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7.7.10

MAALOUF Y LAS IDENTIDADES


Supe por primera vez de la obra de Amin Maalouf, recientemente premiado con el “Príncipe de Asturias” de las Letras, a través del poeta y activista ovetense Fernando Menéndez, que me recomendó, hace ya unos cuantos años, la lectura del ensayo “Identidades asesinas”, del escritor franco-libanés, como guía moral e intelectual para la aproximación a la complejidad del fenómeno de la interculturalidad, y a los conflictos relacionados con los códigos culturales de individuos y comunidades.
El consejo dio sus frutos, porque, en efecto, Maalouf es capaz de resumir, de forma aguda y sugerente, los principales dilemas que presenta la aparente paradoja de un mundo donde grupos humanos y territorios cada vez se encuentran más interconectados, estrechando lazos de interdependencia, pero en el que, a la par, el refugio en identidades primarias se convierte, para muchos, en opción prioritaria personal, religiosa e incluso política. Una reflexión pertinente en el momento de su publicación (1998), en el que el fenómeno globalizador comenzaba a ser apreciado en su dimensión, pero en el que, al tiempo, persistían y resurgían conflictos de raíz nacional, religiosa y cultural en su sentido más amplio, así como el comportamiento tribal de identificación de grupos por oposición al resto. Y una meditación que es también procedente en nuestros días, en los que se han intensificado las controversias de matiz cultural, con la complejidad añadida por el incremento de los flujos migratorios y los debates que implica en las sociedades de acogida, de por sí enzarzadas, en algunos casos, en inextricables debates sobre su propio ser.
Como buen conocedor del epicentro de conflictos marcados por la huella de la identidad que es su Líbano natal, desde su propia experiencia de emigrado en Francia y con la altura intelectual de un pensador abierto y comprometido, Maalouf nos advierte de los peligros que comporta la simplificación de las características culturales supuestamente determinantes de las colectividades, y rechaza, por artificioso y falaz, el establecimiento de rígidos cánones definitorios de las identidades, que, por un lado, otorgan al gestor (político, religioso, etc.) de dicho canon una influencia que generalmente se utiliza con fines delimitadores y excluyentes; por otro, distorsionan, el desenvolvimiento natural de las culturas; y, además, favorecen su instrumentalización como arma arrojadiza en situaciones de disputa. Para Maalouf, toda identidad cultural es por definición híbrida, resultado de procesos históricos de relación entre los pueblos y, por lo tanto, imposible de retratar en una imagen fija o de encerrar en un reducido ramillete de conceptos y patrones. Eso no significa, ni mucho menos, que pueda desdeñarse, en ningún ámbito, la existencia de rasgos e identidades efectivamente presentes, y estará condenada al fracaso toda interpretación y práctica política que pretenda ser ajena a esta circunstancia. Más aún, tanto la pretensión uniformadora, como la tentación de arrinconar expresiones culturales o el desconocimiento de la indudable identificación que individuos y grupos realizan de sí mismos por conexión a determinadas señas culturales, activan el riesgo de que la identidad se convierta en origen de conflicto, y de que, en el símil utilizado por Maalouf, la pantera de la identidad no se deje domesticar. Además, para Maalouf nada hay más empobrecedor que el rechazo, por sistema, a toda diferencia cultural, cuya diversidad es nota característica de la humanidad que conviene saber apreciar y aprovechar.
El método para conciliar, o al menos atenuar las contradicciones reside, para Maalouf, en una visión integradora de los orígenes culturales, tanto individuales como colectivos. Frente a las visiones reduccionistas, Maalouf nos invita a reconocer en cada identidad la suma de las pertenencias culturales, múltiples y variadas, que nos legan antecesores, historia y contexto, que conforman lo que, en definitiva, junto a nuestra propia aportación individual –diferenciada y reconocible- cada uno somos. La asunción de esta procedencia diversa viene acompañada de la práctica de la tolerancia y la relativización de ciertas posiciones irreductibles, a las que muchas veces conduce el debate identitario, profundamente lastrado por la simbología y la emotividad.
El premio otorgado a Maalouf, en definitiva, nos permitirá, desde Asturias, participar activamente en este debate, esencial de este siglo, y en el que perspectivas tan cualificadas como la del galardonado son una referencia ineludible.

Publicado en Oviedo Diario, 21 de junio de 2010.