LA SIESTA ACABÓ HACE TIEMPO
O sea que el Rector dice que va a enmendar su tan acusada actitud poco transparente y lo que decide entonces con su equipo es mantener, en los meses de abril y mayo, un par de reuniones en los diferentes campus con integrantes de la comunidad universitaria. Bueno, la verdad es que no está mal que decida acercarse a pie de campo a conocer qué es lo que opinan estudiantes, profesores y PAS sobre su gestión y los problemas de la universidad que más acucian a estos colectivos. Pero hay otra cara de la moneda; para empezar, al menos en la reunión celebrada en el Campus del Cristo, la mayoría de los asistentes no se habían destacado en las semanas anteriores por su disconformidad o su actitud crítica con el equipo rectoral. Más bien al contrario, Rodríguez se rodeó, cuanto menos en lo que alumnos se refiere, de un grupo de fieles hooligans que se cobijan bajo el nombre de Foro (sinónimo en los últimos a?os de acusaciones de turbias maniobras electorales, clientelismo, pasividad o incluso servilismo), no siendo, en muchas ocasiones, más que los chicos del Rector.
Si el Rector está interesado en conocer la realidad del día a día de la comunidad universitaria, lo primero que tiene que hacer es rechazar halagos o adhesiones sin reserva alguna; y, después, acercarse a charlar con quienes, por ejemplo, sienten que la calidad docente brilla por su ausencia, o buscan ayudas a la vivienda y encuentran vacíos, pierden becas que exigen un porcentaje de créditos aprobado excesivo para la dificultad de algunas carreras, o pagan un precio altísimo por bonos de transporte, libros de texto o incluso en la compra de programas de asignaturas sospechosamente exigidos en un determinado comercio privado. También podría, igualmente, interesarse un poco más por quienes tienen que soportar a?o sí a?o también una mal funcionamiento de la administración en determinados centros, o los que para poder optar por un horario de clases concreto han de acometer la kafkiana proeza de permanecer en vela una noche entera mientras otros se aprovechan de sus contactillos con la burocracia. Y, del mismo modo, no estaría del todo mal que el Rector y su equipo procurasen dialogar con su nutrida (y parece ser que al fin organizada) oposición, ya se trate de profesores o alumnos.
O, y no es pedir mucho, podría decidirse a dinamizar los órganos universitarios y darles el papel que les corresponde, recuperando un mínimo nivel democrático del que en la actualidad carece la institución. Y, sobre todo, sería conveniente, y es exigible, un cambio general de actitud en el rectorado: que se aclaren las denuncias, que se acepten y se discutan las objeciones, que se deje de reaccionar a golpe de amenaza de expediente (o fraternal reconvención en términos del Vicerrector Bueno –al que me atrevo a recomendar que abandone el estilo epistolar y continúe redactando reflexiones tan productivas como la publicada en número 12 del Aulas-).
El problema, es que Julio Rodríguez, a la luz de su reacción, da la impresión de no haberse percatado aún de que el Claustro ha rechazado su gestión y de que los universitarios están cansados de crisis, acusaciones, peleas y actitudes autoritarias. Ya no es (nunca lo ha sido) un grupúsculo minoritario ávido de poder, quién le critica, sino que existe un gran descontento y, la pregunta del millón que en mi modesta opinión debería reflexionar de una vez por todas el Rector es “por qué será”. Y, de paso, que convoque el Claustro de vez en cuando, que no muerde.
Si el Rector está interesado en conocer la realidad del día a día de la comunidad universitaria, lo primero que tiene que hacer es rechazar halagos o adhesiones sin reserva alguna; y, después, acercarse a charlar con quienes, por ejemplo, sienten que la calidad docente brilla por su ausencia, o buscan ayudas a la vivienda y encuentran vacíos, pierden becas que exigen un porcentaje de créditos aprobado excesivo para la dificultad de algunas carreras, o pagan un precio altísimo por bonos de transporte, libros de texto o incluso en la compra de programas de asignaturas sospechosamente exigidos en un determinado comercio privado. También podría, igualmente, interesarse un poco más por quienes tienen que soportar a?o sí a?o también una mal funcionamiento de la administración en determinados centros, o los que para poder optar por un horario de clases concreto han de acometer la kafkiana proeza de permanecer en vela una noche entera mientras otros se aprovechan de sus contactillos con la burocracia. Y, del mismo modo, no estaría del todo mal que el Rector y su equipo procurasen dialogar con su nutrida (y parece ser que al fin organizada) oposición, ya se trate de profesores o alumnos.
O, y no es pedir mucho, podría decidirse a dinamizar los órganos universitarios y darles el papel que les corresponde, recuperando un mínimo nivel democrático del que en la actualidad carece la institución. Y, sobre todo, sería conveniente, y es exigible, un cambio general de actitud en el rectorado: que se aclaren las denuncias, que se acepten y se discutan las objeciones, que se deje de reaccionar a golpe de amenaza de expediente (o fraternal reconvención en términos del Vicerrector Bueno –al que me atrevo a recomendar que abandone el estilo epistolar y continúe redactando reflexiones tan productivas como la publicada en número 12 del Aulas-).
El problema, es que Julio Rodríguez, a la luz de su reacción, da la impresión de no haberse percatado aún de que el Claustro ha rechazado su gestión y de que los universitarios están cansados de crisis, acusaciones, peleas y actitudes autoritarias. Ya no es (nunca lo ha sido) un grupúsculo minoritario ávido de poder, quién le critica, sino que existe un gran descontento y, la pregunta del millón que en mi modesta opinión debería reflexionar de una vez por todas el Rector es “por qué será”. Y, de paso, que convoque el Claustro de vez en cuando, que no muerde.
Publicado en el Informativo Universitario Aulas, febrero de 1999.
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