LEONARDA
Tiene quince años. Se expresa con claridad y
convicción, como hemos podido comprobar en sus declaraciones. Vivía en Levier (Doubs,
Franco Condado), estudiaba en el liceo André Malraux y, siguiendo el mensaje de
la gran novela homónima del polifacético escritor y político francés, albergaba
la esperanza de que una lucha personal y colectiva le redimiese ante las
dificultades que su condición le deparaba. Adolescente, con pocos recursos,
gitana e inmigrante, con todas las papeletas para sufrir más penalidades de las
que pudiese aguantar. Aun así, por su forma de hablar, de explicar lo que le ha
sucedido, de apelar a los valores más elevados de la Francia republicana; y,
sobre todo, por su fuerte determinación, es posible aventurar que Leonarda Dibrani
iba a aprovechar las pocas oportunidades que la vida le brindase.
Cuando
se llevaron a Leonarda del autobús en el que viajaba en una excursión escolar,
las autoridades francesas franquearon varios límites de los que será muy
difícil regresar. Violaron el santuario escolar –porque de la actividad de un
liceo se trataba- en el que una regla no escrita pero netamente civilizadora
indica que salvo necesidad imperiosa las fuerzas de seguridad no deben actuar,
y menos para detener a una menor de edad y apartarla de su carrera académica
para deportarla. Emularon las humillaciones a las que las minorías que en el
mundo han sido resultan sometidas desde siempre: escogidos de entre la fila,
seleccionados para la depuración, llamados para ser bajados del autobús y
olvidar otro destino que no sea el de la marginación y el desprecio. Se
entregaron a satisfacer la irrefrenable ansia de represión y exclusión que
alimenta en los últimos años la xenofobia rampante de una Europa desnortada. Y,
peor aún, relegaron cualquier consideración humanitaria sobre Leonarda y su
familia, expulsados a Kósovo, pese a las dudas sobre su verdadero origen y sus
peticiones de asilo; sin considerar la inapelable integración de la menor en la
Francia a la que, se quiera o no, ya pertenecía; y sin tener en cuenta que en
Kósovo la población romaní, en particular desde la guerra y secesión de facto
de Serbia, es víctima de fuertes discriminaciones y hostigamiento.
Veremos
como acaba su historia, ahora que el Gobierno de Hollande, amedrentado por el
auge del Frente Nacional, atenazado por su incapacidad para ofrecer
alternativas a un modelo en crisis, pero también presionado por las valientes
manifestaciones de solidaridad de los estudiantes franceses (siempre acuden cuando
una noble causa les invoca), ha abierto la puerta al retorno de Leonarda. Ella,
sin embargo, con todo el sentido común, apela a su derecho a vivir junto a su
familia y no quiere regresar sin ella.
Si
no hay una brizna de humanidad y cordura que permita a Leonarda recuperar sus
sueños; si para tratar de apaciguar –con poco éxito, seguro- a la bestia del
racismo y el temor al extranjero, se sigue por esta pendiente, ¿qué será lo
siguiente? Quizá llevar a cabo redadas de detenciones y deportaciones masivas y
televisadas, al estilo Putin. O reemprender sin tapujos la vieja estrategia de
culpabilización al diferente para justificar la crisis y sus padecimientos. O
asumir veladamente, de forma consciente o llevados por la corriente, la agenda
del triunfante populismo europeo al que se dice combatir.
Publicado en Fusión Asturias, noviembre de 2013.
Etiquetas: derechos humanos, Europa, extrema derecha, Francia, inmigración, populismo, racismo, xenofobia
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