EL PARÉNTESIS
Gerardo Díaz Ferrán, Presidente de la patronal CEOE, pidió hace unas semanas que se abriese un paréntesis en la economía de mercado, aludiendo de esta forma a la necesidad de la intervención de los poderes públicos para atajar los efectos de la crisis. Vista la sorprendente declaración y la contundencia de la expresión utilizada, no sabemos muy bien qué entiende el discutido representante de los empresarios españoles por libre mercado, porque no creo que, a la hora de la verdad, estuviese dispuesto a una economía centralizada, dirigida y planificada, sin prácticamente espacio para la iniciativa privada y la libre empresa. Por otra parte, tampoco creo que, aunque sea temporalmente, pretenda retornar a los planes quinquenales, la proscripción de la propiedad privada, y la imposición de objetivos de producción preestablecidos.
A muchos les ha sonado el exceso verbal del líder de la CEOE a la oportunista petición de auxilio que desde algunos sectores empresariales –principalmente el mundo de las finanzas- se viene realizando a los poderes públicos en países que habían rebajado y flexibilizado las medidas de supervisión de la actividad económica, principalmente EEUU y el Reino Unido, pero también la mayor parte del resto de integrantes de la Unión Europea. Durante años, los gurús del turbocapitalismo globalizado cantaron las excelencias del ultraliberalismo, la desregulación y la creatividad de la ingeniería financiera; hicieron y deshicieron a su antojo, convirtiendo la economía financiera en una burbuja especulativa autónoma y desligada de las necesidades de financiación de la economía productiva real e iniciaron una exitosa campaña contra el sector y los servicios públicos, la iniciativa estatal y la actuación de los organismos reguladores del mercado. Ahora, los aprendices de brujo del neoliberalismo se han visto sobrepasados por el maremoto que ellos mismos han desatado, invocan angustiosamente la intervención pública y aluden, como Díaz Ferrán, a supuestos paréntesis en el libre mercado.
Viendo el panorama y actitudes como la expuesta, resulta muy comprensible que los principales damnificados de la crisis, es decir, las clases medias y trabajadoras, que ven su empleo en riesgo o temen por sus pequeños ahorros, contemplen con escepticismo o desconfianza algunas de las medidas adoptadas en EEUU y la Unión Europea, dirigidas a inyectar capital en los mercados financieros, garantizar los préstamos interbancarios, comprar activos financieros por parte de los Estados a las entidades financieras, e incluso controlar total o parcialmente los bancos en crisis. La sensación de que se saca las castañas del fuego a quien hasta ahora se ha beneficiado del juego financiero es inevitable. Es posible, no obstante, que no quede otra alternativa, porque dejar que en tiempos convulsos sea la famosa mano invisible del mercado quien reoriente las disfunciones provocadas por sus propias reglas, significa arriesgarse a que los efectos de esa corrección sean entre tanto devastadores cuando la crisis es de alcance global.
Ahora bien, una vez que la situación se restablezca en el futuro, será el momento de consolidar nuevos principios para encauzar el sistema económico mundial, y aquí la izquierda socialdemócrata debe de una vez por todas recuperar algunos de sus planteamientos que, no por su origen histórico, dejan de tener sentido. Los poderes públicos nunca debieron renunciar o replegarse vergonzantemente cuando de establecer –y hacer cumplir- unas mínimas reglas de ordenación del mercado se trataba. No todo artefacto financiero, del estilo de las hipotecas subprime titulizadas, puede convertirse en producto susceptible de transacción independientemente de las necesidades de la economía real. Es necesario que la función social del crédito, imprescindible para muchas empresas y particulares, siempre dentro de unos límites, quede también garantizada por entidades financieras con participación pública. La consecución de la equidad social no sólo se consigue con políticas de servicios públicos y redistribución del ingreso, sino también mediante las políticas fiscales y manteniendo cierta capacidad de actuación sobre el mercado que otorgue margen de maniobra cuando vienen mal dadas, como es el caso.
El paréntesis debe ponerse, en definitiva, a las prácticas propias del capitalismo salvaje y desregulado, pero con carácter permanente.
A muchos les ha sonado el exceso verbal del líder de la CEOE a la oportunista petición de auxilio que desde algunos sectores empresariales –principalmente el mundo de las finanzas- se viene realizando a los poderes públicos en países que habían rebajado y flexibilizado las medidas de supervisión de la actividad económica, principalmente EEUU y el Reino Unido, pero también la mayor parte del resto de integrantes de la Unión Europea. Durante años, los gurús del turbocapitalismo globalizado cantaron las excelencias del ultraliberalismo, la desregulación y la creatividad de la ingeniería financiera; hicieron y deshicieron a su antojo, convirtiendo la economía financiera en una burbuja especulativa autónoma y desligada de las necesidades de financiación de la economía productiva real e iniciaron una exitosa campaña contra el sector y los servicios públicos, la iniciativa estatal y la actuación de los organismos reguladores del mercado. Ahora, los aprendices de brujo del neoliberalismo se han visto sobrepasados por el maremoto que ellos mismos han desatado, invocan angustiosamente la intervención pública y aluden, como Díaz Ferrán, a supuestos paréntesis en el libre mercado.
Viendo el panorama y actitudes como la expuesta, resulta muy comprensible que los principales damnificados de la crisis, es decir, las clases medias y trabajadoras, que ven su empleo en riesgo o temen por sus pequeños ahorros, contemplen con escepticismo o desconfianza algunas de las medidas adoptadas en EEUU y la Unión Europea, dirigidas a inyectar capital en los mercados financieros, garantizar los préstamos interbancarios, comprar activos financieros por parte de los Estados a las entidades financieras, e incluso controlar total o parcialmente los bancos en crisis. La sensación de que se saca las castañas del fuego a quien hasta ahora se ha beneficiado del juego financiero es inevitable. Es posible, no obstante, que no quede otra alternativa, porque dejar que en tiempos convulsos sea la famosa mano invisible del mercado quien reoriente las disfunciones provocadas por sus propias reglas, significa arriesgarse a que los efectos de esa corrección sean entre tanto devastadores cuando la crisis es de alcance global.
Ahora bien, una vez que la situación se restablezca en el futuro, será el momento de consolidar nuevos principios para encauzar el sistema económico mundial, y aquí la izquierda socialdemócrata debe de una vez por todas recuperar algunos de sus planteamientos que, no por su origen histórico, dejan de tener sentido. Los poderes públicos nunca debieron renunciar o replegarse vergonzantemente cuando de establecer –y hacer cumplir- unas mínimas reglas de ordenación del mercado se trataba. No todo artefacto financiero, del estilo de las hipotecas subprime titulizadas, puede convertirse en producto susceptible de transacción independientemente de las necesidades de la economía real. Es necesario que la función social del crédito, imprescindible para muchas empresas y particulares, siempre dentro de unos límites, quede también garantizada por entidades financieras con participación pública. La consecución de la equidad social no sólo se consigue con políticas de servicios públicos y redistribución del ingreso, sino también mediante las políticas fiscales y manteniendo cierta capacidad de actuación sobre el mercado que otorgue margen de maniobra cuando vienen mal dadas, como es el caso.
El paréntesis debe ponerse, en definitiva, a las prácticas propias del capitalismo salvaje y desregulado, pero con carácter permanente.
Publicado en Oviedo Diario, 11 de octubre de 2008.
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