzobispo de Oviedo, en un gesto loable, quiso sustituir al cura de varias parroquias de Onís que había fallecido recientemente. De las diferentes parroquias que visitó sólo en una (San Antonio de Robellada) pudo oficiar misa, para una sola feligresa. Se manifestaron dos realidades en un solo acto: el despoblamiento del mundo rural asturiano –en riesgo de convertirse en un desierto verde-, y la desafección creciente de la ciudadanía hacia la Iglesia Católica. De esta segunda conclusión la Iglesia Católica ya es consciente, pero su propia inercia, y el ritmo de los tiempos, hace casi imposible una reacción; su feligresía mengua en progresión geométrica al tiempo que, paradójicamente, crece su pretensión de influir en la toma de decisiones y en el texto de las leyes del Estado.
Quizás la Iglesia Católica deba empezar a cuestionarse algunas de sus pretensiones, empezando por su fracasado intento de monopolizar el enjuiciamiento y orientación de la moralidad individual y colectiva. Las verdades de la Iglesia Católica hace mucho que ya no son verdades absolutas e irrebatibles para la mayoría de la población, ni siquiera para una gran parte de los que continúan autodefiniéndose como católicos al ser encuestados. Y, por supuesto, contrariamente a la consigna de todos los ministros de las diferentes confesiones religiosas –la católica y cualquiera de las otras- no todo lo que está al margen de la fe religiosa es relativismo, ausencia de valores y vacuidad espiritual.
Publicado en Fusión Asturias, febrero de 2007.
2 Comments:
Muy bueno el artículo, estoy completamente de acuerdo en el análisis. La Jerarquía Católica cada día está más distante de la realidad sociocultural de sus feligreses, se empeña en ir a contracorriente, y hay gestos totalitarios y manipuladores como el querer utilizar la religión en sus artimañas políticas que le están pasando factura. Cada día las iglesias están más vacías, y ya se cuentan con los dedos los jóvenes practicantes...
Un saludo:
José Armas
20:01
Muy bueno el artículo, estoy completamente de acuerdo en el análisis. La Jerarquía Católica cada día está más distante de la realidad sociocultural de sus feligreses, se empeña en ir a contracorriente, y hay gestos totalitarios y manipuladores como el querer utilizar la religión en sus artimañas políticas que le están pasando factura.
Cada día las iglesias están más vacías, y ya se cuentan con los dedos los jóvenes practicantes...
Un saludo:
José Armas
20:06
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