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10.3.06

JUANAS Y ZOSIAS

A las mujeres polacas que trabajan en el servicio doméstico en Madrid les cambian el nombre. La clase acomodada de Madrid no entiende o no sabe pronunciar o no le gusta el nonbre que se traen de su país, como Marysia, Zosia, Domoslawa, Dobrochna, Marychna o Manka. Para ellos todo es Juana. Es más sencillo, les recuerda a la muchacha extreme?a o manchega que tuvieron sus abuelos y sus padres; les resta –en su insoportable volubilidad mental- todo interés o misterio que atesore el nombre original, sustituyéndolo por una denominación que les haga más fácil pronunciar la orden, regatear el sueldo, dejar a la trabajadora sin seguro y, en definitiva, demostrar quién manda aquí.
Traten de colocarse ustedes en el papel de quien se cree investido de una santa y proverbial facultad para alterar nombres y destinos. Si aún no es capaz de ello, siéntase como si su principio y fin del mundo fuese su universo de mentiras y apariencias, de disciplinas y superioridades. Sólo desde esa torre de prejuicios, represiones y dominación se puede entender alguien autorizado a violentar el derecho a la identidad y a la personalidad que contienen las letras del nombre que llevamos puesto toda la vida.
Lo que jamás sabran los distinguidos potentados del Paseo de la Castellana es lo que está detrás de las Juanas de ayer y de hoy. Los ojos de aquella Juana que salió de la Tierra de Barros para tener un futuro, aún a costa de fregar escaleras, son los mismos de las nuevas Juanas que vienen de la carbonera Katowice o del suburbio de Varsovia, cargadas de expectativas para sí y para los suyos. Lo que llevan consigo en la mirada es aquello que Borges nos recuerda: “hay una dignidad que el vencedor jamás podrá alcanzar”.

Versión en castellano. Publicado en Les Noticies el 25 de junio de 2004