DEVOLVERLE AL REGISTRO
Al parecer lo propio de la madurez es dejar de sentir emoción ante cosas que antes levantaban a uno (sin obligación para ello) de su silla. Será cuestión de hastío, de pereza o de desencanto, pero llega un momento en que uno percibe que las cosas no son como eran.
Cuando la nevada molesta más que divierte, y piensa más en el frío que en la belleza del manto blanco, algo es diferente. Hace cuatro inviernos la nieve era el acontecimiento del a?o, la mejor oportunidad para dominar la calle, hacer novillos y conculcar toda regla impuesta. Ahora es una inoportuna traba para lo cotidiano, algo que te impide llegar a tiempo, cumplir tu tarea y cubrir el expediente de la continuidad. Sólo el deseo de pisar la nieve cuajada te devuelve una ráfaga de ilusión. Pero ya puedes empezar a preocuparte, vas camino de convertirte en alguien recto y uniformado.
Algo similar sucede estos días, salvando las distancias, con el proceso electoral. Estamos ante unas elecciones más bien aburridas, donde el acto democrático por excelencia, la votación, se ha convertido en algo normalizado, sin apasionamiento. Votar es casi un trámite funcionarial cuando la opinión ciudadana pesa poco y las consignas manidas o la acumulación de promesas huecas dominan el debate. La carga épica del proyecto de Estado es cada vez más tenue en beneficio de la rutina. Bendita rutina, es cierto, pero menudo tostón.
Aún así claro que es importantísimo votar. Es quizá el único momento en el que no rige el tanto tienes, tanto vales, y eso es suficiente. Si además nuestro voto, como quien no quiere la cosa, contribuye de forma eficaz a que las cosas cambien y Rajoy se reincorpore al Registro de la Propiedad, pues miel sobre hojuelas.
Cuando la nevada molesta más que divierte, y piensa más en el frío que en la belleza del manto blanco, algo es diferente. Hace cuatro inviernos la nieve era el acontecimiento del a?o, la mejor oportunidad para dominar la calle, hacer novillos y conculcar toda regla impuesta. Ahora es una inoportuna traba para lo cotidiano, algo que te impide llegar a tiempo, cumplir tu tarea y cubrir el expediente de la continuidad. Sólo el deseo de pisar la nieve cuajada te devuelve una ráfaga de ilusión. Pero ya puedes empezar a preocuparte, vas camino de convertirte en alguien recto y uniformado.
Algo similar sucede estos días, salvando las distancias, con el proceso electoral. Estamos ante unas elecciones más bien aburridas, donde el acto democrático por excelencia, la votación, se ha convertido en algo normalizado, sin apasionamiento. Votar es casi un trámite funcionarial cuando la opinión ciudadana pesa poco y las consignas manidas o la acumulación de promesas huecas dominan el debate. La carga épica del proyecto de Estado es cada vez más tenue en beneficio de la rutina. Bendita rutina, es cierto, pero menudo tostón.
Aún así claro que es importantísimo votar. Es quizá el único momento en el que no rige el tanto tienes, tanto vales, y eso es suficiente. Si además nuestro voto, como quien no quiere la cosa, contribuye de forma eficaz a que las cosas cambien y Rajoy se reincorpore al Registro de la Propiedad, pues miel sobre hojuelas.
Versión en castellano. Publicado en Les Noticies el 5 de marzo de 2004
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