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17.5.10

INDEFENSOS ANTE EL FANTASMA


Cuando en septiembre de 2008 la crisis de las hipotecas subprime llevó a la quiebra al banco de negocios Lehman Brothers e hizo que el conjunto del sistema financiero internacional se tambalease, la seguridad de que más temprano que tarde se produciría un fuerte impacto en la economía real (la producción e intercambio de bienes y servicios) y la necesidad de recuperar la intervención pública para amortiguar los efectos de la recesión generaron un nuevo consenso global que otorgaba a los Estados un papel renovadamente activo en la regulación de los mercados y en la orientación de la actividad económica. Las apelaciones a la reforma o incluso refundación de un nuevo orden económico, donde las instituciones multilaterales y la actuación concertada entre Estados permitirían embridar los flujos del mercado financiero poniéndolos al servicio de las necesidades del tejido productivo, hicieron albergar esperanzas sobre los derroteros del sistema económico mundial. Se cultivó entonces la sensación de que los poderes públicos, a nivel incluso internacional, recuperarían autoridad para preservar los intereses generales, espoleados por las reclamaciones sociales ante el desaguisado creado por el desmesurado crecimiento de las transacciones financieras globales sustentadas en el afán puramente especulativo, caracterizadas por una cultura del riesgo desenfrenado y totalmente desconectadas de las concretas necesidades de la economía productiva.
Menos de dos años después, pese a las perspectivas iniciales, parece que pocas cosas han cambiado en este aspecto, con el añadido de que los Estados se encuentran con las dificultades derivadas de su fuerte endeudamiento. En efecto, el rescate de las entidades financieras, el sostenimiento de sectores estratégicos de actividad económica y las medidas dirigidas a mitigar los efectos sociales de la crisis, han motivado desembolsos enormes que numerosos Estados deben afrontar, en un momento de disminución de sus ingresos fiscales, acudiendo precisamente a los mercados para negociar sus títulos de deuda y, llegado al caso, activando mecanismos de auxilio de las instituciones financieras internacionales.
Entre tanto, diluido el empuje reformista inicial y atenuados los impulsos dirigidos a ordenar racionalmente la actividad financiera, la agenda de gobiernos y organizaciones internacionales, a fuerza de sus penurias y atenazados por el endeudamiento, vuelve a retomar entre sus prioridades el fiel seguimiento de prescripciones no precisamente desconocidas entre el recetario al uso, desde la reducción severa de la Administración a los recortes de los servicios públicos y las políticas sociales, pasando por la flexibilización del mercado laboral y el sacrificio de derechos de la mayoría. Cuando se pregunta sobre la justificación de esta radical depuración, los ritmos, las alternativas y las contrapartidas, la respuesta no se hace esperar: los mercados lo demandan, y lo requieren ya mismo.
Paradójicamente, el fantasma que en esta ocasión recorre Europa es el de los mercados, porque se apela genéricamente a sus inquietudes y dictados, de difuso origen pero enorme predicamento y fervorosa feligresía entre los –por así llamarlos- influyentes, sin que haya a dónde dirigirse para pedir explicaciones. Es realmente penosa la impresión que producen los gobiernos europeos buscando puertas a las que picar para transmitir confianza y dar explicaciones, mientras especuladores a los que nadie amonesta sacan tajada apostando a la caída de la Bolsa o sobre los precios de artefactos financieros basados en los seguros sobre los riegos de impago de la deuda pública. El nuevo consenso, al final del trayecto, se parece sospechosamente al paradigma previo a la crisis financiera, porque a ningún biempensante se le ocurre proponer que, de forma seria y efectiva, se graven adecuadamente las transacciones financieras internacionales o se impongan controles administrativos rigurosos y restricciones legales creíbles –con sus correspondientes prohibiciones y sanciones- a según qué operaciones financieras. En el casino global se sigue haciendo el juego mientras los poderes públicos democráticos apenas se limitan a pedir –siempre por favor- un poco de compasión.

Publicado en Oviedo Diario, 8 de mayo de 2010.