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30.10.11

COMPARACIONES ODIOSAS

Como con tantas otras cosas, Juan Cueto da en el clavo con su análisis de la deriva que la política cultural ha adquirido en Asturias tras el cambio de Gobierno motivado por los resultados de las elecciones autonómicas del 22 de mayo. En la entrevista que el magazine AS-7 de La Voz de Asturias publicaba el pasado domingo, el escritor y periodista resumía a la perfección y con pocas palabras el error estratégico que representa comparar y contraponer, como si resultasen incompatibles, la política de protección del patrimonio cultural con la apuesta por las nuevas formas de expresión cultural, híbridas por naturaleza –en formatos y tradiciones- y con los polos de dinamización cultural que ofrecen posibilidades de desarrollo, también en el ámbito socioeconómico. El riesgo que se advierte respecto al futuro de proyectos tan significativos para la actividad cultural en Asturias como el Centro Niemeyer o la RTPA, unido a las sombras que se ciernen sobre otras iniciativas –Juan Cueto menciona LABoral Centro de Arte y Creación Industrial, la Semana Negra y el Festival de Cine de Gijón- no son especulaciones sino temores fundados que a corto plazo se pueden hacer realidad si las respuestas ciudadanas que se articulen no lo remedian
La argumentación utilizada desde la Consejería de Cultura aludiendo a los problemas de conservación del patrimonio cultural y la prioridad que éste tiene en la esencia identitaria de Asturias, en contraste con los nuevos proyectos culturales resultado de los últimos años, no es, precisamente, novedosa. Al contrario, es, básicamente, el hilo argumental que antes empleó el PP para tratar de deslucir la consecución –uno tras otro- de importantes logros en materia de nuevos centros culturales o para cuestionar la política dirigida a hacer de las iniciativas culturales motores de crecimiento. Además, no deja de ser un razonamiento cuestionable, porque reservar ciertos recursos para la promoción cultural y generar un marco institucional favorable a los emprendedores culturales, no significa necesariamente condenar al olvido al patrimonio histórico con el que contamos. Al contrario, las dos facetas de la política cultural están llamadas a ser complementarias, ya que concentrar el esfuerzo público exclusivamente en la conservación de aquello que se califique de histórico o autóctono y minusvalorar lo que las generaciones actuales o futuras de creadores tengan que aportar, no deja de ser una visión parcial sobre el papel de las Administraciones en esta materia
Aunque se pueda desmontar -como hace Juan Cueto- la falacia que comporta esa infeliz comparación, sí procede preguntarse por qué ha alcanzado un nivel nada despreciable de extensión en la opinión pública. Es verdad que los proyectos emprendidos en la década pasada en materia de promoción cultural necesitan un margen mayor –que es posible que ya no se les otorgue- para consolidarse y florecer. También es cierto que una parte de las continuas reclamaciones sobre el estado de elementos muy destacados de nuestro patrimonio monumental, etnográfico, arqueológico, etc. tiene una indudable justificación y hay ejemplos especialmente dolorosos. Pero conviene combatir algunos lugares comunes aceptados acríticamente en Asturias sobre esta cuestión en la refriega política: ni en los últimos años se ha abandonado el patrimonio histórico –ni mucho menos el Prerrománico, por más que haya situaciones deficientes- ni los proyectos más novedosos en materia de creación cultural han sido derrochadores o dirigidos a una minoría selecta. Otra cosa será el debate, mucho más razonable y útil, sobre el grado de desarrollo y aplicación de la Ley de Patrimonio Cultural de Asturias; sobre la utilización de las posibilidades que esta norma permite para conseguir que los titulares de los bienes de interés cultural o que forman parte del inventario de patrimonio cultural (muchos de ellos en manos privadas o de la Iglesia) cumplan con sus obligaciones en materia de conservación; sobre las posibilidades que ofrece nuestro rico patrimonio en materia de divulgación cultural y fomento del turismo; o sobre la inevitable limitación de las aportaciones públicas a las diferentes iniciativas culturales en tiempos de restricciones presupuestarias.
El problema, en definitiva, es que el debate parte viciado desde su origen, porque comparar –y oponer- la protección del patrimonio con los nuevos proyectos de creación cultural no es una posición que se formula gratuitamente, sino a la defensiva y con segundas intenciones, como demuestran los hechos. Y esto hay que decirlo así aunque la teoría provenga del muy respetable Consejero de Cultura, al que nadie deja de reconocerle que su preocupación por el patrimonio asturiano sea sentida y sincera, pero al que, en su campo, le está tocando ejercer de brazo ejecutor de una involución política en toda regla.

Publicado en La Voz de Asturias, 25 de octubre de 2011.

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