Blog de artículos publicados en medios de comunicación.

30.6.13

COSTE ESTÁNDAR

Me encantaría conocer a la cabeza pensante que ha inspirado la propuesta del Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas de establecer un coste estándar homogéneo a la prestación de servicios públicos por parte de los municipios, sin importar sus circunstancias ni el territorio que le corresponde gestionar. Tamaña genialidad o es fruto de una consultora de repeinados dispuesta a llevar los abstractos conceptos de la contabilidad hasta su último término, emulando a cualquier aprendiz de brujo; o es producto de un laboratorio de fanatismo neoliberal presto a desproveer cualquier materia de su sustancia política o social. Para el analista, da igual que la población esté dispersa o concentrada; que el territorio sea abrupto, extenso, urbanizado o agreste; que la pirámide de población sea la de una comunidad envejecida o renovada; que haya flujos de inmigración o de emigración; que sea un municipio dinámico en la actividad económica e industrial o particularmente afectado por la crisis que vivimos. Les basta con tomar en su pipeta muestras de un número predeterminado de individuos robotizados, sobre un plano imaginario en un territorio que no existe; unas cuantas fórmulas matemáticas, una pizca de análisis y literatura de costes y ¡voilà!, ya está en condiciones de esculpir las nuevas tablas de la ley local, fijando como verdad única que prestar el servicio de abastecimiento de agua debe costar x, el de transporte urbano y, o el de recogida de basuras Z. Porque de servicios sociales, culturales, sanitarios o educativos ya ni hablamos, dado que la pretensión indisimulada es borrarlos de golpe y plumazo de cualquier catálogo de actuaciones municipales. Tal planteamiento sólo puede provenir de alguien que no conoce las tripas de la gestión local, que desprecia el pulso vital de cualquier municipio y para el que conceptos como autonomía local, democracia de proximidad o participación ciudadana no tienen significado alguno porque no les puede atribuir un valor numérico asociado que agregar.

El problema no es que el Ministerio esté dispuesto a transmutar un elemento de análisis, con mayor o menor interés, en dogma de fe. Lo terrible es que tiene bazas suficientes para dar con él en la cabeza a los ayuntamientos, previendo la doblemente ingeniosa consecuencia de arrebatarles las competencias que se ejerzan con costes que superen el estándar, ¡para entregárselas a las Diputaciones Provinciales! Es decir, se desea desproveer al poder estrictamente local –aunque las provincias sean también “entidades locales” en terminología iusadministrativista- de su capacidad de actuación, de por sí mermada, sin considerar que es en el ámbito municipal donde la implicación de la ciudadanía y el conocimiento de la realidad pueden permitir círculos virtuosos de compromiso en los asuntos públicos y buenas prácticas de esfuerzo comunitario en la solución de los problemas. Y como ocurrente consecuencia, se propone que sea la Diputación Provincial, ajena al ejercicio democrático directo, no pocas veces modelo de ineficiencia y caciquismo (Baltares y Fabras encontraron en éllas su hábitat natural), pasto de los aparatos provinciales partidarios y con una vida institucional y política sustancialmente más tenue, donde acabe residiendo la ejecución de esas competencias. Un negocio redondo.
 
En lugar de enredar con debates falsamente economicistas, tratando de deslegitimar a los poderes locales y encanallando el ambiente, desearíamos que el Gobierno de España enunciase de forma más sincera sus verdaderos objetivos con la reforma local en gestación. Que dijese en consecuencia que se toma a chufla la autonomía local y que cualquier proclama municipalista le parece palabrería. Que lo que desea es que a los concejales los elija el responsable de Recursos Humanos de la Coca-Cola. Que va a establecer el premio de Alcalde del año al que dar palmaditas en el hombro por respetar el coste estándar sin debatir de prioridades políticas, inquietudes de los ciudadanos, necesidades del territorio y cualquier otra quimera. Que confesase de una vez por todas su objetivo último y de más alcance: horadar desde la base –la vida política y democrática local- cualquier experiencia activa de democracia participativa. Para tenernos a todos no ya como ciudadanos, sino, en el mejor de los casos, como consumidores de servicios, aunque sean pocos, malos, privatizados y a precio de oro.
 
Publicado en Oviedo Diario, 25 de mayo de 2013.

Etiquetas: , , , , , , , ,