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22.12.08

UNIVERSALES Y HUMANOS


Acaban de cumplirse 60 años desde que la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH). Aún con las ruinas humeantes de la II Guerra Mundial, y en pleno proceso de reflexión introspectiva sobre los límites de la barbarie generada por el totalitarismo, el 10 de diciembre de 1948 los representantes de los Estados reunidos en la naciente ONU respaldaron la Declaración que significaba renovar un compromiso con la especie humana y sus valores, y que representaba un nuevo desplegar de velas de la libertad y dignidad del hombre, después de la pesadilla del gran conflicto global que representó aquella contienda.
Desde entonces, pese a las buenas intenciones, han sido múltiples las agresiones contra los principios y salvaguardas contenidas en la DUDH. Hemos asistido en estas seis décadas a conflictos armados de gran virulencia, a escenarios de dominación y represión por parte de gobiernos y sistemas, a desigualdades lacerantes entre países y dentro de las propias sociedades del mundo económicamente desarrollado, al deterioro del medio ambiente y sus consecuencias, etc. En muchas ocasiones, el discurso oficial de gobernantes y líderes internacionales ha seguido unos derroteros bien diferentes de algunas de sus prácticas, de modo que la sociedad global se ha acostumbrado a convivir con la profunda divergencia entre palabras y hechos como una constante de la realidad política. Además, el pulso civilizador y solidario que contiene la DUDH choca con frecuencia con las tensiones propias de la convivencia, a todos los niveles, ante las que el recurso a la fuerza, a la imposición del fuerte sobre el débil y a la creación de barreras aislacionistas es una práctica común, generadora de toneladas de miedo y frustración que lastran el progreso colectivo. Por otra parte, amparados en particularismos que se pretenden exacerbar, parapetados en la defensa ante enemigos externos o sosteniendo, como falsa argucia ideológica, diferencias supuestamente de fondo sobre la concepción de la libertad y los derechos vinculados a la condición humana, a lo largo de estos 60 años se ha cuestionado, abierta o subrepticiamente, la vigencia de la DUDH. De esta Declaración y las exigencias que comporta, se ha dicho durante todos estos años que es un producto exclusivo de la civilización occidental, que no entronca con determinadas tradiciones culturales y creencias religiosas, que deja en situación de vulnerabilidad a los justos ante la necesidad de defenderse de agresiones exteriores, que no contempla la dimensión colectiva del hombre o –paradójicamente- que establece limitaciones excesivas a la individualidad, etc. En nombre de Dios y las diferentes interpretaciones religiosas, de la misión civilizadora de Occidente, de la libertad de mercado como dogma, de la construcción del paraíso igualitario en la tierra, o, más recientemente, de la guerra contra el terror, se han cometido en este periodo atropellos contra los derechos humanos realizando interpretaciones sesgadas de la DUDH o directamente negando su aplicación. En ningún caso, en este debate, se ha preguntado a las víctimas de las violaciones de los derechos humanos –los verdaderos protagonistas de este aniversario- si deseaban que se tuviese en consideración, antes que cualquier otra valoración, las garantías y objetivos contenidos en la DUDH.
Pasados 60 años desde aquel momento crucial, e inmersos en las dificultades asociadas a esta crisis económica generalizada, es el momento, sin embargo, de reafirmar nuestra convicción en el espíritu netamente civilizador de la DUDH, antes que refugiarnos en los cuarteles de invierno de nuestra desconfianza hacia el resto. También es oportuno, en este aniversario, contemplar con satisfacción los enormes progresos conquistados en este tiempo: la configuración de un derecho internacional de los derechos humanos que, además de su paulatina imperatividad, se ha ido filtrando a todos los ordenamientos jurídicos; la ampliación de los espacios de la democracia y la libertad en muchos países; la mejora de condiciones materiales para buena parte de la humanidad –a pesar de enormes tragedias diarias en todos los continentes-; la importante disminución de la segregación racial; los avances para la igualdad de la mujer; la relevancia que los avances tecnológicos pueden representar para el acceso al conocimiento y la información, etc. Y, sobre todo, en este aniversario de la DUDH, es el momento de agradecer y reconocer a aquellas personas y entidades que, con su esfuerzo singular, y pese a cierta indiferencia en tiempos propicios al olvido, contribuyen a que los objetivos de esta hermosa Declaración se plasmen en realidades cotidianas que a todos nos alcanzan.

Publicado en Oviedo Diario, 13 de diciembre de 2008