ASTURIAS
Persiste entre muchos asturianos una visión de la realidad de nuestra Comunidad cargada de escepticismo, heredera de la arraigada desazón que en los a?os 80 y 90 impregnó el ánimo de la ciudadanía, como consecuencia inevitable del embate de la reconversión económica y sus secuelas sociales. Contrasta dicha percepción con el discurso optimista y esperanzado que habitualmente maneja el Gobierno asturiano, criticado –en ocasiones muy duramente- por transmitir un mensaje de superación de la crisis y de apertura de nuevos caminos de progreso para Asturias.
?Qué dicen las cifras? Indican que el bagaje de estos últimos a?os es netamente positivo y que, ciertamente, estamos ya muy lejos de los peores momentos del ajuste económico. El nivel de empleo ha recuperado y sobrepasado los 400.000 ocupados; el ciclo de crecimiento económico continuado supera la década; el incipiente impulso de la iniciativa privada ha suplido el descenso de la actividad de las empresas públicas –otrora dominantes-; y, sobre todo, nuestra estructura económica se ha ajustado a los patrones habituales de nuestro entorno, con un notable desarrollo del sector servicios al tiempo que la actividad industrial sigue manteniendo un papel muy destacado. Sin caer en la autocomplacencia, sí hay espacio para cierta satisfacción. Pocas regiones del mundo padecieron simultáneamente y en tan corto espacio de tiempo una crisis multisectorial tan grave como la asturiana: minería, siderurgia, sector naval, medio rural, sector pesquero, etc. Tras un esfuerzo colectivo ímprobo –sobre todo en el encaje y aguante de las etapas de recesión-, y con el imprescindible apoyo económico del Estado y de los fondos de la Unión Europea, cabe afirmar que la etapa de crisis puede darse por concluida y que, además, Asturias no se ha dejado por el camino sus aspiraciones de cohesión social o defensa de los servicios públicos, sobre todo si en ambas materias nos comparamos con otras Comunidades Autónomas.
Ahora bien, algunas repercusiones de la profunda crisis vivida aún se dejan notar, en lo económico, en lo social y, sobre todo en lo político.
Si todavía predomina un cierto hastío entre una parte importante de la sociedad asturiana, habrá que plantearse, con el detenimiento que ello requiere, las causas que lo motivan. Quizá los asturianos nos hemos acostumbrado a torcer el gesto cuando hablamos de la situación de nuestra tierra. Puede ser que la inercia de los a?os difíciles sólo desaparezca definitivamente cuando nos percatemos de que el trago más amargo, sin duda, ya ha pasado. El ánimo colectivo tendrá otros bríos cuando toda desafección o disconformidad se transforme no en el manido lamento en el que atesoramos una larga experiencia, ni en la permanente imputación de responsabilidades a terceros –incluyendo nuestras propias instituciones de autogobierno-, sino en el compromiso con la colectividad y el convencimiento de que cada uno está llamado a arrimar el hombro.
Hoy por hoy, muchos asturianos siguen sin ser conscientes de que la propia sociedad asturiana, es capaz, en buena medida, de tomar decisiones por sí misma, a través de sus instituciones de autogobierno, que influirán de forma decisiva en nuestro futuro. La sensación de dependencia de otros factores externos sigue siendo muy elevada, y si bien en la era de la globalización nada de lo que ocurra fuera de nuestras fronteras nos es ajeno, a la hora de la verdad de nuestra reafirmación y determinación dependerá si somos sujetos activos o pasivos de los cambios de nuestro tiempo.
En ese proceso juega un papel fundamental la interiorización y plena asunción de lo que representa el autogobierno actual –y futuro- por parte de la sociedad asturiana. El nivel de conocimiento y seguimiento que la sociedad asturiana tiene o realiza respecto al devenir de sus propias instituciones de autogobierno es claramente inferior a lo deseable. Incluso voces muy autorizadas -como por ejemplo el politólogo Óscar Rodríguez Buznego- apuntan que existe en la sociedad asturiana una cierta insuficiencia de capital social o masa crítica capaz de promover una mayor implicación en los asuntos públicos a través de sus expresiones asociativas y de la generación de nuevas corrientes de opinión. En apariencia, resulta más cómoda una posición un tanto victimista anclada en una realidad que ya no es tal, en comparación con el esfuerzo que exige comprometerse en aportar, en positivo, a la construcción de lo que, los más entusiastas de la transformación en curso, denominan nueva Asturias.
Tampoco se puede obviar que muchos protagonistas de la vida política autonómica son en buena medida corresponsables de la insuficiente imbricación entre la sociedad asturiana y sus instituciones de autogobierno. Por un lado, no han contribuido a ello las importantes limitaciones para innovar discursos, el sostenimiento durante a?os de planteamientos un tanto cortoplacistas aferrados a la gestión de la crisis, así como cierta rigidez de la estructura y dirigencia en las élites políticas, sindicales y empresariales de Asturias. Por otro lado, la falta de entusiasmo autonomista –una vez que echó a andar y se consolidó nuestra Comunidad Autónoma como tal-, sólo corregido en parte tras la última reforma del Estatuto, tampoco ha inyectado especiales ánimos a la ciudadanía para acercarse a conocer y participar activamente en el debate público. Finalmente, las repetidas crisis institucionales de Asturias durante la década de los 90 ofrecieron una imagen nada edificante de la actualidad política autonómica: dimisiones de gobiernos, presidentes reprobados o desautorizados por la mayoría parlamentaria que en su momento lo aupó, etapas de paralización legislativa, etc.
Por fortuna, en el momento actual la normalidad institucional se ha recobrado desde hace unos a?os, en paralelo a la profundización del autogobierno de Asturias, pero, tengámoslo en cuenta, esta situación no debería ser la excepción sino la regla. Y la serenidad que permite el desarrollo de la gestión pública y los proyectos del gobierno correspondiente tampoco será suficiente si, como indicaba hace unas semanas el Rector de la Universidad de Oviedo, Juan Vázquez, los buenos resultados de dicha gestión no vienen acompa?ados de la transmisión de confianza a la sociedad en su propias posibilidades, ejerciendo un liderazgo político que en ocasiones se echa en falta.
Asturias, por lo tanto, sigue necesitando un refuerzo en su autoestima, recobrando plena conciencia de sus propias capacidades. Este proceso –que los latinoamericanos llamarían descriptivamente “de empoderamiento”- sólo es plenamente posible, en el ámbito político, con un paralelo acercamiento de representantes y representados. Es hora de plantear seriamente tanto a nivel municipal, como, sobre todo, a nivel autonómico, la necesidad de articular mecanismos más eficientes de participación ciudadana en los debates previos a la toma de decisiones públicas. Es preciso potenciar la transparencia y la dación de cuentas –más allá de lo exigido hasta ahora- como pautas habituales de los diferentes gobiernos locales y autonómicos. Y, sobre todo, resulta oportuno asentar y culminar plenamente el desarrollo de nuestro marco competencial e institucional, al tiempo que se abre –sin nuevos aplazamientos- la reforma del Estatuto. En este proceso, habrá que crecer en competencias cuya gestión está llamada a ser ejercida por la Comunidad Autónoma, y, en especial, habrá que perfeccionar nuestro entramado institucional para hacerlo más eficaz y representativo. Será inaplazable, además, una vez abierto el debate estatutario, alcanzar una regulación consensuada del régimen de la realidad plurilingüística de Asturias, de forma que, sea cuál sea la denominación elegida para designar el estatus de la llingua asturiana y la fala del Navia-Eo o gallego - asturiano, y sean cuales sean los límites, plazos y cautelas que se establezcan al respecto, se asegure como principio básico el pleno respeto a los derechos lingüísticos de todos los asturianos y a la voluntad individual de cada uno de utilizar la lengua que estime oportuno tanto en la esfera privada como en la pública.
La trayectoria recorrida en el periplo autonómico de Asturias, pese a notables altibajos, ha resultado en términos generales muy positiva. Pero las carencias detectadas y la relativa languidez social y política que se aprecia deben llamarnos a la reflexión y, consiguientemente, a la acción. Sólo de esta forma podremos seguir avanzando como Comunidad en un marco de importantes cambios institucionales, económicos y políticos, que no esperarán a que nosotros nos decidamos para desplegar, desde ya mismo, sus efectos.
?Qué dicen las cifras? Indican que el bagaje de estos últimos a?os es netamente positivo y que, ciertamente, estamos ya muy lejos de los peores momentos del ajuste económico. El nivel de empleo ha recuperado y sobrepasado los 400.000 ocupados; el ciclo de crecimiento económico continuado supera la década; el incipiente impulso de la iniciativa privada ha suplido el descenso de la actividad de las empresas públicas –otrora dominantes-; y, sobre todo, nuestra estructura económica se ha ajustado a los patrones habituales de nuestro entorno, con un notable desarrollo del sector servicios al tiempo que la actividad industrial sigue manteniendo un papel muy destacado. Sin caer en la autocomplacencia, sí hay espacio para cierta satisfacción. Pocas regiones del mundo padecieron simultáneamente y en tan corto espacio de tiempo una crisis multisectorial tan grave como la asturiana: minería, siderurgia, sector naval, medio rural, sector pesquero, etc. Tras un esfuerzo colectivo ímprobo –sobre todo en el encaje y aguante de las etapas de recesión-, y con el imprescindible apoyo económico del Estado y de los fondos de la Unión Europea, cabe afirmar que la etapa de crisis puede darse por concluida y que, además, Asturias no se ha dejado por el camino sus aspiraciones de cohesión social o defensa de los servicios públicos, sobre todo si en ambas materias nos comparamos con otras Comunidades Autónomas.
Ahora bien, algunas repercusiones de la profunda crisis vivida aún se dejan notar, en lo económico, en lo social y, sobre todo en lo político.
Si todavía predomina un cierto hastío entre una parte importante de la sociedad asturiana, habrá que plantearse, con el detenimiento que ello requiere, las causas que lo motivan. Quizá los asturianos nos hemos acostumbrado a torcer el gesto cuando hablamos de la situación de nuestra tierra. Puede ser que la inercia de los a?os difíciles sólo desaparezca definitivamente cuando nos percatemos de que el trago más amargo, sin duda, ya ha pasado. El ánimo colectivo tendrá otros bríos cuando toda desafección o disconformidad se transforme no en el manido lamento en el que atesoramos una larga experiencia, ni en la permanente imputación de responsabilidades a terceros –incluyendo nuestras propias instituciones de autogobierno-, sino en el compromiso con la colectividad y el convencimiento de que cada uno está llamado a arrimar el hombro.
Hoy por hoy, muchos asturianos siguen sin ser conscientes de que la propia sociedad asturiana, es capaz, en buena medida, de tomar decisiones por sí misma, a través de sus instituciones de autogobierno, que influirán de forma decisiva en nuestro futuro. La sensación de dependencia de otros factores externos sigue siendo muy elevada, y si bien en la era de la globalización nada de lo que ocurra fuera de nuestras fronteras nos es ajeno, a la hora de la verdad de nuestra reafirmación y determinación dependerá si somos sujetos activos o pasivos de los cambios de nuestro tiempo.
En ese proceso juega un papel fundamental la interiorización y plena asunción de lo que representa el autogobierno actual –y futuro- por parte de la sociedad asturiana. El nivel de conocimiento y seguimiento que la sociedad asturiana tiene o realiza respecto al devenir de sus propias instituciones de autogobierno es claramente inferior a lo deseable. Incluso voces muy autorizadas -como por ejemplo el politólogo Óscar Rodríguez Buznego- apuntan que existe en la sociedad asturiana una cierta insuficiencia de capital social o masa crítica capaz de promover una mayor implicación en los asuntos públicos a través de sus expresiones asociativas y de la generación de nuevas corrientes de opinión. En apariencia, resulta más cómoda una posición un tanto victimista anclada en una realidad que ya no es tal, en comparación con el esfuerzo que exige comprometerse en aportar, en positivo, a la construcción de lo que, los más entusiastas de la transformación en curso, denominan nueva Asturias.
Tampoco se puede obviar que muchos protagonistas de la vida política autonómica son en buena medida corresponsables de la insuficiente imbricación entre la sociedad asturiana y sus instituciones de autogobierno. Por un lado, no han contribuido a ello las importantes limitaciones para innovar discursos, el sostenimiento durante a?os de planteamientos un tanto cortoplacistas aferrados a la gestión de la crisis, así como cierta rigidez de la estructura y dirigencia en las élites políticas, sindicales y empresariales de Asturias. Por otro lado, la falta de entusiasmo autonomista –una vez que echó a andar y se consolidó nuestra Comunidad Autónoma como tal-, sólo corregido en parte tras la última reforma del Estatuto, tampoco ha inyectado especiales ánimos a la ciudadanía para acercarse a conocer y participar activamente en el debate público. Finalmente, las repetidas crisis institucionales de Asturias durante la década de los 90 ofrecieron una imagen nada edificante de la actualidad política autonómica: dimisiones de gobiernos, presidentes reprobados o desautorizados por la mayoría parlamentaria que en su momento lo aupó, etapas de paralización legislativa, etc.
Por fortuna, en el momento actual la normalidad institucional se ha recobrado desde hace unos a?os, en paralelo a la profundización del autogobierno de Asturias, pero, tengámoslo en cuenta, esta situación no debería ser la excepción sino la regla. Y la serenidad que permite el desarrollo de la gestión pública y los proyectos del gobierno correspondiente tampoco será suficiente si, como indicaba hace unas semanas el Rector de la Universidad de Oviedo, Juan Vázquez, los buenos resultados de dicha gestión no vienen acompa?ados de la transmisión de confianza a la sociedad en su propias posibilidades, ejerciendo un liderazgo político que en ocasiones se echa en falta.
Asturias, por lo tanto, sigue necesitando un refuerzo en su autoestima, recobrando plena conciencia de sus propias capacidades. Este proceso –que los latinoamericanos llamarían descriptivamente “de empoderamiento”- sólo es plenamente posible, en el ámbito político, con un paralelo acercamiento de representantes y representados. Es hora de plantear seriamente tanto a nivel municipal, como, sobre todo, a nivel autonómico, la necesidad de articular mecanismos más eficientes de participación ciudadana en los debates previos a la toma de decisiones públicas. Es preciso potenciar la transparencia y la dación de cuentas –más allá de lo exigido hasta ahora- como pautas habituales de los diferentes gobiernos locales y autonómicos. Y, sobre todo, resulta oportuno asentar y culminar plenamente el desarrollo de nuestro marco competencial e institucional, al tiempo que se abre –sin nuevos aplazamientos- la reforma del Estatuto. En este proceso, habrá que crecer en competencias cuya gestión está llamada a ser ejercida por la Comunidad Autónoma, y, en especial, habrá que perfeccionar nuestro entramado institucional para hacerlo más eficaz y representativo. Será inaplazable, además, una vez abierto el debate estatutario, alcanzar una regulación consensuada del régimen de la realidad plurilingüística de Asturias, de forma que, sea cuál sea la denominación elegida para designar el estatus de la llingua asturiana y la fala del Navia-Eo o gallego - asturiano, y sean cuales sean los límites, plazos y cautelas que se establezcan al respecto, se asegure como principio básico el pleno respeto a los derechos lingüísticos de todos los asturianos y a la voluntad individual de cada uno de utilizar la lengua que estime oportuno tanto en la esfera privada como en la pública.
La trayectoria recorrida en el periplo autonómico de Asturias, pese a notables altibajos, ha resultado en términos generales muy positiva. Pero las carencias detectadas y la relativa languidez social y política que se aprecia deben llamarnos a la reflexión y, consiguientemente, a la acción. Sólo de esta forma podremos seguir avanzando como Comunidad en un marco de importantes cambios institucionales, económicos y políticos, que no esperarán a que nosotros nos decidamos para desplegar, desde ya mismo, sus efectos.
Versión en castellano. Publicado en Les Noticies el 26 de enero de 2007.
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